Recuerdo tus
pies. Como si de una foto se tratara ha quedado su imagen grabada en mi cabeza.
Me
encantaban tus pies. Grandes, largos, con las venas muy marcadas y unos dedos
prolongados, y una piel increíblemente tersa y suave, blanca. Nunca fuiste de
los que toman el sol, pero sí de los que dan largos paseos bajo sus rayos.
Dice un
chiste tonto que los pies grandes implican otra cosa pequeña. La verdad es que
no lo sé, no lo recuerdo, solo sé que a mí me gustaba lo que hacías con ella, y
a ti, también te gustaba lo que yo hacía con ella mientras miraba tus pies.
Como si de
una golosina se tratara la saboreaba. Con mi oreja apoyada en tu vientre,
escuchando tus entrañas retorcerse de placer. Y tus pies, sus dedos,
encogiéndose y estirándose al ritmo que yo les marcaba.
Pero solo
miro tus pies, solamente recuerdo tus pies, y aquel movimiento de sus dedos.
Porque no debo darme la vuelta, dejar de jugar y mirarte a la cara, y ver
aquella sonrisa. Porque me dolerá, y no me lo puedo permitir.
Por eso,
sólo, miro hacia tus pies, sólo, recuerdo tus pies.