El invierno saboreaba el gozo que el azul de su próximo cielo le había
proporcionado, la Pintora de los Azules se superaba a si misma cada estación.
Admiraba su esfuerzo y el trabajo que hacía. Se limitaba a cumplir, sin más
distracciones, y una vez terminado, bajaba por aquella escalera, esperaba la
aprobación de la estación y se marchaba. Siempre lejana, y más desde hacía ya un tiempo, desde que el
sol se convirtió en su guardaespaldas impidiendo que nadie se acercara, obligando
a prohibir sus viajes a través de los Reinos del resto de las estaciones como
precaución, pues sólo el Verano era capaz de soportar aquel calor abrasador.
Recordaba aquel día en el que uno de sus ayudantes embelesado ante la
obra de la pintora, quiso acercarse demasiado para admirar y los gritos de
agonía inundaron el espacio, mientras la pintora corría alejándose para evitar
que ardiera. Cualquier tipo de contacto se vio limitado, incluso sus
presentaciones, aquellas en las que las estaciones previamente observaban las
gamas de sus nuevos azules y decidían cuál de ellos era más acorde a su próximo
cielo, cosa que al Invierno le resultaba crispante e incómoda, esperar sin conocer
hasta el último momento, como sería su azul, no era algo conforme a su manera
de trabajar.
No, no le gustaba en absoluto, se encontraba mejor sabiendo que todo se
realizaba acorde al plan trazado: llegada al reino de las criaturas, observar
el nuevo azul que teñiría el cielo durante su estación y que previamente había
escogido, dar su aprobación, enviar a sus ayudantes para finalizar todo el
trabajo, repasar con la nieve, el
granizo y la escarcha los últimos retoques y marcharse de inmediato para, según
su dictamen, dar orden a los Vestidores para comenzar su trabajo y proporcionar
a todas las criaturas los abrigos necesarios. Aquel asunto debía arreglarlo,
llevaba ya tiempo pensando en ello, pero, otras cuestiones de mayor importancia
requerían de su atención y el tema solía quedar aparcado.
Abrigos, eso sí era importante. Al
pensar en ellos no pudo evitar un pequeño toque de ansiedad y nerviosismo, ya
se acercaba su estación, todos preparados para comenzar a vestir, ni un detalle
podía escaparse.
Sin duda alguna el Sastre del Invierno había hallado un digno sucesor, el
Botonero daba la talla con creces, sus botones resultaban una alternativa estupenda a aquellas cremalleras que tantos
problemas les dieron. Sin embargo, en ocasiones, muy escasas, pero suficientes
para evitar la perfección absoluta que siempre buscaba, algunos botones
parecían querer desabrocharse, con lo que la criatura que portaba el abrigo
quedaba expuesta y perecía ante la crudeza de la estación. Resultaba extraño, pues por más que
analizaban, buscaban y comparaban, no encontraban el problema, eso sí, las
flores de más vivos colores eran siempre las más propensas a sufrir este tipo
de accidentes, orquídeas, claveles y tulipanes parecían atraer en mayor grado a
aquellos escasos pero mortíferos botones rebeldes. (Las flores son colores y
los colores….).
A sus oídos habían llegado ciertos
rumores que circulaban por todo su Reino y como llamaban a aquello, “La
Tristeza del Botón”, incluso en una ocasión, trabajando en su despacho
estableciendo el orden en el que la nieve haría sus apariciones, escuchó una
conversación entre dos de sus empleados en la que hablaban sobre un Botón Azul
desabrochado que el Verano quería para sí mismo y algo sobre la Pintora de los
Azules y su Botonero, pero hizo caso omiso, no quiso prestar atención. Cotilleos,
tonterías, y más viniendo de la estación más malcriada, caprichosa e
irresponsable que existía, aunque “¿Para qué demonios quería el Verano un
Botón, si los botones eran algo que correspondía al Invierno?”. ¿Podría existir
alguna relación entre todo aquello?. Si descubría que el Verano tenía algo que
ver ni la propia Primavera podría salvar a ese niño mimado.
Aparcó aquellos reflexiones no quería aguar aquel día tan productivo. El
Verano conseguía sacarle de quicio, la Primavera y el Otoño solían mediar en
sus justas, aunque de una forma u otra, aquel
consentido siempre lograba lo que quería, el complejo maternal de la Primavera
y la excentricidad de la Reina Drag del Otoño eran dos puntos claves con los
que el Verano sabía jugar muy bien, la responsabilidad y el compromiso serio, no
suelen ser combatientes tan fieros.
Sacudió por fin todos aquellos pensamientos y decidió centrarse en la
pintora que fiel a su forma de trabajo esperaba pacientemente su aprobación,
más, esta vez, cuando el invierno emitió su veredicto, la pintora no se fue y
levantando con sus manos algo que no se podía apreciar dada la distancia, le hizo
un gesto haciéndole entender que se lo
dejaba. Extrañado ante aquel imprevisto, envió a recogerlo, asegurándose, por
supuesto, que la pintora ya se había alejado. Otro contratiempo más, pero dado
que la pintora gozaba de cierto prestigio y su trabajo siempre había colmado
sus expectativas, le concedió el beneficio de la duda y decidió hacerle caso.
Además, no podía evitar sentir cierta curiosidad.
Su asistente personal le hizo llegar lo que la Pintora había dejado, una
cajita de madera, que inmediatamente se dispuso a abrir y en la que encontró,
una carta, un pequeño bote de pintura y algo que llamó poderosamente su
atención y que no pudo evitar tomar entre sus manos para observar más cerca. Un
suave y finísimo pincel, especialmente labrado y decorado con diminutos botones
de nácar, que se partió de pronto en dos, sin que el Invierno pudiera evitarlo.
Continua
Continua
Ya era hora de asomar la cabeza tras la larga ausencia, espero que esto sea un regreso, Barbarella.
ResponderEliminarHola Rafael, perdona, pero parece que el Verano me ha tenido retenida como a la Pintora
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