domingo, 12 de diciembre de 2010

DECISIONES

Me gusta el peligro, recrearme en esa línea tan sutil que separa lo bueno de lo malo, caminar sobre ella con los brazos extendidos como un artista circense. Recorrerla, saboreando y experimentando las sensaciones que provoca en mi mente, pararme de vez en cuando y mirar al vacío, ese vacío atrayente y poderoso. Balancearme hacia él sintiendo su seducción, tan fuerte a veces, tan difícil de superar, mientras una sonrisa pícara se dibuja en mi cara, preguntándome si realmente me encuentro en el lado correcto, si realmente esa oscura e interminable nada sería mi medio, si esa caída tendría un fin trágico pues mis sesos se estamparían en algún recóndito lugar, allá en el fondo, o quizás vagara eternamente cayendo y cayendo. Quien sabe, a lo mejor consigo que crezcan un par de alas en mi espalda y planeo sobre la nada observando lo que ella me oculta.

Es solo un paso, un simple paso hacia ella, las voces que inundan mi cabeza me disuaden de cometer tal acto “No lo hagas”, “Te harás daño”, pero yo me revelo ante ellas como una adolescente se revela ante sus padres.

Hay alguien conmigo, noto su presencia, le conozco, se balancea sobre la línea al igual que yo pero no la recorre, sus ojos están clavados en la nada. Me acerco, pretendo hablarle, pero no me contesta. Su cara refleja horror. Procuro calmarle, hablándole en susurros y compartiendo mis pensamientos, pero no escucha. ¿Qué le causa tanto terror?. Miro hacia la nada para intentar comprender su miedo pero de nuevo esa sensación de vértigo tan embriagadora. Me balanceo de nuevo, un suave vaivén, hacia un lado, hacia otro, el terror de mi acompañante se intensifica ¿por qué?.

Tiembla. Su agonía me hace comprender que debo sacarle de allí, conseguir que la nada desaparezca de su campo de visión, sacrificar mi placer, mi secreto, mi línea divisoria. Sin pensarlo más tomo su mano y la aprieto con firmeza para dar un paso.

Mi pie se posa suavemente sobre el suelo conocido mientras la figura de mi acompañante desaparece, miro mi mano extendida, desnuda y solitaria y vuelvo la vista atrás, ya no existe, la línea ha desaparecido junto con la nada y su vacío atrayente, una sensación de pérdida me embarga y comienzo el camino de vuelta a casa.

MAMA ¿OGRO?

- Recuerda a Papa que baje la tapa y tire de la cadena.
- ¡¡¡¡Mama!!!!!
- ¿Qué?
- Cuando sea mayor te prometo que, bajaré la tapa del baño, tiraré de la cadena, pasaré la aspiradora, limpiaré los cristales, pondré la lavadora y…. siempre me acordaré del día de tu cumpleaños.

lunes, 28 de junio de 2010

El Metro




Seis de la mañana, el metro repleto de gente somnolienta dispuesta a enfrentarse a una nueva jornada laboral.

La mujer como todos los días situada en un rincón particular, vagón tercero esquina derecha.

Nerviosa, impaciente, un comportamiento distinto al resto de sus compañeros de viaje que combinan bostezos con caras de pocos amigos, ella en cambio sonriente.

Mira constantemente el panel que indica las estaciones ya pasadas iluminadas y apagadas aquellas que faltan por recorrer.

Parada del metro, la mujer impaciente se pone de puntillas y comienza a mirar hacia la puerta de entrada, sus ojos buscan sin cesar algo que de pronto encuentra pues su mirada se ilumina.

Un hombre se acerca hacia ella, esquivando los cuerpos adormecidos como si de un explorador se tratara en plena jungla apartando la maleza, construyéndose un sendero hasta el destino deseado. Sin apartar sus miradas hasta llegar al rincón particular situándose uno junto al otro, ella haciéndole un hueco y el rellenándolo.

Ni una sola palabra, sus ojos ya no se encuentran, los dos miran al frente. A escondidas se toman de la mano, la mujer no puede reprimir un suspiro placentero mientras una sonrisa se dibuja en la cara del explorador.

Se mantienen quietos, unidos sin mediar sonido alguno, a veces cierran sus ojos, transportándose quizás a lugares mágicos, inundados de sonrisas, disfrutando de ese momento tan íntimo rodeado de una desconocida multitud. No se miran, no se hablan, solo sus manos entrelazadas y escondidas de miradas ajenas.

Una nueva estación, una nueva parada, el hombre comienza su camino hacia la salida pero antes su mano aferrada aprieta tres veces a su presa, un, dos, tres. Un mensaje transmitido.

Todos los días laborables, de lunes a viernes, todas las mañanas a las 6:08 de la mañana, en el mismo lugar, un breve instante en una vida monótona, un intenso instante.

