viernes, 21 de diciembre de 2012

De Compras



Vainilla, fresa, nata, Málaga, turrón (puag), stracciatella, chocolate (jo que bueno), estoy perdida entre tanto sabor. Aquí me tienes, un día cualquiera, escogiendo una tarrina de helado, sin saber cual llevarme.
Stracciatella, tiene buena pinta, pero quién sabe si esos trocitos de chocolate no pincharán un poquito y se irán por donde no deben. Turrón, ni hablar, demasiado empalagoso, seguro que con dos chupaditas se cansa y me deja a medias. Málaga, ni idea, ¿a qué narices sabe un helado Málaga?, de todas formas cuesta más que el de fresa, veinticinco céntimos de un lado y de otro hacen para el paquete de espaguetis, y con el de frutas del bosque mal andamos, no creo que resulte nada sexy, verle escupiendo esa especie de pepitas que tienen las moras y las frambuesas porque no quiera tragárselas.
Está bien, me centraré en los sabores de toda la vida. Limón, bueno, le gusta, aunque pensándolo bien, a lo mejor, ¿a la que no le gusta es a mí?, ¿quién sabe si el ácido cítrico no pica?, pero, ¿Cuánto ácido cítrico puede tener un helado de limón?, estará repleto de aromatizantes, estabilizantes, ay Dios, mi libido está por los suelos. Plátano, en fin, ¿primero plátano y luego más plátano?, debería variar un poquito, podría pensar en calabacines, total, existen similitudes. Sí, claro, seguro que pensando en calabacines alcanzo el clímax absoluto, aunque a lo mejor soy una depravada verdulera, ¿podría preguntarle al frutero?, “oye frutero tú crees que si me llevo una tarrina de helado de plátano ¿me gustará pensar que hay un calabacín esperando ser envasado?”. Estoy segura que Kim Basinger no pensaba en calabacines mientras disfrutaba de sus nueve semanas y media. Además tenía a Mickey Rourke, que como por arte de magia, sacaba todo tipo de exquisitos manjares de la nevera, como aquellas fresas que deslizaba por su cuerpo y luego se metía en la boca, ummmmmmmmmmm fresas. Probablemente le hacían la compra. ¿Y si hago  una macedonia? Puede resultar sexy colocarse rodajitas de manzana en los pezones, un poco de pera en el ombligo y una jugosa ciruela en el pubis. Ohhhh por supuesto, y luego le canto el Tico Tico de Carmen Miranda y remato la faena, por favor, que desastre. ¡!!!!!¿Pero yo no iba a comprar helado?¡¡¡¡¡¡¡¡¡
Ya está, lo tengo, helado de yogurt, suave, esponjoso, cremoso y no demasiado dulce, además le encantan todo tipo de postres lácteos, “Veeeeen cariñoooo, aquí tienes tu postre”.  ¡!!!!Mierda, noooo, que me lo quitan¡¡¡¡¡¡¡¡¡, porras, el carrito conducido por un espécimen tipo Mickey Rourke versión actual, se lleva todas mis ilusiones. Claro, ¿quién es la guapa que le va a hacer la compra ahora a Mickey Rourke?.
Buff, nunca creí que comprar helado fuera tan difícil, la próxima vez que venga él, yo me voy a la sex shop que me tratan como una reina y siempre encuentro lo que me gusta. Complicados supermercados.


