lunes, 22 de octubre de 2012

Incuantificablemente Azul



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7. Incuantificablemente Azul


 

Despierto. Realmente temprano, algo extraño en mí, siempre he sido de las que les cuesta un buen tiempo dejar las sábanas. Siento la necesidad de ponerme en marcha cuanto antes, un júbilo  por salir al exterior de inmediato y descubrir el nuevo día que llega.  Me visto deprisa, no me cuesta, la noche pasada lo preparé todo, puede que el ánimo que me embarga hiciera ya acto de presencia, como un precursor al día que nace. Abro la puerta y comienzo mi camino. El sol parece haberse quedado dormido. Por una vez la marmota es él y aun debe estar desperezándose, solo el resplandor precedente al amanecer permite distinguir mi camino. Sin embargo, mientras avanzo, su despertador suena, y poco a poco la luz inunda todo dejando ver el esplendido día que comienza. Desde el horizonte lejano, sus rayos emitidos inciden sobre los objetos avivándolos a ellos también, iluminándolos, permitiendo que sus colores aparezcan  pudiendo ser observados. Colores que hoy parecen poseer un brillo especial y que me acompañan como si de una comparsa alegre y divertida se tratara, aunque hay uno que sobresale especialmente.
Azul. Un cielo vivo y palpitante, al que las nubes en este día han dejado solitario para poder ser admirado. Repleto de matices que consiguen emocionarme al instante haciéndome recordar una historia. Una historia sobre las responsabilidades, el esfuerzo y las diferencias, la perseverancia, pero sobre todo habla del amor y la esperanza. Aquella en la que se cuenta, que en los días en los que los azules se intensifican tanto, que con sólo mirarlos sucumbes dejándote llevar por un torbellino de sentimientos incontrolados, un Botonero del Invierno y una Pintora de los Azules están juntos. Y de cómo consiguieron gracias a la ayuda de la Primavera y el Otoño, que dos estaciones tan dispares como el Invierno y el Verano, pudieran llegar a un acuerdo, haciendo que el Invierno se volviera un poco más permisivo y cercano, y el Verano fuera un tanto más responsable y generoso.
Juntos, felices, disfrutando el uno del otro, trabajando en un taller, preparando los botones que servirán para cerrar los abrigos que protegerán a las criaturas durante el invierno y que ya siempre quieren permanecer abrochados. Él, los fabrica de uno en uno, poniendo especial cuidado en hacerlos corresponder a las cualidades que cada criatura posee y que hacen de ellas algo único y valioso. Mientras ella, la Pintora, una vez terminados, los toma y los pinta de un azul creado exclusivamente para ellos, cargado del amor que profesa a su Botonero, ayudada de un pincel  que solamente sus manos pueden utilizar, bellamente labrado y decorado con diminutos botones de nácar.
Siento la brisa de la mañana y un pequeño escalofrío recorre mi cuerpo haciéndome salir de mis pensamientos y agarró con firmeza mi estuche avivando el paso que me lleva hacia mi destino. Detrás, mis campos de hierba pastel, a los que volveré para de nuevo crear mis Azules.
Me aferro a mi abrigo, refugiándome en el calor que desprende y que tanto me gusta sentir, el abrigo de mi piel, abrochado con un precioso Botón Azul que un día me regaló,  ajustado al ojal que el mismo creo en mi cuerpo, perfecto para mantener calientes mis entrañas. En un día como hoy, en el que el Verano y el Invierno, vuelven a reunirse.