Un, dos, tres……. pum pum pum…………..TE-QUIE-RO.

Llegada




Noto algo que me zarandea, una voz lejana que me llama.

- Despierta, despierta.

“No por favor, dejadme dormir un poco más”

- Despierta, despiertas.

El nerviosismo de la voz me alerta, hay algo que me hace responder al momento, una sensación de que esto no es un despertar cotidiano.

Bostezo y me incorporo, su cara un tanto asustada anuncia un suceso particular.

- ¿Qué ocurre?

No contesta, me coge de la mano y rápidamente me veo transportada casi en volandas hacia una ventana.

- Mira.

De noche. No soy capaz aun de fijar la vista pero oigo gritos, voces de personas, figuras que no consigo distinguir que pasan corriendo.

Froto mis ojos como si con ello pudiera aclaras un tanto la situación.

Abro la ventana, escucho las voces con mayor claridad.

- ¡Corred, se ahogan!.

- ¡Ayuda, ayuda!.

Veo a mi vecina en la calle corriendo hacia la playa, un camisón estampado con múltiples colores que se combinan con unas extrañas zapatillas de formas imposibles.

Bajo las escaleras, imagino lo que pueda estar ocurriendo, no es algo bueno.

Linternas, luces de coches, todos ellas direccionadas hacia una posición iluminando un espectáculo dantesco que sucede.

No sabría decir un número concreto pero hay una gran cantidad de personas que luchan en unas aguas turbulentas por sobrevivir, mientras otras se aferran como posesos a lo que claramente fue una embarcación, si es que a eso se le puede llamar así. Cuando ves realmente, con tus propios ojos uno de esos transportes hacia el país de las maravillas, sabes a ciencia cierta lo que debe padecer alguien para tomar una decisión de ese calibre, montar en algo así para cruzar un mar inhóspito y desconocido hacia un sueño para muchos esperanzador pero en casi todas las ocasiones inalcanzable.

La gente del pueblo se lanza al mar, intentan socorrer a aquellos que luchan por mantenerse con vida, todos chillan y gritan. Me acerco a la orilla, ni siquiera me había dado cuenta de que he salido descalza hasta que las piedras de la playa se clavan en mis desnudos pies, pero es mayor el deseo de ayuda que el pequeño dolor que infringen.

Arrastro como puedo junto al salvador el cuerpo de un muchacho, está vivo, gracias a Dios, más bien, gracias al salvador. Sus dientes castañean y tiembla como una hoja, una mezcla de frio y miedo terror inundan ese cuerpo agotado. Le miro y sonrió como si con ello pudiera tranquilizarle un poco.

Escucho las voces pidiendo ayuda en forma de mantas y ropa de abrigo, así que dejo al muchacho con su salvador y salgo disparada hacia mi casa en busca de los bienes solicitados.

Mantas edredones, toallas, no sé, lo que sea. Abro el armario y comienzo a tirar sobre la cama todo que encuentro, ni siquiera me había dado cuenta de que hay gente conmigo.

- Ten lleva esto, y esto, y esto, ¡corre!

Paso por la cocina y se me ocurre que quizás estarán hambrientos, asi que cojo unas cuantas botellas de leche para que al menos llenen algo sus famélicos y dolientes estómagos.

Me descubro a mi misma con pensamientos un tanto estúpidos como “La leche es buena, tiene muchas vitaminas” o “¿Les llevo un poco de cola cao?, seguro que les gusta el sabor chocolateado y unas galletas para acompañar”.

Muevete!!!!!!!! Deja de pensar en tonterías y preocúpate de cómo llevar todo esto hacia quien lo necesita.

El carrito de la compra.

Vierto todas las viandas en el carrito destartalado y salgo corriendo.

Mi vecina no es la única que llama la atención, ahora hay una loca corriendo por la calle con una camiseta de los Simpson, en bragas, descalza y tirando de un carrito azul que casi se cae a trozos. El pueblo volcado ayuda sin pensar.

Llego de nuevo a la playa y los cuerpos exhaustos de lugareños y buscadores de sueños se mezclan. Tirados en la playa respiran y respiran agotados, extenuados, buscando aliento ante un esfuerzo sobrehumano realizado que parece ha dado sus frutos pues hay mucha gente fuera y los gritos de horror han dado paso a los sollozos entrecortados.

Miro a uno de los salvadores y pienso en lo gratificante que ha de resultar sentir que has salvado una vida, siempre se recordará que en el momento adecuado respondiste como se debe hacer y que a pesar de las circunstancias adversas te tiraste al mar para sacarle.

