Doña Candela era una mujer amable y educada. Nunca había padecido
carencias, ni siquiera de niña. Procedía de una familia acomodada a la que
antaño se llamaba alta burguesía, de la que aún quedan rescoldos serviles en
ciertos lugares.
Gozaba de una buena posición gracias a un negocio familiar fructífero que,
tras la muerte de su padre, pasó a manos de su marido y más tarde dirigió su
hijo mayor.
Era una mujer de familia, siempre cuidando de sus cuatro hijos, tres
niños y una niña, disponiendo de
personal que cubría sus necesidades básicas, permitiéndole así pasar más tiempo
con ellos sin necesidad de tener que perderlo entre cacerolas o fregonas.
Guardaba la compostura, nunca
levantaba la voz ni decía palabras malsonantes, todos alababan sus
formas y su saber estar, cualidades que cubrían las carencias educativas y
culturales que en ciertas mujeres de sus años aun aparecían, y que dada su
posición y disponibilidad para poderlas haber suplido siendo niña, hubieran
llamado la atención si no fuera por su buen saber escuchar. Pocos sabían que su
padre no le permitió continuar con sus estudios, dedicándola al práctico y útil
arte de los bordados de pañuelos, manteles y sábanas.
Su vida se centraba en: una visita diaria a la empresa de su padre, llevándole
el almuerzo en una cestita de mimbre, cubierta con un pañito que ella misma
había bordado, largas tardes de puntadas que se veían interrumpidas por ir a la
iglesia del pueblo a escuchar el tedioso
rosario, de vez en cuando, alguna fiesta con baile que en contadas ocasiones
podía disfrutar y charlas con amigas del colegio que tuvo que dejar.
Sin embargo, aun siendo tan escasa su vida social, pudo conocer a su
marido, un empleado de su padre, con el que se casó con apenas 18 años.
Se dice que el día de su boda, Doña Candela irradiaba felicidad, pero no
sólo por casarse con quien quería, sino por cierta venganza perpetrada hacia un
padre bastante intolerante, que veía como su única hija se casaba de forma
repentina con un empleaducho del tres al
cuarto. Hubo también algún chistoso que bromeaba con que Caperucita Roja se había
topado con el lobo, sin que el leñador hubiera podido llegar a rescatarla y se
había comido el famoso almuerzo de su cestita. Deberíamos añadir también que el
hijo mayor de Doña Candela nació sietemesino. A pocas palabras, buen entendedor.
Algunos podrían decir que tuvo una vida feliz, si se consideran como “pequeños
inconvenientes” todos aquellos relacionados con las constantes noches en vela,
esperando la llegada de un marido, cuyas reuniones de negocios mantenían
alejado y que siempre, por lo que Doña Candela veía, consistían en regresar a
casa un tanto bebido y oliendo a extraños perfumes que ella nunca le había
regalado. Pero Doña Candela era una mujer educada a la antigua usanza, y
consideraba que su papel se limitaba a entender aquello como algo normal en
hombres ocupados, que trabajaban de forma constante, para dar a su familia las
comodidades que la suya poseía.
No solía salir mucho, y cuando lo
hacía, casi siempre acompañada de su marido, comidas y cenas a las que debían
asistir, y aunque después de casada se sacó el carnet de conducir, apenas había
cogido un coche un par de veces, y eso que disponía de un Audi A5, pero era su
hijo mayor quien lo utilizaba. En cuanto a viajar, muy poco, su marido siempre
lo hacía por negocios, las vacaciones eran algo que un hombre de negocios no
podía permitirse, hubo una ocasión, pero se sintió tan sola que prefirió
quedarse en casa. Su marido sin embargo, aun estando retirado, continuaba
haciéndolo, acompañando a su hijo que necesitaba de los sabios consejos de su
padre para poder seguir dirigiendo el negocio.
Pero un buen día, Doña Candela, conoció a Eloy García.
Eloy era un empleado de la Gestoría que llevaba todo el papeleo del
negocio familiar. El hijo mayor de Doña Candela, una vez asumida la dirección
de la empresa, estimó conveniente contratar sus servicios, dado el volumen y dimensiones que ya había alcanzado el negocio.
