Conocí a Laura un día paseando por el Retiro, ensimismado en mis pensamientos, plagados de, que voy a hacer con mi vida, cuarentón en paro, dedicando sus ratos a escribir la novela de su vida, viviendo de unas pequeñas rentas obtenidas a través de una herencia familiar…… Llevaba cierto tiempo andando, y encontrándome en cierta manera cansado, me senté en un solitario banco.
Tan absorto estaba, que no reparé en ella hasta escuchar un fuerte
-¡Cuidado¡¡¡, que te sientas sobre mí.
Mis disculpas fueron inmediatas, pero ahora, después de saber su historia, creo firmemente que realmente no la vi, y cuando digo “No la vi”, es completamente cierto, ya que mis ojos, no eran capaces de vislumbrarla. Resultaba invisible para los mismos.
-¿Me ves?
Extraña pregunta, pero no tanto, si la información llegada a tus sentidos, es la de una figura un tanto difusa que no acabas de apreciar.
De aquel día poco recuerdo, si a imágenes nos referimos. Me resulta difícil poder describir dadas las circunstancias, la figura de Laura, se hizo más nítida, a medida que fueron pasando los días y nuestras conversaciones fluyeron.
Sin embargo, lo que si rememoro a la perfección, es una suave voz, un tanto grave, que acompasaba las palabras, pareciendo escuchar una melodía , y una suave y fresca fragancia a hierba recién cortada, mezclada con el aroma que las rosas desprenden al atardecer.
- ¿Me estas viendo?.- Volvió a preguntar.
- Si claro.- Respondí.
- Hace tanto tiempo que nadie me ve, en realidad es algo que deseé.
- ¿Cómo alguien puede desear algo así?- Pregunté.
Durante dos semanas volví a aquel banco, catorce días en los que mantuve con Laura conversaciones de todo tipo mientras relataba su historia.
Literatura, Arte, Música, …….
Una mujer versada, cuyo nivel cultural superaba con creces al de la mayoría, pero que en ningún momento generaba en mi persona, sentimiento alguno de inferioridad o mal estar.
Laura, era capaz de contarte como una enfermedad de la patata, fue la causante de la muerte de un millón de irlandeses a mediados del siglo XIX y el desencadenante principal de la emigración de los mismos hacia tierras americanas, y de pronto, cambiar radicalmente de tema hablándote de una iglesia románica situada en la provincia de Zamora, relatándote todo tipo de entresijos surgidos en su construcción, aportándote detalles sobre fechas exactas de equinoccios en los que los rayos de sol incidían directamente sobre el relieve de dos ángeles elevando un alma al cielo, asemejando en ese momento cobrar vida tales figuras.
Todo ello, intercalado con pequeños retazos de su historia, ya que, según ella, el hablar constantemente de uno mismo, se consideraba de muy mala educación, además de resultar de un gusto nefasto.
Aquellas conversaciones, se extendían durante horas hasta casi entrada la noche viéndonos obligados a abandonar nuestro banco parlante con prisas, casi corriendo algunas veces. Y digo conversaciones, puesto que aun pareciendo que solo fuera ella la que relatara, contara historias, conseguía participaras de las mismas, pareciéndote al final eran tuyas. Ella aportaba los datos y tú los disponías a tu manera.
Si me rezago hablando de ella, y no centrándome desde el principio en su extraña historia, es debido a que desde mi punto de vista, y así lo siento, Laura, además de ser protagonista de un suceso, llamémosle peculiar, merece ser descrita, recordada, conocida por su persona, por su capacidad de conversar, por la agradable sensación que infundía su compañía, por su encantadora voz, tantas y tantas cosas, y no solo por ser una mujer que un día deseó algo que le fue concedido.
Quizás lo resuma mejor diciendo, que la persona de Laura, ha sido tan importante o más, como su historia.
Todo comenzó, cuando según ella, sufrió cierta decepción. Para muchos, una decepción normal, cotidiana, algo que a todos en cierto momento nos ha acontecido. Como ella decía, se hartó de escuchar consejos y frases hechas que de nada servían, y contrariamente, a lo que los demás intentaban, más la sumían en una tristeza de la que no era capaz de salir.