Los efectivos de la Guardia Civil así como las ambulancias ya se encuentran con nosotros, mientras reparto mi carrito de la compra observo como uno de los agentes pregunta a uno de los buscadores de sueños.

- ¿Cómo te llamas?

- Juan.

- ¿De dónde vienes?

- Juan.

- ¿Cuántos años tienes?

- Juan.

Extraña palabra “Juan” ¿Quién se la habrá enseñado?, alguna vez alguien me contó que llegan con veinte euros en el bolsillo y una nota en la que hay escrita una dirección, realmente no lo se, solo es algo que escuche una vez.

El agente sonríe y pasa su mano por el hombro del buscador.

- No te preocupes ya estás a salvo.

La escena me conmueve tanto que no puedo evitar echarme a llorar, ese agente que por la mañana ponía multas resultando un ogro para esos infractores.

El sol comienza a despertar mientras continuamos dando abrigo y consuelo, algunos comienzan a desaparecer, en ambulancias, en furgones policiales, es entonces cuando reparo en las mantas sobre el suelo, mantas que cubren las ilusiones fracasadas de vidas anheladas.

Nueve mantas, nueve ilusiones, nueve sueños rotos, nueve deseos de un vivir mejor en un lugar en el que no somos mejores, simplemente hemos nacido con más suerte. Lo siento. Es imposible que no se desencadene un cierto sentimiento de culpabilidad ante esas mantas.

Volvemos a nuestras casas, no podemos hacer mas, hay que volver de nuevo al mundo rutinario y material en el que vivimos, el trabajo espera.

Monto en el autobús que me lleva a cumplir mi “deber” y ya se escucha en su radio la noticia de la llegada.

Apoyo mi cabeza sobre el cristal de la ventanilla y bostezo mientras las palmeras de todos los días se suceden, una palmera, dos palmeras, tres palmeras..

Paramos a recoger al resto de viajeros. Miro por la ventanilla. Algo llama mi atención. Aquel muchacho!!!!. Coloco mi mano abierta sobre el cristal y mientras el clava sus ojos en los míos , mi boca se mueve sin emitir sonido alguno “SUERTE”.

Una palmera, dos palmeras, tres palmeras,……. “Que tengas SUERTE”.

domingo, 28 de febrero de 2010

Cuento 8


Tenía 10 años y un pequeño cuaderno azul que iba siempre conmigo.
Compartía mi pupitre con un compañero risueño y afable que se llamaba Enrique. Durante las clases de Sociales en las que un profesor de gran barba nos leía la lección me dedicaba a escribir en mi cuaderno azul historias sobre marcianos con increíbles naves espaciales que venían a nuestra clase para llevarnos a explorar planetas misteriosos. A Enrique le divertían mucho.

Un día en clase de pretecnología enfrascada en conseguir que el cenicero para el día de la madre fuera lo suficientemente redondo, una de mis amigas se acerco y me dijo:

- Enrique ha cogido tu cuaderno azul y se lo ha leído a toda la clase.

Durante una semana mi madre me obligó a volver al colegio mientras yo le pedía por favor quedarme en casa. Nadie hablaba de mis marcianos, ni de sus naves espaciales, ni de las aventuras en planetas misteriosos. Sus cabecitas infantiles solo habían procesado una información que se dedicaron a transmitir de boca en boca por todo el colegio. Una pequeña frase escondida entre las demás.

“Me gusta Dani, es el chico mas guapo de toda la clase”.

La prensa rosa surte efecto hasta en las edades más tempranas.

Cuento 7


Llegó el invierno, y con él, el crudo frió, la nieve y el hielo. El oso en su madriguera, preparado ya, se dispuso a iniciar la hibernación. Resultaba agradable aquel primer sopor y entumecimiento mientras la realidad desaparecía y un mundo de fantasía se abría.

Y comenzó a soñar:

Caminaba por un bosque, robles y hayas se extendían a su alrededor, grandes y fuertes. Un manto de verde hierba crujía bajo sus pasos. El suave murmullo de un río se oía en la lejanía acompañado del chapoteo de sus peces. Un rico olor a miel envolvía el lugar. ¡MIEEEEEL¡ Corrió hacia ella siguiendo el rastro a través de su olfato.

Un inmenso estanque repleto de dulce miel se abrió ante sus ojos. ¡MIEEEL¡

Comió y comió hasta que sus mandíbulas y su estómago no pudieron más, se sumergió en aquel estanque, todo su cuerpo estaba impregnado de aquel dulce manjar mientras gruñidos de placer surgían de su garganta.

MIEEEEL, MIEEEEEL, MIEEEEL.


De pronto un desagradable hormigueo recorrió su cuerpo, el estanque comenzó a desaparecer junto con los robles y las hayas que lo rodeaban.