sábado, 6 de octubre de 2012

Pinceles Rotos

2. Ojales Abiertos. 


El invierno saboreaba el gozo que el azul de su próximo cielo le había proporcionado, la Pintora de los Azules se superaba a si misma cada estación. Admiraba su esfuerzo y el trabajo que hacía. Se limitaba a cumplir, sin más distracciones, y una vez terminado, bajaba por aquella escalera, esperaba la aprobación de la estación y se marchaba. Siempre lejana,  y más desde hacía ya un tiempo, desde que el sol se convirtió en su guardaespaldas impidiendo que nadie se acercara, obligando a prohibir sus viajes a través de los Reinos del resto de las estaciones como precaución, pues sólo el Verano era capaz de soportar aquel calor abrasador.
Recordaba aquel día en el que uno de sus ayudantes embelesado ante la obra de la pintora, quiso acercarse demasiado para admirar y los gritos de agonía inundaron el espacio, mientras la pintora corría alejándose para evitar que ardiera. Cualquier tipo de contacto se vio limitado, incluso sus presentaciones, aquellas en las que las estaciones previamente observaban las gamas de sus nuevos azules y decidían cuál de ellos era más acorde a su próximo cielo, cosa que al Invierno le resultaba crispante e incómoda, esperar sin conocer hasta el último momento, como sería su azul, no era algo conforme a su manera de trabajar.
No, no le gustaba en absoluto, se encontraba mejor sabiendo que todo se realizaba acorde al plan trazado: llegada al reino de las criaturas, observar el nuevo azul que teñiría el cielo durante su estación y que previamente había escogido, dar su aprobación, enviar a sus ayudantes para finalizar todo el trabajo, repasar con la nieve,  el granizo y la escarcha los últimos retoques y marcharse de inmediato para, según su dictamen, dar orden a los Vestidores para comenzar su trabajo y proporcionar a todas las criaturas los abrigos necesarios. Aquel asunto debía arreglarlo, llevaba ya tiempo pensando en ello,  pero, otras cuestiones de mayor importancia requerían de su atención y el tema solía quedar aparcado.
Abrigos, eso sí era importante.  Al pensar en ellos no pudo evitar un pequeño toque de ansiedad y nerviosismo, ya se acercaba su estación, todos preparados para comenzar a vestir, ni un detalle podía escaparse.
Sin duda alguna el Sastre del Invierno había hallado un digno sucesor, el Botonero daba la talla con creces, sus botones resultaban una alternativa  estupenda a aquellas cremalleras que tantos problemas les dieron. Sin embargo, en ocasiones, muy escasas, pero suficientes para evitar la perfección absoluta que siempre buscaba, algunos botones parecían querer desabrocharse, con lo que la criatura que portaba el abrigo quedaba expuesta y perecía ante la crudeza de la estación.  Resultaba extraño, pues por más que analizaban, buscaban y comparaban, no encontraban el problema, eso sí, las flores de más vivos colores eran siempre las más propensas a sufrir este tipo de accidentes, orquídeas, claveles y tulipanes parecían atraer en mayor grado a aquellos escasos pero mortíferos botones rebeldes. (Las flores son colores y los colores….).
 A sus oídos habían llegado ciertos rumores que circulaban por todo su Reino y como llamaban a aquello, “La Tristeza del Botón”, incluso en una ocasión, trabajando en su despacho estableciendo el orden en el que la nieve haría sus apariciones, escuchó una conversación entre dos de sus empleados en la que hablaban sobre un Botón Azul desabrochado que el Verano quería para sí mismo y algo sobre la Pintora de los Azules y su Botonero, pero hizo caso omiso, no quiso prestar atención. Cotilleos, tonterías, y más viniendo de la estación más malcriada, caprichosa e irresponsable que existía, aunque “¿Para qué demonios quería el Verano un Botón, si los botones eran algo que correspondía al Invierno?”. ¿Podría existir alguna relación entre todo aquello?. Si descubría que el Verano tenía algo que ver ni la propia Primavera podría salvar a ese niño mimado.
Aparcó aquellos reflexiones no quería aguar aquel día tan productivo. El Verano conseguía sacarle de quicio, la Primavera y el Otoño solían mediar en sus justas, aunque de una forma u otra,  aquel consentido siempre lograba lo que quería, el complejo maternal de la Primavera y la excentricidad de la Reina Drag del Otoño eran dos puntos claves con los que el Verano sabía jugar muy bien, la responsabilidad y el compromiso serio, no suelen ser combatientes tan fieros.
Sacudió por fin todos aquellos pensamientos y decidió centrarse en la pintora que fiel a su forma de trabajo esperaba pacientemente su aprobación, más, esta vez, cuando el invierno emitió su veredicto, la pintora no se fue y levantando con sus manos algo que no se podía apreciar dada la distancia, le hizo un gesto haciéndole  entender que se lo dejaba. Extrañado ante aquel imprevisto, envió a recogerlo, asegurándose, por supuesto, que la pintora ya se había alejado. Otro contratiempo más, pero dado que la pintora gozaba de cierto prestigio y su trabajo siempre había colmado sus expectativas, le concedió el beneficio de la duda y decidió hacerle caso. Además, no podía evitar sentir cierta curiosidad.
Su asistente personal le hizo llegar lo que la Pintora había dejado, una cajita de madera, que inmediatamente se dispuso a abrir y en la que encontró, una carta, un pequeño bote de pintura y algo que llamó poderosamente su atención y que no pudo evitar tomar entre sus manos para observar más cerca. Un suave y finísimo pincel, especialmente labrado y decorado con diminutos botones de nácar, que se partió de pronto en dos, sin que el Invierno pudiera evitarlo.

Continua