Nunca me explicó en qué consistía aquella decepción, por mucho que rogara durante aquellos días, ella siempre insistía en que la causa originaria, prefería guardársela para si misma. Supongo y ahora quizás entiendo, no se sentía capaz de volver a escuchar consejos baratos de nadie.
Así que sin más, una noche, aburrida y hastiada de los demás, deseo ser INVISIBLE.
Y lo consiguió.
Comenzó por dejar de hablar, no cogía el teléfono, no contestaba al interfono de su casa, salía a la calle dejando de saludar.
Al principio fue difícil, hay gente que se resiste a dejar de verte, pero con el tiempo, las personas desertamos y continuamos nuestro camino.
Poco a poco, logró pasear sin que nadie reparara en su persona, incluso cambió de indumentaria, utilizando otra de tonos mas apagados y grises.
La gente comenzó a tropezar con ella por las calles, signo evidente de su cada vez más difusa figura. Una vez incluso consiguió salir del supermercado sin pagar al no ser capaces de cobrarle
- Todos tienen prisa, nadie quiere guardar la cola, van adelantándose y adelantándose, y tu, cada vez más atrás hasta que ya no te ven
Dejó su trabajo como profesora de literatura, obteniendo un puesto en una gran multinacional, donde montones de despachos se agolpaban unos al lado de otros, detrás de cientos de papeles, cientos de ordenadores, cientos de archivos, cientos y cientos de cosas. Allí nunca fue Laura García, era, simplemente, el despacho 209.
Su única compañía permitida, eran sus libros y unos destartalados cascos, donde escuchaba sin cesar el álbum Stars de los Cranberries.
Muchos podrían considerar que Laura se aisló del mundo, sin embargo, ella siempre decía que eso era una tonta excusa para no ver la realidad, bueno, en realidad, el caso era no ver.
Se consideraba un animal de costumbres. Recorría todos los días laborables el mismo trayecto desde su casa al trabajo, utilizando tres líneas diferentes de metro repletas de gente hacinada en vagones, donde Laura se perdía entre piernas y brazos ajenos.
Un día le pregunté si pagaba el metro. Ofendidísima me contestó que sí, por supuesto, durante una semana había confirmado su invisibilidad colándose sin pagar, pero una vez comprobado, consideraba muy poco cívico por su parte continuar haciéndolo.
- Una cosa es desear ser invisible y otra muy distinta el ser una estafadora.
Paseaba todos los días al atardecer por el Retiro, sentándose siempre en el mismo banco, nuestro banco parlante, y todos, todos los sábados, excepto aquellos impedidos por la climatología adversa o la política del establecimiento, visitaba el zoo.
- Cuando deseé ser invisible, solo lo hice pensando en las personas, nunca incluí en ese lote a los animales.
Acudía a conciertos, veía películas en los cines del barrio y nunca se perdía una buena obra en la temporada de ópera.
- La invisibilidad, impide la venta de entradas de todo tipo en las taquillas, pero una vez descubres la posibilidad de comprar todo lo deseado a través de internet, es sencillo, lo mejor es observar la cara del acomodador, cuando una entrada aparece en su mano, como por arte de magia.
En muchas ocasiones, discutimos sobre la necesidad de las personas para relacionarse con otras, en mi caso, aun siendo un solitario por gusto y decisión propia, siempre acudía regularmente a las casas de familiares a pasar tardes regadas de cafés, u organizaba tertulias nocturnas con amigos, donde los riegos eran de graduación mayor. Sin embargo, ella defendía la paz conseguida con aquella invisibilidad y que, aun echando de menos, en ciertas ocasiones, las conversaciones o el calor de otros, el volver a mostrarse junto a sus consecuencias, resultaba un precio muy alto en relación.
- Pero entonces Laura, si no existe necesidad por tu parte, ¿Por qué de estas conversaciones?