Abrió los ojos, comenzó a levantarse, despacio, lento emitiendo suaves gruñidos de queja y salió de su madriguera. La primavera había llegado, el suave aroma a flores frescas envolvía el lugar, respiró profundamente y sintió hambre.

Mi pregunta es: La miel existe realmente pero...... ¿será tan dulce como la soñada?

lunes, 22 de febrero de 2010

Cuento 6



Había una vez un niño pequeño cuya vida trascurría feliz y plácida, jugaba con sus amigos, corría, saltaba. Disfrutaba.

Un buen día, como tantos otros después de levantarse y desayunar opíparamente se dispuso a salir a la calle para comenzar una mañana repleta de juegos y aventuras, pero al salir por la puerta un escalofrió recorrió su cuerpo, miró hacia el cielo y observó cómo se oscurecía. Una gran tormenta se avecinaba mientras el niño avanzaba por las calles.

Temeroso corrió para poder llegar más deprisa hacia lo que consideraba un refugio, pero la tormenta estallo. Grandes piedras caían del cielo y él seguía corriendo y corriendo, sorteando aquellas moles que inundaban las calles. El refugio cada vez se veía más cerca, más cerca, ya está, ya está aquí.

¡PUM¡

Una gran piedra cayó sobre el niño ¡POBRECITO¡

Lloraba, cuanto le dolía, la herida era profunda y no paraba de sangrar.

Duele, Duele mucho, pensaba.

Como pudo se incorporó y logro llegar hasta el refugio arrastrando su pequeño cuerpecito con las pocas fuerzas que le quedaban.

Una vez allí, aguantando el dolor y mordiendo la lengua para no gritar se limpió la herida concienzudamente y gracias a un trozo de vieja tela que encontró taponó para que dejara de sangrar.

La herida dolía y escocía aun, así que decidió quedarse un rato tumbado hasta que amainara la tormenta y se encontrara mejor.

Mientras esperaba observó el lugar donde se encontraba, era una simple caseta de madera y una idea comenzó a forjarse en su mente, Si pudiera construirme una para mi siempre estaría a refugio y ninguna otra piedra volvería a herirme.

La tormenta desapareció y el sol volvió a lucir en el cielo, el niño salió del refugio y regresó a casa, satisfecho de si mismo por haber sido capaz de afrontar el sólo todo lo acontecido pero con una clara idea en su cabeza, Debo construirme un refugio.

A partir de aquella primera tormenta el niño tuvo una meta clara y por tanto empleó todo su ingenio y pericia para poder llegar a conseguirla. Primero comenzó por hacerse con un atillo de tablones, unos cuantos clavos y un martillo para clavarlos. Una vez hubo conseguido el material y mediante unos planos que él mismo había elaborado en las cuartillas de su cuaderno escolar comenzó a construir.

La caja era pequeña pero suficiente para albergar su cuerpo, con dos orificios en dos caras para permitir sacar las manitas, otros dos en la base para sus pies y dos más en la cara frontal para permitirle observar.

Que feliz se sentía mirando su caja construida. Se introdujo en ella, ajustada y perfecta, como un traje hecho a medida.

Decidió que era el momento de salir a la calle y exhibir su caja así que nervioso y expectante abrió la puerta de su casa y se dispuso a iniciar su primer paseo metido en su caja de madera.

Durante aquel paseo descubrió que nunca había reparado hasta entonces en que muchos otros niños llevaban cajas, distintas a la suya pero cajas al fin y al cabo.

Las había muy elaboradas, de diferentes colores y formas, incluso de distintos materiales. Las había de cristal que se romperían en cuanto cayera la primera piedra sobre ellas, las había de acero, duras como las propias piedras pero frías y poco agradables para llevar. En fin todo tipo de gamas de cajas para todos los gustos y colores.

Sin embargo algunos niños, pocos pero algunos, no tenían cajas, le sorprendió pues, como era posible que no repararan en las de los demás, las piedras lloverían sobre ellos y les dañarían, pero bueno Allá ellos pensó Supongo que en algún momento se darán cuenta de su error.

Pasó el tiempo, el niño fue creciendo, su cuerpo fue aumentando y la caja increíblemente fue amoldándose a esos cambios, ya no era un niño metido en una caja de madera, era un niño de madera, los tablones tomaron la forma de su cuerpo y fueron transformándose en una especie de armadura.

A veces caían tormentas no tan terribles como aquella primera pero con pequeñas piedras que golpeaban su armazón de madera sin provocarle el más mínimo rasguño.

Sin embargo cuando había crecido todo lo que el cuerpo de un niño puede crecer otra gran tormenta se formó en el cielo aun más oscuro que aquel que recordara, infinitamente más sombrío, terrible y angustioso.