Eloy llevaba poco tiempo trabajando, era un licenciado en Económicas con un máster
en Marketing y Dirección de empresas, un título recién obtenido, y un contrato
basura que le otorgaba las funciones de chico para todo, entre las cuales
destacaba la de recadero, ejercidas, por supuesto, en su coche de segunda mano,
con una gasolina cuyo coste se encontraba incluido en la supercuantiosa nómina,
que ni siquiera alcanzaba las cuatro cifras. Aun así, Eloy, cumplía con su
trabajo, dada la responsabilidad y
empeño que ponía en todo lo que hacía.
Doña Candela siempre firmaba papeles, en alguna ocasión se había
interesado por ellos, pero tanto su marido como su hijo siempre le repetían lo
mismo “No tienes que preocuparte por estas cosas, ya estamos nosotros para
esto, fírmalos, sólo son papeles, tu tranquila, además, no los ibas a entender
y ni falta que te hace, ocúpate de la casa y de tus nietos que lo haces de
maravilla y nosotros, seguiremos preocupándonos por darte todo lo que tienes”.
Así que cuando Eloy llegó por primera vez a aquella casa, encontró a una
mujer entrada en los cincuenta, con perfectos modales, que le invitaba a un
café con pastas.
-
Tómate el café que hace frio y te sentará muy
bien, mientras, iré firmando los papeles que me has traído.
Sin embargo Eloy era un honrado empleado, y contestó a Doña Candela.
-
Nunca debería firmar nada sin haberlo leído
antes, Señora.
-
Tranquilo hijo, no importa, de todas formas no
entenderé nada.
-
No se preocupe Doña Candela, todo lo que usted
no entienda se lo explicaré sin ningún problema, y cuantas veces haga falta.
Y Doña Candela comenzó a entender.
Durante dos años Eloy acudió a casa de Doña Candela como un simple
recadero portador de papeles. De puertas adentro, el profesor instruía a su
aplicada alumna en los menesteres de un negocio familiar más que lucrativo.
A día de hoy, Doña Candela dejó de existir, ahora es Candela Ibáñez, “Quítame
el Don y súbeme el sueldo”, como dicen sus empleados entres risas y bromas. La
empresa sigue siendo lucrativa, ha optado por desarrollar el negocio y sus
nuevas prestaciones, el departamento de I+D ha tenido mucho que ver en ello. Costó
un gran esfuerzo, pero con ayuda de todos fue conseguido, Candela cumple sus
promesas. Todos los empleados están convenientemente remunerados, incluso la
plantilla ha sido ampliada para poder establecer unos turnos más adecuados,
además, cada uno de ellos posee una pequeña participación en la empresa, lo que
supone un aliciente y por supuesto un extra, dados los beneficios que a final
de año se reparten. El aumento de nóminas no supuso ningún esfuerzo,
simplemente, la cuenta de gastos, dejo de ser tan dilatada por la desaparición
de desvíos mensuales a cuentas de otros, digamos mejor, a otras, viajecitos de negocios y tampoco la dueña de
la empresa regresa a su casa un tanto bebida y oliendo a perfumes extraños,
cosa que ahorra una gran cantidad de dinero.
Es una mujer divorciada, que cuida de sus nietos como la mejor de las
abuelas y que siempre firma papeles que antes ha leído, gracias a su flamante
gerente, Eloy García, con el que sigue tomando café con pastas todos los días,
y a sus otros tres hijos, dos de ellos trabajan en la empresa, su hija lleva el
departamento de I+D, el pequeño decidió estudiar emergencias sanitarias y
trabaja para el Samur.
En cuanto a su ex marido y su hijo mayor, no les falta de nada, Candela se ocupa de ello, sus historias sin embargo,
no merecen ni ser contadas, eso sí, todos los días, cuando acude a las clases
de la universidad de mayores, acerca a su hijo mayor a su nuevo trabajo, le han
quitado el carnet momentáneamente por falta de puntos. Candela en cambio
dispone de todos, los pudo recuperar, tras aclararse cierto asunto con el Audi
que nunca utilizaba, siempre circulaba a velocidades superiores a las
permitidas.
Tiene 62 años, un Seat Ibiza rojo, nunca le gustó el Audi, con algún que
otro rayón, la columna del garaje, está en un grupo de baile, salsa y merengue,
alguna de sus parejas le lanza piropos que ella recibe muy gustosa, y a veces,
cuando se enfada, chilla y dice “Porras”.