Alguien me dijo un día que no había permitido a mis heridas transformarse en callos.
En realidad, mis heridas no se han convertido en nada, siguen ahí, exactamente igual a cuando fueron inflingidas.
Durante algún tiempo intente curarlas, los médicos sencillamente me dijeron que debía ser algún problema con las plaquetas, la coagulación falla, pero toda esa teoría se vino abajo cuando al aparecer nuevas, mis plaquetas funcionaron a la perfección y desaparecieron.
Así que, me atiborraron a pastillas y antibióticos, haciendo un intento desesperado para evitar que las antiguas se infectaran.
Aquella medicación consiguió sus frutos, impidió la contaminación del resto, pero ya se sabe que todo tratamiento tiene efectos secundarios. Consiguieron que olvidara, creando un gran muro de piedra maciza, una cárcel maldita en la cual encerraron mi esencia vital.
Olvídate de todo, me decían, olvidando se es más feliz.
Que incongruencia. Si olvidas, no recuerdas y si no recuerdas ¿Qué es lo que queda?.
Me olvidé de todo. Del tiempo, no obstante creo que fue más bien él quien se olvido de mí, dejándome en el limbo del desconocimiento. Incluso hasta de mi misma, sin embargo no sabía cómo hacerlo pues se me había olvidado cómo se olvida.
¿Qué es mejor, ser tu misma la que olvida u olvidar que los demás olvidan?.
No lo sé, lo olvidé.
Transformada en un zombi me encaré de nuevo al mundo. No sirvió de nada. Mi esencia vital golpeaba las paredes de su encierro, luchando por su libertad. Golpes y más golpes, llamando constantemente, martillo destructor, machacando sin cesar, rogando por su rescate. Hasta que un día, consiguió abrirse paso.
El batacazo es tremendo. Toda una montaña se viene abajo, mientras tú contemplas inmóvil, sintiendo como te arrastra ese amasijo de sentimientos y sensaciones, transformados en piedras, rocas y tierra. Avalancha de recuerdos.
Deje la medicación, deje de escuchar a los médicos, contemple mis heridas abiertas y comprendí que viviríamos juntas para siempre.
Sangran todos los días. Noto mi corazón bombeante, motor increíble que me mantiene viva. Echo un vistazo a esa sangre que fluye y se escapa, dejándome hechizar por ese rió encarnado que se forma sinuoso, perdiéndose para siempre en profundidades abismales a las que no consigo llegar.
Aunque, la mayor parte del tiempo, intento fijar mi vista en las partes de mi cuerpo sanas aun.
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