Estalló, y de pronto sin avisar una inmensa piedra se abalanzó sobre el niño grande, un golpe tremendo que a duras penas pudo soportar sin perder el equilibrio, casi sin respiración comenzó a andar, levantó la vista al cielo desafiante y gritó

- Puedo con ello, mi caja de madera me protege.

Y el cielo respondió.

Otra gran piedra, tan inmensa como la anterior avanzaba directa a su corazón. El niño grande de madera respiró profundamente y se preparó para recibir aquel segundo impacto.

Los rayos de sol incidieron sobre su cuerpo aun firme. De pie, ni siquiera la segunda piedra había conseguido derribarle pero al fijar su vista en el suelo observó una serie de manchas oscuras, una parte de la madera había sufrido grandes destrozos y en algunos lugares las astillas habían conseguido atravesar su carne provocándole heridas que sangraban. Volvió a notar aquellas punzadas de dolor que siendo pequeño tanto le lastimaron, pero esta vez no lloro, aguantó sus lágrimas y decidió rápidamente curarse y reconstruir más fuerte y dura su caja de madera.

Transcurrieron algunos pocos años y el niño grande de madera decidió viajar y así poder conocer los diferentes materiales que existían para reconstruir y mejorar su caja.

Muchos lugares y niños con cajas encontró mas no hubo ninguno que pudo convencerle para realizar algún cambio.

Un buen día sus pasos le llevaron hasta la orilla de un arroyo. Una risa resonaba y al fijar su vista hacia el lugar del que provenía descubrió una figura chapoteando en el agua.

Aquella risa le contagió y se descubrió a si mismo soltando una gran carcajada. De pronto aquella figura dejó de reírse y fue acercándose hacia el niño grande de madera.

A medida que se aproximaba, observó que se trataba de una niña, una niña cuyo cuerpo se encontraba falto de cajas de ningún tipo.

Un poco receloso comenzó a girarse para marchar, pues nunca entabló relación ninguna con los sin caja, siempre consideró que aquellos niños no podían aportarle nada, ¿Cómo iban a ayudarle a construir una mejor si no poseían ninguna?.

- Buenos días, ¿Te gusta el arroyo?

Vaya, era la primera vez que un sin caja le dirigía la palabra, debía contestarle pues ante todo estaba la educación.

- Si, es bonito.
- ¡Bonito¡ ¡Es magnífico¡. El agua está fresca pero no excesivamente fría por lo que resulta agradable su temperatura, ¿Y que me dices de lo limpia y pura que es?

La disertación sobre el agua continuó durante un rato, al niño grande de madera le resultaba divertida la pasión desmedida de la niña al hablar sobre ella.

Mientras continuaba alabando sus propiedades comenzó a fijarse en aquel cuerpo sin caja. Pequeñas cicatrices y cardenales inundaban su piel pero lo más impactante era una gran herida que atravesaba su pecho, el niño grande de madera se estremeció al verla.

- ¿Te duele mucho?, preguntó
- A veces, respondió la niña.
- ¿Y por que no la curas?
- No se hacerlo.
- ¿Cómo te la hiciste?
- Una gran tormenta de piedras cayó y una de ellas impactó contra mi pecho.
- Las conozco
- ¿De veras?
- Si, ¿Por qué no te construiste una caja para protegerte?
- No lo sé, nunca se me ocurrió.
- Quizás pueda construirte una yo mismo, ven conmigo te enseñaré como curar esa herida y mientras te prometo que mi propia madera te protegerá.
- Gracias.

El niño tendió su mano hacia la niña y ella se aferró fuertemente.

Desde aquel día no se separaron, con la misma pasión y entrega que pusiera en la suya el niño grande de madera comenzó a construir una caja para la niña, de nuevo un atillo de tablones, de nuevo unos clavos y martillo.

Poco a poco aquella gran herida del pecho comenzaba a cicatrizar, unos puntos bien cosidos propiciaban la cura de la misma, a veces la desmedida pasión de la niña por el arroyo y su agua provocaban la rotura de alguno de ellos, con su consecuente dolor marcado y lágrimas, pero, allí estaba él para volver a coserlos.

Por fin un día la caja de la niña estaba terminada, sólo quedaba probar si se ajustaba perfectamente a su cuerpo. Con sumo cuidado colocó la caja sobre la niña. Parecía estar bien.

- ¡Lo he conseguido¡

La niña aplaudió y saltó de alegría.

Y siguió saltando y saltando, y los clavos comenzaron a salir y los tablones a caer.

- ¡No saltes más¡ chillo el niño.

Pero la caja estaba hecha añicos, el niño grande de madera sintió un fracaso completo.

- ¿Por qué? Pero si he puesto todo mi empeño.
- Lo siento, dijo la niña, me gustaba tanto tu caja, perdóname, no quería que se rompiera, sin embargo estaba tan contenta, nunca nadie había hecho una caja para mí.

