jueves, 7 de abril de 2011

DIARIOS DE EXPLORADOR 3

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Algo está fallando.
He observado cambios en algunas de mis obras, pequeños, pero  que pueden llegar a destruir parte de lo que con tanto esmero y ahínco he ido componiendo.
El primero, hará un par de semanas. Estela, mi muñeca número tres.
A simple vista apenas perceptible pero para su creador resultó más que evidente. Esbozó una ligera sonrisa mientras tomaba el café del descanso matinal. Una pequeña y minúscula sonrisa, un leve movimiento de la comisura de sus labios, unas décimas de segundo mientras removía el café absorta en sus pensamientos.
Podría considerarse una simple expresión nostálgica recordando su vida pasada, aquella en la que Estela era una madre coraje, combativa, orgullosa de su descendencia y entregada por completo al cuidado de la misma. Pero no. El movimiento de su boca iba acompañado por un brillo inusual en sus ojos.
Estela trabaja en mi empresa, en la primera planta, reparé en ella un día en la cafetería mientras sostenía una animada charla con sus compañeros. Abandonada por su marido, con dos hijos pequeños y sin ningún tipo de ayuda, afrontó todo con un espíritu de lucha y ánimo de superación ampliamente valorado por su entorno. Estela, la que consiguió sacar a sus hijos adelante y que con orgullo de madre presumía constantemente de los logros que obtenían. Yo solo veía una perfecta compañera de la Soledad, a la que esta, aun, no había conseguido alcanzar.
Resultó sumamente costosa, muy difícil, laboriosa, conllevo un gran esfuerzo y dedicación exclusiva durante mucho tiempo. Ya venía con defectos de fábrica, y por tanto, tuve que, pacientemente, esperar, e incluso ayudar a remendar, para comenzar después, desde el principio, a modelarla a mi gusto.
Descubrí todo su pasado, sentándome en la mesa más próxima a la suya, durante los descansos laborales. Es increíble la cantidad de datos que puedes recoger de una persona, escuchando sus conversaciones con otras, y Estela, hablaba muchísimo. Nunca he tenido contacto directo con ella, toda mi obra fue llevada a cabo por medio de intermediarios que transmitían mis instrucciones, de ahí la complejidad de la misma.
Aquella información que recibía durante apenas unos treinta minutos diarios era ampliada y completada con pequeñas indagaciones encubiertas con sonrisas, confidencias   que me hacían  las personas que la rodeaban. Si quieres saber algo de alguien, vete a uno de sus compañeros y coméntale alguna noticia, algún suceso que te haya sorprendido, al final siempre acabará apareciendo el famoso “Pues yo tengo una amiga a la que le pasó algo parecido y que…”
Rastros, pistas que utilicé para poder ir creando y que al final dieron sus frutos cuando por fin aquellos hijos solicitaron un cambio de custodia, mientras Estela perpleja veía como sus adorados la abandonaban y se iban con un padre que de pronto se convertía en un ídolo, que ella perfectamente sabía, solo estaba hecho de barro.
Todo ello, apoyado por el informe de un profesional, que aconsejaba dicho cambio, debido al estado anímico y poco apropiado en el que se encontraba la madre de aquellos niños (ya adolescentes), y que no resultaba recomendable para el desarrollo de sus personalidades. Un  entorno familiar poco adecuado, decía el buen Doctor.
Lo que se puede conseguir con unas simples llamadas telefónicas realizadas de forma persistente durante un periodo prolongado de tiempo.
Pero centrémonos en los hechos.
Quizás he descuidado un tanto mis obras, tan sumergido he estado en la creación de la última, incluso tras la finalización decidí tomar un descanso, que posiblemente en otro momento estos cambios no se hubieran producido, el ser humano tiene un instinto de supervivencia muy arraigado y en consecuencia se regenera con facilidad por lo que mis obras requieren de un mantenimiento continuado.
Si, considero el descuido como la razón para este contratiempo.
María, la empresaria arruinada, me sorprendió con una documentación en sus manos del Ministerio de Trabajo sobre la formación de nuevas empresas. Jorge, el gran acomplejado, corrió las cortinas de su habitación para que entrara la luz del sol en ella. Incluso mi muñequito Damián hace tres días, clavó su mirada en mí mientras cuestionaba nuestra relación, preguntándome si realmente éramos amigos. Peligroso. Inmediatamente corregí aquello utilizando uno de mis mejores gestos para decirle “¿Cómo puedes plantearme algo así después de tantos años?”.
No debo preocuparme, volveré a ellos y me encargaré de pulirlos para que de nuevo brillen en mi estantería.
Lo único que me inquieta es que no logró dar con mi última obra, ha desaparecido sin dejar rastro. ¿Dónde estás mi pequeña Sirena? ¿En qué lugar te has escondido?

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