Siento una necesidad apremiante por reivindicar todo tipo de actuaciones que se dan en estos momentos, por salir a la calle y gritar a los cuatro vientos cada una de las situaciones que surgen a diario en mi entorno y que me ofenden. Por decirle a la cara a muchos lo injusto y poco cívico de sus acciones, el descaro impune con el que se pasean, la vergüenza que me causa leer los periódicos a diario o ver las noticias en cualquiera de las cadenas televisivas. Me parece haber vuelto a esa adolescencia en la que todo era malo y contrario al ideal a alcanzar, una rebeldía absoluta ante lo impuesto que necesita salir al exterior y materializarse de alguna manera.
Nos comen los tiburones. Siempre han existido, pero en estos momentos parece que el mar se encuentra plagado de ellos, y los pocos delfines que les hacían frente, de vacaciones en Cancún; vacaciones, por supuesto, remuneradas por ciertos escualos muy hábiles y sutiles. Y nosotros, las sardinas, anchoas y caballas, ni siquiera estamos ya en el mar, hemos sido pescadas y enlatadas, apretadas unas contra las otras en un espacio diminuto del que no podemos salir, esperando hasta que alguno de esos tiburones decida comenzar un festín con nuestros cuerpecitos en conserva. Sólo se salvan las rémoras.
Al menos podríamos intentar endurecer nuestras espinas. Imagínate lo que les costaría tragarnos. La primera podrían, la segunda quizás, pero a la tercera …….”PELIGRO, PELIGRO, Producto no apto para consumo, evite el contacto, manténgase fuera del alcance de los tiburoncitos….”
El problema es, que por más que me rompa la cabeza, no consigo encontrar la fórmula para el endurecimiento. Si tienes la respuesta, por favor, llévala a cabo. Te prometo que aun siendo sardina me lanzaré contra ellos para distraerles.