El niño grande de madera se enterneció, miró aquel cuerpo surcado de pequeñas cicatrices y aquella grande que atravesaba su pecho, ya sonrosada y sin necesidad de nuevos puntos.

- No te preocupes, seguiré construyendo cajas hasta encontrar una que no se rompa.

Y siguió, incansable, cajas y cajas, a cada cual más bonita y elaborada, pero todas ellas acababan de la misma forma, rotas.

Tan sumergido estaba en su trabajo que no reparó en lo que estaba ocurriendo hasta que fue inevitable.

Una mañana mientras trabajaba en un diseño escuchó un grito ahogado.

- ¡Niño de madera¡

Corrió hacia la niña mientras esta se desplomaba. De sus manos manaba sangre sin cesar, unas grandes heridas infectadas por clavos incrustados en su carne.
- Pero ¿Cómo?, ¿Qué ha pasado?, ¿De donde han salido estos clavos?
- Son tuyos, respondió la niña.

¿Míos? ¿Cómo que míos? Pensó y entonces al observarse a si mismo un grito de asombro brotó de su garganta, una parte de su madera había desaparecido dejando su cuerpo al descubierto.

- ¿Por qué?
- Quería ver tu cuerpo y la madera no me dejaba, así que poco a poco y sin darte cuenta fui arrancando los tablones, cada vez era más difícil, los clavos me herían pero continué hasta hoy. Lo siento, no he podido terminar.
- No lo entiendo, dijo el niño.
- Es fácil de comprender, las cajas impiden que las piedras te dañen pero también que disfrutes de los arroyos y sus aguas. Adiós niño grande de madera, gracias por intentar construirme una caja para mí, pero se te olvidó cumplir tu promesa.

Y la niña sin caja murió.

A partir de aquel instante nada más se supo del niño grande de madera, se cree que sigue vagando por lugares desconocidos en busca de material suficiente para poder tapar el hueco que consiguió la niña, pero sólo son rumores, quizás haya comprendido lo que ella le dijo y lo que hace es intentar disfrutar de los arroyos. Quien sabe.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Cuento 5



Siguen la autopista dirección a casa, él conduciendo, ella mirando a través de la ventana.

- ¿Puedes ir más despacio, por favor?
- ¿Porque?
- Sabes que me da miedo.
- No me da la gana.
- Por favor, vete más despacio.
- No me hagas enfadar.

Las lágrimas comienzan a surcar el rostro de la mujer.

- ¿Por que lloras, gilipollas?
- No me llames así por favor.
- Me tienes hasta los huevos con tus lagrimitas.
- Por favor vete más despacio tengo mucho miedo.
- Eres una estúpida, inútil, solo sabes llorar.

El pisa el acelerador con rabia.

- Por favor, para, voy a vomitar.
- Como vomites en el coche te vas a enterar.
- Por favor.

El pega un volantazo y sale de la autopista, parando el coche en el arcén. Ella sale corriendo y vomita todo lo que tiene en el estomago, las lágrimas caen al suelo mezclándose con el vómito.

- ¿Ya has acabado?
- Si
- Deberías vomitar siempre, así no engordarías.
- ¿Crees que estoy gorda?
- Pero tu te has visto, eres igual que la estatua que hemos visto.
- Yo no me parezco a una estatua de Botero
- Venga ya, pero si tus tetas son tan grandes y están tan caídas como las de ella.
- No digas esas cosas, por favor.
- Por favor, por favor, que educadita eres pidiendo todo por favor y dando las gracias, me dais asco todos los universitarios como tu.
- La universidad no tiene nada que ver con los buenos modales.

Vuelven a montar en el coche, ella resignada ante la velocidad intenta pensar en otra cosa para no permitir que el miedo la embargue de nuevo. El enciende la radio.

- Mañana tenemos que ir a cenar con mis amigos.
- ¿Que amigos?
- Los de la facultad.
- Esos subnormales.
- No te metas con ellos, son buenas personas.
- No voy a ir.
- Está bien, iré yo.
- Ni se te ocurra.
- Me gustaría mucho ir, por favor.
- Pero si tú no tienes amigos, solo te han invitado para rellenar un hueco.
- ¿Por que dices eso?
- Eres idiota nunca te das cuenta de lo que realmente piensan de ti.

Suena un teléfono, él contesta. Por un momento su cara cambia de aspecto, pero vuelve a su estado normal en el momento en el que la conversación finaliza.

