jueves, 20 de marzo de 2014

La Otra Orilla


 
El Erudito avanza por la calle, se para ante el escaparate y mira con interés las portadas expuestas en la librería de enfrente, siempre hace lo mismo, luego aparece alguien y sostiene una conversación, es conocido en todo el barrio.

El Erudito habla y habla, todos dicen lo interesantes que son sus conversaciones, la cantidad de cosas que sabe, siempre citando libros y frases de escritores célebres. Yo no suelo acordarme de esas cosas, he leído tantos libros , pero nunca he retenido una frase, a veces incluso tengo que devanarme los sesos para recordar de que iba aquel, o aquel otro, pero el erudito siempre lo hace, ¿tendrá una memoria de elefante?.

He decidido dejar de mirar por la ventana y bajar al escaparate yo misma, quizás si me coloco como él, se paren a hablar conmigo. Sin embargo, voy a tener que prepararme algo, no sé muy bien que decir.

¿Qué podría decir?

 Dicen que para ser una gran erudita has de leer un montón de libros.

 Shakespeare y Homero quedan muy bien, te dan un toque clásico que nunca estará pasado de moda. No sé, la verdad es que no veo el toque clásico por ninguna parte, eso sí, las aventuras del Rey de Ítaca son geniales, no tanto los tortazos a diestro y siniestro que se daba cuando estaba en Troya, aquello era un tanto lacrimógeno y sangriento, menudo folletín, que si está se va con este, que si el otro menudo cabreo y se coge a todo el vecindario y se los lleva de guerra, al final, todo se resumía en las ganas de un tío por demostrar el poder que tenía, ya me dirás tu donde está el toque clásico, si esto, está a la orden del día.

Luego está la sección de Julio Verne, Emilio Salgari, Edgar Rice Burroughs…, no eres nadie si no mencionas, Veinte mil leguas, Cinco semanas en globo, el Corsario negro, Tarzán o Sandokan, que fueron los héroes de tus sueños de infancia, y recorriste las bibliotecas en busca de sus aventuras.  ¿De verdad leíste todos esos libros cuando eras pequeño? ¿Todos? ¿O simplemente te los sabes, porque como yo, te comprabas las Joyas Literarias Juveniles?.

Ni siquiera he conseguido terminarme el puñetero libro de BURROUGHS, es el tercer intento y me es imposible pasar del prologo, ¡Joder! Es que no lo entiendo, ¡qué coño de Erudita voy a ser si no consigo entender El Almuerzo Desnudo!.

En fin, podríamos seguir así hasta mañana, esto no me sirve de nada, bajaré y ya se me ocurrirá algo. A lo mejor, al que se pare a charlar, no le apetezca hablar con un Erudito y prefiera tener una conversación más distendida, sin menciones  tipo “Como decía tal y tal, en el libro tal y tal”, puede que solo quiera hablar sobre las flores.

¡He bajado! y he conseguido hablar con alguien. Ha resultado gracioso, el Erudito ha sido quien se ha parado. Al mencionarme sus anteriores conversaciones con otros transeúntes, me ha sorprendido, le he tenido que comentar quienes eran. No sabía que el chico del mono era Vicente el del taller,  que había hablado también con Luisa la panadera o con Fermín, el padre de Ismael el frutero. Tampoco sabía que a Vicente le va mal y que puede que tenga que cerrar el taller, ni siquiera se había enterado de lo contenta que está Luisa porque su hija ha conseguido plaza en la facultad que quería, ni que Fermín, ha colgado sus cuadros a modo de exposición en el club de la tercera edad del barrio, y mira que lo va pregonando. La verdad es que al final he hablado casi todo yo, el Erudito me escuchaba y escuchaba.

Mañana vamos todos a cenar a casa de Fermín. El Erudito sigue parando en el escaparate y conversando con Luisa, Vicente, Ismael,…. A veces incluso se forman grupitos delante de la librería, corrillos en los que se habla de la vida, de los libros, de los deseos, pero eso sí, ahora, siempre, antes de volverse al escaparate, el Erudito mira hacia arriba y me saluda.

El Almuerzo Desnudo no está hecho para mí, pero a William S. Burroughs le encantaría este barrio, algunos pensaran que soy una ingenua por decir esto.

No sé porque llevo cuatro días tarareando esta canción.

“Y aquí todo brilla, y aquí todo encaja bien, en la otra orilla, no hacia pie.”

 

 

miércoles, 19 de febrero de 2014

ESCUCHAS RADIOFÓNICAS


       
     Cuando los elefantes sueñan con la música es el momento en el que despierto, para permitir que las melodías impregnen sus grandes orejas, mientras yo me encargo de invadir al resto con el silencio.

Dejo que duerman hasta bien pasado el amanecer y así su memoria procesa todos los acordes, sin que les interrumpan las falsas notas ni los sonidos estridentes.

Siempre quise trabajar en un circo, Domadora de elefantes, pero terminé como cuidadora, guardadora de sueños.

Cuando los elefantes despiertan de sus sueños, yo me vuelvo a dormir y sueño con ellos, con las canciones que cantarán a su Domadora mientras ella les dirige en su concierto.

Dejan que duerma hasta bien pasado el anochecer, meciéndome en sus trompas y entonando arrullos para así poder cubrir mi silencio.

Siempre quisieron enseñarme a cantar, Profesores del canto, pero terminaron como elefantes domados, cantantes de un sueño que yo les guardo.

*Nota: “Cuando los elefantes sueñan con la música” es un programa de Radio 3 que puedes escuchar si te place en:


 

jueves, 30 de enero de 2014

RECUERDO



Recuerdo tus pies. Como si de una foto se tratara ha quedado su imagen grabada en mi cabeza.
Me encantaban tus pies. Grandes, largos, con las venas muy marcadas y unos dedos prolongados, y una piel increíblemente tersa y suave, blanca. Nunca fuiste de los que toman el sol, pero sí de los que dan largos paseos bajo sus rayos.
Dice un chiste tonto que los pies grandes implican otra cosa pequeña. La verdad es que no lo sé, no lo recuerdo, solo sé que a mí me gustaba lo que hacías con ella, y a ti, también te gustaba lo que yo hacía con ella mientras miraba tus pies.

Como si de una golosina se tratara la saboreaba. Con mi oreja apoyada en tu vientre, escuchando tus entrañas retorcerse de placer. Y tus pies, sus dedos, encogiéndose y estirándose al ritmo que yo les marcaba.
Pero solo miro tus pies, solamente recuerdo tus pies, y aquel movimiento de sus dedos. Porque no debo darme la vuelta, dejar de jugar y mirarte a la cara, y ver aquella sonrisa. Porque me dolerá, y no me lo puedo permitir.

Por eso, sólo, miro hacia tus pies, sólo, recuerdo tus pies.