sábado, 20 de abril de 2013

El Tesoro de las Dos Jorobas




Conocí a un Capitán pirata en la barra de una cantina abarrotada. Llevaba un aro dorado en la oreja y bebía una pinta de cerveza rubia. Por aquel entonces yo era parte de un circo y le divirtió mi aspecto de bufón descarado.
Me ofreció enrolarme en su tripulación para divertir a sus compañeros, parecía que mis chistes y cuentos eran de su agrado, probablemente mis dos grandes jorobas tuvieron mucho que ver también en aquel trato, además de una lengua viperina que hacia las delicias de aquel desalmado. Acepte sin dudar, siempre fui un tanto irresponsable y audaz, aunque nadie podía negar nada a aquel Capitán pirata, su espada era famosa en todo lugar, además de su carisma, dotes para la convicción y porte espectacular.
Surcamos los mares en aquel pequeño bergantín, lo llamaba Corcel, como si fuera su Rocinante, veloz y de quilla baja, para poder navegar cerca de la orilla, cuando atacaban la costa en busca de botines extraordinarios.  Las aventuras se sucedían, pronto fueron famosas mis aportaciones en la fiestas de alta mar, y mi gaznate, el mas sediento de aquel pequeño velero y de su almirante. El camino que lleva a pirata no resulta difícil para un bufón mal hablado, ya que si en algo se parecen estos dos ejemplares, es en ser  rufianes de muy alta estofa, dueños de hazañas de lo más dispares, unos con la lengua, y otros con la espada, que al fin y al cabo, sea una u otra, las dos siempre deben ostentar un filo muy bien afinado.
La tripulación fue cambiando, marineros, piratas fieros y bravos, que quizás encontraron cobijo en otros lares, o bajo las aguas de ciertos mares. Mas hubo unos pocos, los más allegados, que siempre permanecieron a su lado. Un timonel, el mejor de los pilotos, capaz de sortear las peores tormentas que se hayan desatado y llevar aquel bajel a cualquier parte; un contramaestre que con gracia divina bailaba al son del ron más añejo y cuyo tupé era admirado por todas las doncellas de los puertos atacados; un vigía que aun siendo corto de vista, detectaba siempre los mejores barcos para ser abordados; y dos hermanos grumetes que sobresalían por sus dotes para el pillaje, y sorprendente sensibilidad para la música divina;  dignos hijos, todos ellos, del sagrado arte de la piratería.
Aquellos fieros abordajes, sedientos de sangre y riquezas, repartos de botines, el contramaestre regalando baratijas a las mozas del burdel, islas perdidas a las que el timonel llegaba y parecía siempre encontrar donde anclar, barcos repletos del oro que el vigía falto de vista parecía oler, poniendo en alerta a una tripulación por el simple arqueo de su ceja izquierda, peleas en los tugurios de dos hermanos grumetes y tesoros de un Capitán pirata que hacia las delicias de una tripulación leal y brava.
Hasta que un buen día todo terminó,  aquel en el que el Capitán Pirata dejo de reír con los chistes del bufón deslenguado, y de prestar atención a los cuentos mejor contados, ni siquiera las dos jorobas que tantos buenos ratos le habían hecho pasar, fueron capaces de una sonrisa destapar. El turno del bufón ya había acabado.
Levaron anclas, zarparon, alejándose por donde una vez habían llegado. “¡¡¡Ordenes del Capitán pirata!!!!!” dijeron, “Es tiempo de partir”.
 No suplique, no puedes esperar clemencia de un pirata sanguinario, y en el puerto me quede mirando al mar que se los llevó,  sin embargo sus lecciones de pillaje las aprendí de forma sobresaliente, pues me quede con su bien más preciado, el diario de a bordo, su libro adorado.
Ahora soy una modesta Bucanera, hago pequeñas incursiones en mares perdidos a los que pocos barcos acceden, capturas que apenas llegan para mantener una tripulación, por lo que me las apaño siendo timonel, contramaestre , vigía y capitán a la vez. A veces escucho en las cantinas las gestas de la tripulación del Corcel, historias del Capitán Pirata. Nunca olvidaré aquella época, los bufones podemos ser truhanes, pero entre risas, burlas y picaresca, siempre se esconde  nuestro lado más romántico, probablemente por eso me he quedado en “Modesta Bucanera”,  demasiado nostálgica para ser un Capitán fiero y bravo. Jamás leí aquel diario de a bordo, puede que sus enseñanzas me hubieran servido de algo, sin embargo lo escondí en un lugar apartado, como si de un tesoro se tratara, como si de otra cosa se tratara, ya que en realidad, el bien más preciado para el bufón deslenguado, fue siempre, el corazón del pirata del aro dorado.

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