- ¿Quién era?
- A ti que te importa, eres una puta cotilla, siempre queriéndote enterar de todo.
- Solo quería…
- Solo quería, solo quería, estoy hasta los cojones de que te metas en mi vida, me tienes harto con tus preguntas, métete en tus asuntos, pero claro como ni siquiera eres capaz de tener vida propia, dependes sólo y exclusivamente de mí. No eres nada sin mí.

Ella se sume en un profundo silencio, su mente evoca recuerdos lejanos de vidas pasadas. Lo hace a menudo. El tararea una canción que suena.Por fin el viaje finaliza. Casa.Suben las escaleras y antes de que la puerta este cerrada él se abalanza sobre ella como un poseso intentando desnudarla.


- Por favor, déjame, no tengo ganas.
- Eres una puta, siempre igual no tengo ganas, ¿que quieres, que te haga lo mismo que ayer?
- No por favor, lo mismo que ayer no.
- Me voy a dar una vuelta, ¿ya has conseguido lo que querías?

El se va dando un tremendo portazo. Ella, sola, se convence por fin de que nunca vendrán a salvarla, así que coge su teléfono y marca un número.

- AYUDAME.


016

jueves, 4 de febrero de 2010

Cuento 4


La primera vez que Peter vio a Wendy supo que tarde o temprano su vida iba a cambiar. Aquellos grandes ojos hipnotizaron por completo su mente, y su corazón, acostumbrado a las emociones fuertes, no supo distinguir aquella nueva. Se había enamorado? Quizás.

Peter le enseñó el país de Nunca Jamás, todos aquellos bellos y misteriosos parajes donde el habitaba, su guarida y la de los niños perdidos, la aldea y el barco pirata, el poblado indio, la gruta de las sirenas. Sin embargo por mucho que se esforzara no conseguía despertar su interés. Wendy miraba todo aquello con sus fríos e inexpresivos ojos.

“No lo ves Wendy, no captas la belleza del lugar, no te inspira ningún sentimiento, mi país es maravilloso ¿Por qué no te causa emoción alguna?” Wendy callaba y Peter poco a poco se sumía en una profunda tristeza.

“Ven conmigo Peter, el país de Nunca Jamás no es para mi, en mi mundo encontrarás mejores cosas, increíbles y espectaculares”.

Y Peter aceptó. Su amor era tan grande que ni siquiera sus queridos niños perdidos pudieron disuadirle.

“Esté donde esté seré feliz, pues Wendy está conmigo”

El mundo de Wendy resultó ser tan frío como sus ojos, pero Peter podía soportarlo todo.

Los días transcurrían felices, desde el punto de vista de Peter, el amor era suficiente. Cuando alguien ama como lo hacía Peter, es capaz de transformar los lugares fríos y tenebrosos en maravillosos vergeles.

Cada mañana se despertaba e iba a trabajar. En aquel mundo existía un extraño papel llamado dinero con el que se conseguían cosas, importantes, según Wendy y por tanto tan necesarias que obligaban a Peter a recorrer largos trayectos diarios hasta una pequeña y oscura habitación donde cientos de papeles se agolpaban en una mesa de madera y que cada día debían ser revisados.

Pobre Peter, encerrado entre aquellas cuatro paredes, cuando toda su vida había sido libre para surcar el cielo.

Pero eso no importaba pues al atardecer volvía a casa y allí estaba Wendy esperándole.

“Mira cuantas cosas tenemos Peter, pero debemos seguir, aun no hay suficientes”

“¿Me quieres Wendy?”

“Claro Peter, pero debemos seguir”

Hay quien dice que el amor cambia con el paso del tiempo, que se transforma, puede que para ciertas personas pero no para Peter. Continuaba siendo fiel a aquel que un ya lejano día surgió.

Un atardecer, al regresar a casa, reparó en que algo extraño inundaba el lugar, algo que consiguió encogerle el corazón sin razón aparente.

Wendy le esperaba sentada.

“¿Qué te ocurre Wendy?”

“No lo se Peter, me siento extraña, desde hace tiempo he notado que has cambiado, ya no eres el mismo de antes”.

El corazón de Peter se quebró, una grieta comenzó a tomar forma “No” grito para si “No dejaré que avances grieta, mi amor es grande y no lo permitirá “.

Peter cerró sus ojos y respiró profundamente.

“No te preocupes Wendy, todo pasará, ya lo verás, conseguiré volver a ser el mismo de antes, ¿me quieres?”

“Claro Peter”

“Pues entonces no debes temer nada”

Desde ese momento el único afán de Peter consistió en hacer posibles todos los sueños de Wendy, todo lo que ella ansiaba y quería Peter lo ponía a sus pies. Pero por mas que lo intentaba nunca conseguía hacer nada que llegara a complacerla.

“Lo ves Peter, antes eras capaz de hacerlo, ahora todo lo estropeas”

“Lo siento Wendy, dime como por favor, volveré a intentarlo”

“No creo que puedas conseguirlo, ya no eres el mismo de antes”

“¿Me quieres?”