- Eso es algo que tú tendrás que descubrir.
Me crispaba un poco cuando comenzaba con sus pequeños misterios.
Cumplido el día número catorce de nuestros encuentros, sentados en el banco parlante, interrumpió de pronto una animada charla, sobre la doble moralidad de ciertos políticos norteamericanos, tan pulcros y beatos en la calle, tan carnales y viscerales detrás de las puertas de sus casas, diciéndome que ya no la vería mas.
- A partir de mañana no me verás
- ¿Cómo dices?
- Mañana seré invisible para ti.
- Pero Laura, ¿aun sigues pensando que eres invisible?, yo te veo, constantemente, incluso si cierro los ojos puedo hacerlo.
- A partir de mañana no lo harás.
Continuo conversando, consiguió hacerme olvidar aquella interrupción, pues recuerdo el despedirme tal y como lo hacía todos los días, con un hasta mañana a la misma hora.
Al día siguiente, camino del Retiro como todos los días, recibí una llamada. Era un buen amigo instándome a reunirme con él de manera urgente.
Un buen amigo, al que dejaba ojear los pesados y poco digeribles capítulos de mi inacabable novela, pero que desde hacía dos semanas, había comenzado a leer unas cuartillas desperdigadas, a las que yo no daba excesiva importancia, y que bautizó con el nombre de pequeñas San Juanadas, en honor a su autor e incluyendo el término San, al considerar, entre risas y bromas, el haber recibido cierta ayuda divina para escribir aquello.
Parece que un par de días atrás, tomó aquellas hojas, llevándolas consigo sin yo saberlo a conocidos suyos, mostrando estos, un interés inmediato, en conocer al autor de las mismas.
Raudo y veloz me apresuré acudiendo donde mi amigo me solicitaba, presentándome en el lugar indicado donde conocí a los que a partir de aquel día serían mis editores.
Aquellos papeles embadurnados, fueron los primeros de una larga lista de relatos, que fui escribiendo sin parar, a lo largo de los dos siguientes meses.
Encerrado en mi pequeño ático, escribí y escribí sin cesar, hasta terminar aquella fantástica saga surgida de mi mente.
Y en el preciso instante en el que la última palabra fue escrita, su nombre volvió a mí. “Laura”.
Corrí hacia el Retiro, hacia el banco parlante, la busque durante horas, durante días, semanas que se transformaron en meses, recorrí una y otra vez el camino del que ella me habló para llegar a su trabajo, pregunté en todas partes , en su casa, nadie sabía nada.
- Si, la vecina de arriba, nunca la he visto pero si, está por ahí, a veces la escucho cantar.
Incluso estuve en el famoso despacho 209 unas cuantas veces, pero nunca encontré a nadie.
- No tengo ni idea, el trabajo está hecho y eso es lo que cuenta.- Me decían allí.
Visité el zoo los sábados, con la esperanza de encontrar un mono parlante como nuestro banco, o un elefante cantarían, dándome alguna pista. Tampoco tuve suerte.
Hasta que un día desistí.
Continuo escribiendo, he logrado cosechar cierto éxito, gracias a mis “San Juanadas” y algunas columnas de autor en unos pocos periódicos nacionales. Mis tertulias regadas con licor son bastante más asiduas y en alguna ocasión, han sido trasladadas a un programa de radio, pero más importante si cabe, es la satisfacción personal que todo ello ha supuesto.
Echo de menos a Laura, ojalá pudiera verla, quizás algún día cuando ella decida, vuelva a mostrarse y me permita vislumbrarla.
Sigo paseando por el Retiro, sentándome en nuestro banco parlante, cierro los ojos transmitiéndole un gracias. He comprendido que nunca tuvo necesidad de mostrarse, el necesitado era yo, ella era la generosa. Es entonces, cuando me llega una fragancia a hierba recién cortada, mezclada con el aroma que desprenden las rosas al atardecer, acompañada de una voz suave, con cierto tono grave, tarareando el Just my imagination de los Cranberries.
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