domingo, 2 de diciembre de 2012

Candela, los cuentos de hadas pueden seguir existiendo



Doña Candela era una mujer amable y educada. Nunca había padecido carencias, ni siquiera de niña. Procedía de una familia acomodada a la que antaño se llamaba alta burguesía, de la que aún quedan rescoldos serviles en ciertos lugares.
Gozaba de una buena posición gracias a un negocio familiar fructífero que, tras la muerte de su padre, pasó a manos de su marido y más tarde dirigió su hijo mayor.
Era una mujer de familia, siempre cuidando de sus cuatro hijos, tres niños y una  niña, disponiendo de personal que cubría sus necesidades básicas, permitiéndole así pasar más tiempo con ellos sin necesidad de tener que perderlo entre cacerolas o fregonas.
Guardaba la compostura, nunca  levantaba la voz ni decía palabras malsonantes, todos alababan sus formas y su saber estar, cualidades que cubrían las carencias educativas y culturales que en ciertas mujeres de sus años aun aparecían, y que dada su posición y disponibilidad para poderlas haber suplido siendo niña, hubieran llamado la atención si no fuera por su buen saber escuchar. Pocos sabían que su padre no le permitió continuar con sus estudios, dedicándola al práctico y útil arte de los bordados de pañuelos, manteles y sábanas.
Su vida se centraba en: una visita diaria a la empresa de su padre, llevándole el almuerzo en una cestita de mimbre, cubierta con un pañito que ella misma había bordado, largas tardes de puntadas que se veían interrumpidas por ir a la iglesia del pueblo a escuchar  el tedioso rosario, de vez en cuando, alguna fiesta con baile que en contadas ocasiones podía disfrutar y charlas con amigas del colegio que tuvo que dejar.
Sin embargo, aun siendo tan escasa su vida social, pudo conocer a su marido, un empleado de su padre, con el que se casó con apenas 18 años.
Se dice que el día de su boda, Doña Candela irradiaba felicidad, pero no sólo por casarse con quien quería, sino por cierta venganza perpetrada hacia un padre bastante intolerante, que veía como su única hija se casaba de forma repentina  con un empleaducho del tres al cuarto. Hubo también algún chistoso que bromeaba con que Caperucita Roja se había topado con el lobo, sin que el leñador hubiera podido llegar a rescatarla y se había comido el famoso almuerzo de su cestita. Deberíamos añadir también que el hijo mayor de Doña Candela nació sietemesino. A pocas palabras, buen entendedor.
Algunos podrían decir que tuvo una vida feliz, si se consideran como “pequeños inconvenientes” todos aquellos relacionados con las constantes noches en vela, esperando la llegada de un marido, cuyas reuniones de negocios mantenían alejado y que siempre, por lo que Doña Candela veía, consistían en regresar a casa un tanto bebido y oliendo a extraños perfumes que ella nunca le había regalado. Pero Doña Candela era una mujer educada a la antigua usanza, y consideraba que su papel se limitaba a entender aquello como algo normal en hombres ocupados, que trabajaban de forma constante, para dar a su familia las comodidades que la suya poseía.
No solía salir mucho,  y cuando lo hacía, casi siempre acompañada de su marido, comidas y cenas a las que debían asistir, y aunque después de casada se sacó el carnet de conducir, apenas había cogido un coche un par de veces, y eso que disponía de un Audi A5, pero era su hijo mayor quien lo utilizaba. En cuanto a viajar, muy poco, su marido siempre lo hacía por negocios, las vacaciones eran algo que un hombre de negocios no podía permitirse, hubo una ocasión, pero se sintió tan sola que prefirió quedarse en casa. Su marido sin embargo, aun estando retirado, continuaba haciéndolo, acompañando a su hijo que necesitaba de los sabios consejos de su padre para poder seguir dirigiendo el negocio.
Pero un buen día, Doña Candela, conoció a Eloy García.
