Hacía tiempo que se notaba extraño. Algún tipo de rareza que envolvía su cuerpo en un insólito estado de vacío, que de inmediato era rellenado. Una especie de nada que inundaba su ser para luego desaparecer, como si nada.
Pequeños instantes en los que existía un cambio, aunque no conseguía descubrir lo que realmente variaba. La sensación de vacío aparecía de pronto, sin avisar, transformada en una aparente zozobra, un pequeño mareo. En cualquier momento, trabajando, paseando, incluso a veces conduciendo, sin ningún tipo de orden ni concierto. Indisposiciones, en algunos casos, extremadamente preocupantes y peligrosas, por las circunstancias en las que acontecían, lo que le llevo a pensar en alguna deficiencia física que pudiera estar alterando de alguna manera su estado, sin ningún resultado evidente, constatado mediante infinidad de pruebas a las que se sometió.
Sin embargo, pasaba, el cambio se producía, durante aquel pequeño instante, algo perdía para ser reemplazado su lugar, por otro algo de inmediato. Pero, ¿cómo encontrar lo que recuerdas haber perdido sin saber siquiera que es?.
Comenzó a apuntar aquellos cambios, cuando se producían y con qué frecuencia, pues, a medida que iba pasando el tiempo, la sensación de pérdida también comenzaba a desaparecer. No, no desaparecía, simplemente no recordaba el haberla tenido. Pensó que tal vez, su memoria le jugaba malas pasadas, pero no resultaba lógico olvidar y recordar el tener que apuntar cuándo y cómo se producía.
Cómo los episodios se sucedían con una periodicidad mayor, empezó a acostumbrarse. La sensación de vértigo ya no era tan intensa, o probablemente, su cuerpo había desarrollado ya una especie de inmunidad, que le proporcionaba la estabilidad necesaria, para no dejar que aquella zozobra le hiciera caer. Pero allí estaban las notas, para demostrar que las pérdidas continuaban, y cada vez mayores. Hasta que un día, y por una tonta conversación sobre lo mal que había descansado, consiguió descubrir algo.
“¿Habrás tenido muchas pesadillas?”.
No, ni siquiera recordaba la última vez que había soñado, porque una cosa es no recordar los sueños a la mañana siguiente, pero otra muy diferente, es no tenerlos. Los sueños habían desaparecido de sus noches, ni siquiera era capaz de soñar despierto. Intentó recuperarlos haciendo ejercicios mentales en los que imaginaba lugares y personas, circunstancias que no se habían dado en la realidad, incluso cerraba los ojos por si le resultaba de ayuda y así poder concentrarse mejor. Imposible, lo real siempre volvía de inmediato sin permitir continuar la situación imaginada.
Viajó hasta el instituto del sueño y allí le confirmaron lo que sospechaba, no soñaba, pero también le advirtieron de la cantidad de casos que se daban desde hacía un tiempo. No era el único, parecía una especie de virus apoderándose de todos poco a poco.
Y llegó la respuesta, en forma de paquete postal, sin remitente. Lo desenvolvió cuidadosamente hallando una especie de urna funeraria junto a un sobre de color azul lacrado. Destapó con cuidado la tapa que la cubría para descubrir en su interior un montoncito de cenizas que volvió a cubrir de inmediato por temor a que una traicionera ráfaga de viento hiciera de las suyas. Cogió el sobre, lo abrió, y leyó el contenido de la carta que portaba.
Estimado caballero:
Nos llegó el cadáver tal y como usted se propuso, más y más cadáveres que como el suyo aparecen a diario.
Quien nos lo hubiera dicho hace tiempo, una fábrica como la nuestra, obligada a abrir esta sucursal de pompas fúnebres, en la que ahora resulta ser el departamento con mayor trabajo. Nos hubiéramos limitado a cumplir su deseo, enterrando simplemente, pero que sería de nuestra fábrica sin la esperanza. Ella nos llevó a preguntamos si quizás su propósito no había sido el adecuado, o tal vez si ni siquiera había sido un propósito. Así que, guiados por ese motivo, por esa duda, nos hemos tomado la libertad de construir una gran incineradora en la que quemamos lo que nos envían.
Le hacemos entrega de la urna en la que se encuentran las cenizas de la suya.
Esperanzados en que su "Imaginación" sea como el Ave Fénix y resurja de sus cenizas, le saluda atentamente
El sueño de una esperanza
iluminó la noche del pintor de barba descuidada. Le habló de un cuerpo mutilado
que vagaba buscando sin cesar su cabeza extraviada. Quiso complacerla, a su
esperanza, y por ello comenzó a pintar
aquel cuadro, una obra en la que dibujó la cabeza que él había imaginado.
