Otro relato, de hace un tiempo, que regresa a casa
Allí estaba de nuevo, abrió la guantera para coger los papeles y el aparatito le dio la bienvenida.
Probablemente, el no encontrarlo, habría supuesto una tremenda decepción, lo entendería como una especie de adiós a todas aquellas revisiones que se sucedían cada cinco mil kilómetros. Inspecciones que el ya apuntaba en su agenda y señalaba con un rotulador verde lima limón, el color del aparatito.
Ya se conocían hace tiempo, recordaba la primera vez que apareció y la sorpresa al hallar aquello en un lugar tan poco previsible, pero nunca lo mencionó a sus compañeros, guardó aquel secreto, pues entendió, o más bien deseó, la existencia de una razón para encontrarlo, para que él fuera el descubridor, el elegido, al fin y al cabo, ¿a quién sino entregaba siempre las llaves de su coche?.
La Potente Morenaza y su potente aparatito.
Porque así la llamaba. Dos simples palabras, que con exactitud, describían la impresión causada. Potente, morenaza.
Nunca quiso saber su nombre, ni sus datos, hacia a un lado el aparatito, cogía la documentación y sin ojearla, la llevaba a su compañero administrativo, deshaciéndose de posibles tentaciones en las que caer y evitar así romper la cierta magia que todo aquello tenía.
Así estaba bien, no necesitaba más, volvía al coche, a la imagen del aparatito y comenzaba a soñar mientras realizaba su trabajo.
La imaginaba utilizándolo en aquellos atascos interminables de todas las mañanas, deleitándose mientras los demás soportaban estoicamente pasar los minutos. Qué suerte ser uno de esos vecinos de coche, alegrándose la vista al contemplar como la Potente Morenaza desfogaba sus pasiones, divino atasco mañanero que permite observar a una mujer saciando sus deseos.
Recorría el camino hacia el lugar donde las parejas se esconden de miradas ajenas. Ese prado, esa loma que acoge a los amantes y los envuelve en su manto oscuro. Y ella, situada en el centro del aparcamiento de los gemidos, asumiendo el papel de la excepción que confirma la regla, recorriendo todos los sillones, impregnado de sus olores más recónditos aquella tapicería, mientras el aparatito hablaba con un suave “brrrr brrrrr” y ella contestaba con insistentes y repetitivos monosílabos.
Pero al final, siempre llegaba su visión más deseada, la idea de tenerla subida en el coche, poniendo en marcha el aparatito, mientras él, entre éxtasis y convulsión, hurgaba en las entrañas de su vehículo. Pistones que suben y bajan mientras el lubricante recorre los cilindros, mezclados con aparatitos que entran y salen rociados de fluidos corporales.
La fantasía llegaba a tal punto que se veía obligado a abandonar sus quehaceres y encerrarse en el baño durante un momento para sofocar el grito de su miembro clamando ser vaciado.
Cumplían su cometido, él, realizando un buen trabajo, ella, alegrándole la mañana. Nada más.
Volvería pasadas un par de horas de “Fantasías animadas de ayer y hoy”, y como siempre, se despedirían con una sonrisa acompañada de un guiño y un:
-Su coche ya está a punto
-Gracias, es usted un excelente Mecánico.
Hasta dentro de cinco mil kilómetros, Morenaza.