Mediocre.
Ni siquiera eres un buen malo. Las venganzas te resultan un trabalenguas
desproporcionado, quedándote a medio camino entre la vulgaridad y el ridículo, con
deseos grotescos y carentes de sentido , de hazañas ilusorias
plagadas del más puro morbo barato.
Mediocre.
Excesivamente pretencioso y ambicioso, a la par que inculto
lingüista totalmente depravado. Y lo eres porque
serlo no conlleva minutos disfrutados, pues son fingidos y totalmente
figurados, periodos perdidos en un limbo que tú mismo te has creado, alimentado por otros sedientos del banal escenario, sin atisbar que ellos son los
listos, y tú, y tu ego, los que están al otro lado.
Mediocre, y más mediocre.
Observándote pasmados, sin comprender por qué durante tanto tiempo nos
has acompañado, sintiendo nuestra parte de culpa por prestarte la atención que
nunca deberíamos haber centrado, avergonzándonos por lo preciado que fue descuidado.
Pero aquí seguimos sentados,
porque ser mediocre no requiere de ningún plan
trazado, ni siquiera de energías
vanas para demostrar ser el mejor en algo, esfuerzos que no existen y que no
deben ser realizados. Y así vivimos sin proporcionar pistas, sin descubrir
nuestros hallazgos, siendo mediocres ante la caja de cartón frente a la que
todos los días nos colocamos, mirándote a ti, mediocre, como haces el papel que
siempre te ha gustado.