Por las noches la llamaba,
indicándole en que parte del lienzo se encontraba, pues sus trazos irregulares
parecían no obedecer a sus dedos, y ella, su esperanza, respondía aclarando el
camino, despejando la senda que poco a poco descubría los rasgos.
Cuando por fin la cabeza
fue acabada, tras largas noches de palabras y pinceladas, unos suaves golpes interrumpieron la
admiración de aquella obra. Pero el artista no quiso escucharlos, entusiasmado
como estaba al contemplar lo logrado.
Pobre esperanza, aquella
vez era ella quien llamaba. Así que ella, su esperanza, volvió tras sus pasos
con su cuerpo mutilado. Sin haber logrado llegar al lugar del que jamás hubiera
regresado. Sin sentirse entera, sin estar completa, pero aun así, le dejó un
regalo.
Y allí continúa la obra, con
su creador. Ya no es un solitario rostro, está acompañado por un corazón que el
pintor encontró una mañana, tras una larga noche de admiración y sin respuestas
a llamadas. Sobre un caballete, como si en realidad no estuviera acabado, quizás
aun falte algo. Puede que a veces sea admirado por el maestro ya sin barba
descuidada. Tal vez intente añadir otra parte. Aunque posiblemente sean sólo
esperanzas, de una mutilada esperanza, cuya cabeza y corazón, se encuentran en
el cuadro de su adorado. Su esperanza.
Busco a mi musa. La dejé marchar en un arrebato de triste realidad. Aun queda su farol entre mis
manos. No lo puedo encender. Está todo tan oscuro. Ver siguiente edición
Avería los sigue en su jamelgo trasquilado. Hace tiempo
dejaron atrás la autopista donde degustaron una frugal comida y un par de horas
después un cafecito merendero, para internarse por carreteras secundarias
repletas de encantos que ya no se aprecian, dada la prisa que tienen todos por
llegar a los lugares de destino.
Alicia recuerda los tiempos en los que en su
utilitario destartalado recorría estas carreteras dando clase en pueblos
recónditos, descubriendo personas, lugares que nunca habría llegado a conocer
si no fuera por aquellos cursos que el Ministerio obligaba a impartir . Rudos y
cerrados agricultores y ganaderos, que con suspicacia miraban a aquella
profesora jovencita pensando que venía a enseñarles cosas que bien sabidas eran
por ellos, ¿qué les iba a contar que ellos no supieran?. Mujeres enfundadas en
pañuelos negros y amplias faldas grises, obligadas por un Real Decreto a
asistir a unas clases, para obtener una acreditación y poder continuar las
labores que siempre habían realizado en el campo, clases que hacía siglos
habían dejado atrás, o quizás nunca habían pisado. Esas eran las favoritas de
Alicia, las mujeres de negro, siempre cumplían sus expectativas, siempre
dispuestas a escuchar. Resultaba enriquecedor y apasionante encontrar personas
que aun viviendo en lugares tan inhóspitos y alejados de las grandes urbes, con
tan pocos recursos en sus manos, tuvieran tantas ganas de aprender. Alicia
recuerda a dos de ellas con especial cariño.
La jornada diaria de los cursos se desarrollaba durante unas
horas, efectuándose un intermedio entre las mismas para evitar los bostezos
continuados de los presentes, en realidad los bostezos persistían pero el
descanso era algo de rigor. El primer día observó como aquellas dos mujeres
permanecían sentadas mientras todos ellos se desplazaban al bar más próximo,
evidentemente, hasta en el pueblo más pequeño existe una pequeña tasca en la
que poder tomar un cafecito calentito. Al volver, las dos mujeres permanecían
en sus pupitres, solo los abandonaban al finalizar. Tras un par de días más,
Alicia se acercó.
-¿No
os apetece veniros a tomar un café y así estiráis un poco las piernas?
-No
Señorita Alicia, no se preocupe.
Señorita Alicia, así la llamaban en muchos lugares.
-Simplemente
Alicia por favor, entonces, me quedo con vosotras a charlar un rato si no os
importa.
-En
realidad Señorita Alicia, perdón, Alicia, nunca hemos ido al bar del pueblo.