“Claro Peter”

Y Wendy seguía sentada.

A veces Peter la miraba y en cierta manera le resultaba extraña, su larga cabellera rubia se había oscurecido por completo, su nariz comenzaba a afilarse y un gran aro dorado pendía de su oreja izquierda. ¿Cuándo habían comenzado esos cambios?, no lo sabía, sin embargo volvía a cerrar los ojos y era entonces cuando la veía igual que siempre.

“Peter, ¿es que no sabes hacer nada bien?, mira lo que has conseguido”

“Lo siento Wendy, no volverá a ocurrir”

“Esta bien, pero la próxima vez pon mas atención”

“¿Me quieres?”

“Claro Peter”

Y Wendy seguía sentada.

Los cambios seguían, un gran sombrero cubría su cabeza, su ropa antaño ligera y fresca, había sido sustituida por un traje de grueso paño con tonos estridentes. Pero Peter continuaba cerrando sus ojos y pensaba “Soy yo, mis ojos han cambiado, no consigo ver la realidad por mas que lo intento, es ella, siempre ha sido ella, y yo, por culpa de mi torpeza estoy provocando todo esto, pobre Wendy como he podido hacerle tanto daño”.

“Peter, sigo sintiéndome mal, ¿por qué no haces nada para cambiarlo?, eres un completo inútil”

“No digas eso Wendy, no ves que lo intento”

“Pero no lo suficiente, eres torpe”

“¿Me quieres?”

“Claro Peter”

Y Wendy seguía sentada.

Su voz, tan clara antes y tan chillona como su horrible traje ahora.

“Hasta mis oídos me engañan, como es posible que haya cambiado tanto, ¿que me ha ocurrido?, debo conseguir volver a ser lo que antes fui”.

Llegó un momento en el que ya no podía mirar a Wendy, tan desconocida le resultaba, agachaba su cabeza pues el sentimiento de culpa era tan grande que se hacía casi insoportable la carga. Vagaba como un fantasma por la casa, sin atreverse a decir nada, pues cada nueva acción que emprendía provocaba mayores cambios en ella.

“No me hagas enfadar Peter, ya sabes lo que pasa si me enfado, y tu no quieres que me sienta mal por ello ¿verdad?”

“Perdóname Wendy, por favor, tu misma lo has dicho, soy tan torpe, pero mi empeño es grande”

“Mi empeño, mi empeño, vamos Peter reconoce que eres sumamente vago además de torpe, y si no como explicas el que te encuentres tan solo ¿dónde están tus niños perdidos? ¿Dónde está tu maravilloso país Nunca Jamás?, ni siquiera sabes ya como llegar hasta él. Dependes de mi Peter, soy lo único que te queda”.

“Wendy por favor, ¿me quieres?”

“Claro Peter”

Y Wendy seguía sentada.

Un día, mientras preparaba el desayuno Wendy le llamó.

“Peter, ven ahora mismo”

“¿Que quieres Wendy?”

“Verás, como soy la única persona que se preocupa por ti he cavado un gran agujero en el suelo”

“¿Para que sirve el agujero Wendy?”

“Para curarte, eres tonto Peter hay que explicártelo todo, debes bajar hasta el fondo y quedarte allí hasta que se produzca la cura”

“¿Y mientras?”

“Te vendrá bien pensar un poco y reflexionar sobre todo lo que haces mal”

“Pero Wendy está muy oscuro, tengo miedo”

“Peter no me hagas enfadar, ¡baja al fondo del agujero!”

En aquel instante el brazo derecho de Wendy se alzó, un gran garfio ocupaba el lugar donde antes una mano había. Los ojos de Peter se abrieron y pudo ver a su enemigo cara a cara “Garfio”. No era capaz de articular palabra, comenzó a temblar, tenía que salir de allí, sus pies no respondían, noto un ligero empujón y comenzó a caer, a caer en aquel oscuro y enorme agujero.

Despertó, magullado y dolorido. Una risa estridente se escuchaba, levantó la vista hacia un pequeño foco de luz que se distinguía en la boca del agujero.

Allí estaba Garfio.

“Pobre Peter, pobrecito, ya ni siquiera puedes volar para salir del agujero, ingenuo, no hay nadie en el mundo que pueda sacarte de ahí, solo yo y realmente, no pienso hacerlo. Adiós Peter, me voy para no volver, no podrás soportarlo y te pudrirás en ese agujero, te he vencido, por fin”.

Garfio desapareció, Peter solo y asustado en aquel agujero no daba crédito a todo lo acontecido, mas una leve esperanza surgió pues en ese mismo instante Peter sintió paz.