No pudo hacerlo. Comencé a cantar.
Tal y como él me decía, cantando y cantando sin parar.
En realidad es lo que siempre debería haber hecho.
Pero, ¿Cuál es el fin? ¿Que se busca con ese canto? ¿Atraer marineros
hacia los acantilados y conseguir que sus barcos naufraguen?.
Las Sirenas en realidad cantan
para obtener lo que quieren, y yo tenía muy claro lo que deseaba.
Al principio, Venganza, alimentada por un odio incontenible que crecía en
mí pecho. En estos casos es sencilla y clara, cometer algún acto para hacer
sentir al otro, al que abandona. La indiferencia es un mal que corroe las
entrañas del abandonado y la Venganza se encamina exclusivamente a eliminarla.
Pero una tonta casualidad hizo que todo cambiara, que descubriera que esa
apatía no existía.
Continuaba conmigo, observándome desde las sombras, escondido entre las
columnas de un edificio, agazapado en el asiento de un coche, incluso desde la
ventana del edificio de enfrente. El vecino cotilla del segundo se encargó de
avisarme.
“No quiero resultar entrometido, pero el tipo con el que salías, te
vigila constantemente”.
Sabía que miraba a través de la mirilla, cada vez que subía con él a mi
casa, pero semejante control no lo esperaba. ¡Vaya con el vecino!.
Descubrir que la indiferencia no existía supuso un shock completo, un
cambio de planes. De todas formas, tan incompresible resulta que te abandonen
de repente y desaparezcan, como que te abandonen y se dediquen a vigilarte
después. En cualquiera de los dos casos, siempre se buscan respuestas a esos
constantes porqués, que como cacatúas parlanchinas picotean y perforan tu
cabeza sin piedad.
Así que, comencé a indagar para encontrar, pero eso sí, primero, desaparecí
de su campo de visión, convirtiéndome en su observadora. El Explorador
explorado.
Poco a poco, fui conociendo a todos sus muñecos, comprendiendo su
trabajo, lo que había hecho conmigo, que representaba todo aquel sufrimiento
infringido, y entonces, se clarifico mi objetivo.
Las canciones inundaron a mis compañeros de estantería, canciones de
esperanza, de amor, de sueños e ilusiones, canciones que llenaron aquellas
grietas que él había creado, haciéndolas desaparecer, mientras el escultor
observaba como sus obras le abandonaban.
Sólo tuve que aplicar todo lo que él me había enseñado, su famosa
“Rotura”. Las lecciones habían dado sus frutos y me dedique a romper todo su
trabajo. Romper, rasgar, deshacer, mientras lo hacía, fantaseaba con la idea de
cómo podría llegar a sentirse al ver como una de sus obras se convertía en su
mejor discípula.
Me resultaban absurdos los agradecimientos de los muñecos ya no rotos,
aquellas muestras de cariño que procesaban hacia mi persona, no comprendían que
constituían simples estorbos en mi camino, obstáculos a eliminar hasta alcanzar
mi objetivo final.
Porque la verdad era esa, conseguir ser su única obra, la única a no
perder de vista, a admirar.
Aquella noche, cuando ya todo era sabido, emergió de las sombras que
tanto le gustaban, abalanzándose sobre mí como un loco poseso, armado con un
cuchillo afilado que brillaba en la oscuridad, proliferando alaridos, gritos,
reproches, una furia descontrolada que ni en el mejor de mis sueños hubiera
podido desear, tan tranquilo como era él, tan seguro, tan frio, tan hermético,
parecía una fiera sedienta de la sangre de aquella que destrozó su obra.
Pero yo conocía la forma de parar el arma que portaba en su mano.
Simplemente, dejé que me contemplara, el me había enseñado el mecanismo para
realizarlo, mantenerme escondida, permanecer cerrada, ocultarme, fuera de su
alcance, hasta que cuando yo deseara, abrirme como un libro para ser leído
dejando ver todo lo que él había esculpido.
Su brazo se paró en seco y el amor volvió de nuevo a sus ojos, el amor a
su obra, a su ya única obra, a su Muñeca Sirena Rota, y entonces canté, con
toda mi alma desgarrada, desesperanzada, angustiada, herida, solo para que me viera,
solo para hacerle sentir. ¡Y como sintió!!!,
Buenas Noches mi desamor, Buenos Días mi desamor, Buenas Tardes mi desamor.
Ahora seguiré rompiendo para él, llenaré su estantería de nuevos muñecos
rotos, de obras que yo misma realizaré. Se las ofreceré, se las regalaré, pero
siempre recordando que yo, soy única e insuperable, su Obra Maestra.
De hecho, ya he comenzado el trabajo, incluso he incorporado pequeñas
innovaciones a su estilo, yo no tengo escrúpulos en manchar mis manos de
sangre. La primera ofrenda para mi adorado, una mujer llegada a los cuarenta
que regentaba un pequeño negocio de barrio, una….. peluquera. En realidad, otro
pequeño obstáculo que se interponía entre él y yo, pero esto es un detalle, una
salvedad, de la que el Maestro, no tiene porque enterarse.
Rojo, rojo. Bermellón, escarlata, carmesí, encarnado, rubí,…… me gusta.
FIN
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