Increíble, recién estrenado el siglo XXI y en un país
Europeo, de esos que tanto presumen por su amplitud de miras, modernidad,
igualdad, bla bla bla, aun existían mujeres que no habían pisado el bar del
pueblo. Demasiadas conclusiones se obtienen de un hecho puede que para algunos
de escasa importancia. Pero si, si que la tenía. Alicia se las llevó, les
invitó a un café con leche, tampoco llevaban dinero encima, nunca llevaban
dinero encima, a no ser que fueran a la pequeña tienda de todo un poco que
había precisamente al ladito del bar, o al mercado que en el pueblo mayor
cercano se celebraba todos los jueves, cositas que fueron contándole durante
las jornadas siguientes sentada junto a ellas. Y como dos meses después,
finalizado ya el curso, volvió para entregar a sus alumnos las acreditaciones
obtenidas, llevándose una agradable sorpresa, aquellas dos mujeres le regalaron
un rosario, bendecido en Fátima, para evitar sufriera accidentes por aquellas
carreteras tan poco adecuadas. Alicia no es creyente, pero si cree en las
personas, aquellas dos mujeres, se habían ido solas un fin de semana a Fátima,
como si se hubieran ido a “Donde Cristo perdió el mechero”, eso carecía de
importancia, lo significativo era que se habían ido. Aquel rosario continuaba
colgado del espejo retrovisor de su utilitario.
-¿No
te parece un tanto extraño que ninguno de nosotros haya preguntado nada y
sigamos aquí sin saber hacia dónde vamos realmente?
Ojos claros de largos infinitos dedos la saca de su
ensimismamiento. Cada vez que se dirige a ella nota un cosquilleo perturbador
en su estomago (Aquellas mariposas que
circulaban por mi cuerpo cada vez que él estaba cerca, era una extraña
sensación, como si todas ellas revolotearan en mi interior y con el batir de
sus alas me elevaran)
-Si
te soy sincera, no lo sé, puede que todos necesitemos estas vacaciones tanto
que ni nos hemos planteado el pensar un poco y continuamos a pesar de las
circunstancias, puede que seamos un poco aventureros y a la vez incautos, imprudentes y muy ingenuos pues hemos
depositado nuestra confianza en una bruja de los ochenta que nos persigue en un
seiscientos amarillo.(Hala, ya me he
pasado con mis divagaciones de psicoanalista barata)
-Vamos
Ali, di más bien que somos todos un rebaño de locos guiados por una pastorcilla
llamada Avería.
La
ocurrencia, o mejor dicho, elocuencia de Had hace sonreír a todos, Ojos claros
de largos infinitos dedos ya se ha encargado de asesorar a Had y al resto,
sobre un programa infantil que en los ochenta causaba furor y en el que
aparecía una bruja muy parecida a la ahora ya nombrada guía, Had y su portátil han
ilustrado mediante imágenes el parecido encontrado por Ali, que una vez
comprobado, ha sido aplaudido por todos.
-Probablemente
hayas dicho lo que todos pensamos Had, pero hace ya un rato que estoy
completamente desorientado, hará una hora que no sé exactamente por donde
andamos, los últimos desvíos que hemos tomado eran tan parecidos que hubiera
jurado estar dando vueltas y más vueltas por el mismo lugar.
-Si
ya lo decía yo, locos, y ahora además, mareados.
Ojos claros de largos infinitos dedos tiene razón, han
llegado a tantos cruces que las diferentes direcciones han dejado a Alicia completamente
desubicada, aunque realmente tampoco nunca ha hecho gala de un sentido de
orientación muy desarrollado, cuantas veces se ha perdido en la ciudad en la
que vive.
-
De
verdad Ali, ¿ya te has perdido de nuevo? A veces creo que lo haces a posta.
Su marido siempre le dice lo mismo, puede que esté en lo
cierto, al fin y al cabo, es divertida la sensación de no saber dónde estás,
lugares nuevos por explorar, ¿porque tener miedo a lo desconocido?, o
simplemente, ¿porque no tenerlo?, el miedo no es malo, una super subida de
adrenalina que pone todos tus sentidos alerta, siempre y cuando el barrio donde
aparezcas, no tenga un aspecto, digamos, inquietante (En el fondo soy una cagueta). En realidad, lo más probable es que
todo se reduzca a sus constantes “estar en Babia”, impidiéndole poner la
atención necesaria para recordar el camino, ensimismada siempre como está en
sus propios pensamientos, especialmente cuando conduce, ¿cuántas veces se
alcanza el lugar de destino preguntándose cómo demonios se ha llegado allí, sin
recordar el haber pasado por tal y cual sitio? (Teletransportación como en Star Treck, o quizás he conseguido volar sin
darme cuenta).
