Erase una vez una persona que tenía una piscina.
Disfrutaba de ella. Nadaba, buceaba deleitándose en sus cálidas y transparentes aguas, agradable sensación y bienestar cotidiano, por ello, la persona, día tras día continuaba sumergida en ella sin querer salir.
El tiempo transcurría, y la persona, tan encantada como estaba, no se dio cuenta, que poco a poco, el agua de aquella piscina perdía temperatura, su cuerpo se había aclimatado tanto a ella, que los cambios inapreciables en el día a día no alteraban el placer que tanto le provocaba.
Hasta que llegó el fatídico momento en el que el frío era tal, que el cuerpo de la persona no pudo soportarlo. Intentó salir, pero su cuerpo agarrotado, no le permitía el movimiento. Y se hundió, se hundió en aquellas aguas cristalinas que tan agradables habían resultado y que ahora solo provocaban dolor.
Sin embargo, cuando todo parecía perdido, una mano surgió de la nada, una mano a la que la persona se aferró, consiguiendo sacarla de aquel frio témpano de hielo. Y le enseño el mar, una gran piscina en la que podría sumergirse de nuevo, enorme e inexplorada, terrible pero maravillosa. “Cuanto miedo le dio”. Pero la persona confió, olvidando todo el recelo y recordando simplemente la dicha que el agua le proporcionaba, así que, sin pensarlo dos veces, se zambulló, de cabeza.
No fue culpa de nadie, ni siquiera una mano podría haberlo presagiado, quien iba a esperar que un tiburón acechara. Atacó cuando la persona había comenzado a disfrutar. “Despiadado escualo”. Pero la persona se defendió y consiguió ahuyentarlo, mas no pudo evitar unos pequeños rasguños en su piel.
Salió del agua, la mano seguía allí, y la persona, pensó “Mañana, cuando vuelva, solo miraré y quizás otro día…..”.
Me alegra que hayas vuelto a escribir. Se te extrañaba
ResponderEliminarGracias Asura, un placer hacerlo.
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