Nos bombardean con zombis extraños que aparecen invadiendo el mundo, comiéndose humanos indefensos a diestro y siniestro, vampiros sedientos de sangre que surgen de las tinieblas con apetitos voraces y demonios irreverentes provocadores de los dolores más espantosos.
Nos confunden con meteoritos destructores de civilizaciones en declive, profecías de antiguos pueblos en las que el fin está pronto y viajes al pasado con peregrinos extraños en los regresos.
Nos distraen con historias sobre casas encantadas poseídas por espíritus errantes, fantasmas de la noche en busca de respuestas, ánimas en pena pagando por sus culpas y asesinos en serie vueltos de nuevo a la vida.
Nos engañan con vidas de otros planetas, invasores de cuerpos alimentándose de nuestras vísceras, e incluso nos tergiversan las realidades de nuestras propias existencias.
Y nosotros, sumidos en nuestra propia ignorancia tenemos miedo, irracional, absurdo miedo hacia elementos inexistentes, cuando lo realmente terrorífico, está delante de nuestras propias narices.
Sólo tienes que ver el telediario todos los días.
Esta noche, cuando me vaya a la cama, soñaré con una invasión de zombis, asquerosos, pulverulentos y ponzoñosos, porque al menos, contra esos, puedo luchar. No son, jueces, jefes, banqueros, empresarios, millonarios, políticos y toda esa recua que les sigue.
Fantasearé con la idea de conseguir una gran estaca e incrustársela al vampiro que aparecerá en mi habitación, mientras intento olvidar como aquella millonaria declaraba abiertamente que sus obras benéficas iban destinadas solo y exclusivamente a los animales, pues los niños entre la basura, no le producían la menor de las compasiones frente a un perrito abandonado.
Imaginaré mi sable laser, verde lima-limón, con el que me cargaré los alienígenas invasores, a la vez que elimino de mi cabeza como un fiscal confiesa que la justicia “debería” ser igual para todos.
Inventaré un escudo para proteger el planeta de la llegada de la gran roca destructora, repudiando la imagen de unos inspectores de trabajo entrando en un lugar , para salir, tras un breve instante, con maletines sospechosos, sin preguntar, sin indagar, sin resolver.
Y sobre todo, divagaré con las formas de exorcizar la casa encantada con hechizos imaginarios, no teniendo que pensar en lo que nos vemos obligados a hacer para conservar un trabajo, o simplemente tenerlo, olvidando todo aquello por lo que nuestros padres lucharon y consiguieron, y que nosotros, con nuestros actos, estamos traicionando.
Tengo mucho miedo.