Eloy era un empleado de la Gestoría que llevaba todo el papeleo del negocio familiar. El hijo mayor de Doña Candela, una vez asumida la dirección de la empresa, estimó conveniente contratar sus servicios, dado el volumen y  dimensiones que ya había alcanzado el negocio. Eloy llevaba poco tiempo trabajando, era un licenciado en Económicas con un máster en Marketing y Dirección de empresas, un título recién obtenido, y un contrato basura que le otorgaba las funciones de chico para todo, entre las cuales destacaba la de recadero, ejercidas, por supuesto, en su coche de segunda mano, con una gasolina cuyo coste se encontraba incluido en la supercuantiosa nómina, que ni siquiera alcanzaba las cuatro cifras. Aun así, Eloy, cumplía con su trabajo, dada la responsabilidad  y empeño que ponía en todo lo que hacía.
Doña Candela siempre firmaba papeles, en alguna ocasión se había interesado por ellos, pero tanto su marido como su hijo siempre le repetían lo mismo “No tienes que preocuparte por estas cosas, ya estamos nosotros para esto, fírmalos, sólo son papeles, tu tranquila, además, no los ibas a entender y ni falta que te hace, ocúpate de la casa y de tus nietos que lo haces de maravilla y nosotros, seguiremos preocupándonos por darte todo lo que tienes”.
Así que cuando Eloy llegó por primera vez a aquella casa, encontró a una mujer entrada en los cincuenta, con perfectos modales, que le invitaba a un café con pastas.
-          Tómate el café que hace frio y te sentará muy bien, mientras, iré firmando los papeles que me has traído.
Sin embargo Eloy era un honrado empleado, y contestó a Doña Candela.
-          Nunca debería firmar nada sin haberlo leído antes, Señora.
-          Tranquilo hijo, no importa, de todas formas no entenderé nada.
-          No se preocupe Doña Candela, todo lo que usted no entienda se lo explicaré sin ningún problema, y cuantas veces haga falta.
Y Doña Candela comenzó a entender.
Durante dos años Eloy acudió a casa de Doña Candela como un simple recadero portador de papeles. De puertas adentro, el profesor instruía a su aplicada alumna en los menesteres de un negocio familiar más que lucrativo.
A día de hoy, Doña Candela dejó de existir, ahora es Candela Ibáñez, “Quítame el Don y súbeme el sueldo”, como dicen sus empleados entres risas y bromas. La empresa sigue siendo lucrativa, ha optado por desarrollar el negocio y sus nuevas prestaciones, el departamento de I+D ha tenido mucho que ver en ello. Costó un gran esfuerzo, pero con ayuda de todos fue conseguido, Candela cumple sus promesas. Todos los empleados están convenientemente remunerados, incluso la plantilla ha sido ampliada para poder establecer unos turnos más adecuados, además, cada uno de ellos posee una pequeña participación en la empresa, lo que supone un aliciente y por supuesto un extra, dados los beneficios que a final de año se reparten. El aumento de nóminas no supuso ningún esfuerzo, simplemente, la cuenta de gastos, dejo de ser tan dilatada por la desaparición de desvíos mensuales a cuentas de otros, digamos mejor, a otras,  viajecitos de negocios y tampoco la dueña de la empresa regresa a su casa un tanto bebida y oliendo a perfumes extraños, cosa que ahorra una gran cantidad de dinero.
Es una mujer divorciada, que cuida de sus nietos como la mejor de las abuelas y que siempre firma papeles que antes ha leído, gracias a su flamante gerente, Eloy García, con el que sigue tomando café con pastas todos los días, y a sus otros tres hijos, dos de ellos trabajan en la empresa, su hija lleva el departamento de I+D, el pequeño decidió estudiar emergencias sanitarias y trabaja para el Samur.
En cuanto a su ex marido y su hijo mayor, no les falta de nada, Candela  se ocupa de ello, sus historias sin embargo, no merecen ni ser contadas, eso sí, todos los días, cuando acude a las clases de la universidad de mayores, acerca a su hijo mayor a su nuevo trabajo, le han quitado el carnet momentáneamente por falta de puntos. Candela en cambio dispone de todos, los pudo recuperar, tras aclararse cierto asunto con el Audi que nunca utilizaba, siempre circulaba a velocidades superiores a las permitidas.
Tiene 62 años, un Seat Ibiza rojo, nunca le gustó el Audi, con algún que otro rayón, la columna del garaje, está en un grupo de baile, salsa y merengue, alguna de sus parejas le lanza piropos que ella recibe muy gustosa, y a veces, cuando se enfada, chilla y dice “Porras”.