-De
todas formas, no os preocupéis demasiado, estamos en algún lugar del centro de
la provincia de León, entre Valencia de Don Juan y Astorga, al menos es lo que
dice mi ordenador, lo que no entiendo muy bien es porque no encuentro ningún
castillo por esta zona al que podamos estar yendo.
-Claro
cariño, porque todo está en los libros pero no en un ordenador, las nuevas
tecnologías por muy avanzadas que se encuentren a veces se olvidan de las
antiguas pensando que ya obsoletas carecen de importancia.
-Oh
vamos Tin, siempre con alguna puntilla, cuando no es mi culito burgués es mi
portátil moderne. Tendréis además cobertura en vuestros móviles, ¿me equivoco?.
(Vaya, las nuevas tecnologías a veces
son un poco coñazo, y yo que pensaba íbamos a lo desconocido).
Efectivamente
todos tienen sus móviles perfectos, aunque Alicia se sorprende al pensar que
durante todo el día ninguno ha sonado, extraño que en un grupo de cinco
personas los móviles hayan permanecido silenciosos, incluso el suyo. Extraño,
si, pero que agradable también, un viaje sin interrupciones de musiquitas
odiosas y estridentes (Tin seguro lleva
algún aria como melodía de llamada, quizás “Una Furtiva Lágrima”, puede que
Had, algún tema de algún grupo Belga que desconozco pero seguro que le gusta el
Indie pop, quizás le enseñe el “Chup chup” de los Australian Blonde, a Julio
probablemente el teléfono se lo han comprado sus hijos y le han dejado el super
tema del Nokia, no creo que ni se moleste en cambiarlo y Ojos claros de largos
infinitos dedos…….si tuvieras esa melodía…….porque nos parecemos un poquito a
aquella pequeña Compañía…….. Cuando lleguemos al castillo llamo a casa, espero
que los niños no se hayan acostado aun, seguro que aun sigue molesto por mi
marcha).
-
¡Mirad,
allí arriba!
Cuenta la leyenda que
en el castillo habitaba un joven conde avaricioso a la par que caprichoso, que
a todos sus visitantes obligaba a pagar costosos peajes por el simple paso a
través de sus tierras. Tal era la importancia de aquel paso, que todos los
comerciantes de las tierras adyacentes, portaban de antemano ya una bolsa
repleta de monedas preparada para obsequiar a este conde.
Un buen día, un
comerciante converso venido de lejanas tierras y desconocedor de aquella
costumbre acompañado de su única hija, accedió a las tierras del conde. De
inmediato fue apresado y llevado ante el vil mandatario.
-¿Acaso no sabes que debes pagar por
pasar por este lugar?
-Mil perdones tengáis, noble conde, ¿a
cuánto asciende el coste?
El conde la bolsa de
monedas iba a pedir, pero algo llamó su atención de repente, un extraño
colgante en el cuello de la hija del comerciante.
-Deseo esa magnífica joya que tu hija
luce en el gaznate.
-Lo siento Noble Conde, es una joya
familiar y mi hija no puede desprenderse de la misma, su valía es
insignificante, ¿no preferís este cofre repleto de joyas de un mayor precio?
-No intentes confundirme converso, el
valor de la joya es notorio por tu negarte a desprenderte de ella, además no
quiero otras baratijas que me ofreces, quiero esa y no admito negativas.
-No lo hago señoría, ya he dicho que
no puedo entregar dicha joya, su portadora es mi hija, al igual que lo fue su
madre y antes su abuela, pertenece a la familia y solo es dada a quien lleva su
misma sangre.
-Tonterías, ¡Quitadle la joya al
instante!
Por mucho que lo intentaron, no
consiguieron quitar aquella alhaja del cuello de la joven, resultaba imposible.
Entonces el Conde totalmente ofuscado, mando cortar el pescuezo para quedarse
con aquel preciado regalo. El padre horrorizado suplicó piedad por su hija
ofreciendo todas sus posesiones, pero el conde se negó y mandó matar también al
converso comerciante.
Padre e hija murieron al instante y
la joya se desprendió de aquel cuello solitario, el Conde la tomó entre sus
manos y dijo a sus vasallos que la guardaría junto a sus tesoros.
Esa fue la última vez que lo vieron,
pues por más que durante largos días y noches lo buscaron, nunca lo hallaron.
Dicen que su avaricia lo perdió entre los oscuros pasadizos del castillo, cuando
se llevó algo para guardar, que nunca le había sido otorgado.
Y sobre el
cerro se eleva majestuoso el castillo, vigilando desde lo alto sus pardas
tierras, mientras una suave melodía comienza a sonar en un móvil.