1. Botones Azules.
2. Ojales Abiertos.
3. Cremalleras Rotas
4. Pinturas Azules
5. Botes Abiertos
6. Pinceles Rotos
7. Incuantificablemente Azul
2. Ojales Abiertos.
3. Cremalleras Rotas
4. Pinturas Azules
5. Botes Abiertos
6. Pinceles Rotos
7. Incuantificablemente Azul
Tenía una pequeña granja, rodeada de campos donde cultivaba Hierba Pastel. Recolectaba la materia prima que aquella planta le proporcionaba, para después, mediante una fórmula que había inventado, a base de harina de los cereales del verano y agua de un manantial cercano, obtener las diferentes tonalidades del color que tanto amaba.
No sabría decir porque el Azul, ni siquiera nació con una especial predilección por algún color determinado, ahora bien, una vez inundó su vida, no quiso separarse de él.
Las Estaciones siempre le compraban sus Azules. No existía en el mercado mejor color para pintar sus cielos y sus mares, que aquellos que ella creaba. Azules que reflejaban a la perfección, lo que el Invierno, la Primavera, el Verano y el Otoño buscaban. Ideales para las mezclas con los amarillos y conseguir los esplendidos verdes de los prados, o para combinar con los rojos, logrando así la gama de violetas, morados y púrpuras que necesitaban las petunias y los pensamientos.
Vivía en el Reino del Verano. Lógico, las cosechas de Hierba Pastel, durante los días estivales, siempre resultaban esplendidas y de una calidad excelente, pero su condición de Pintora de Azules, le permitía viajar a los dominios del resto de las Estaciones.
Durante sus viajes enseñaba los nuevos matices creados. Las Estaciones decidían cuál de ellos se ajustaba mejor a sus necesidades, y pasaban entonces al lugar donde las criaturas se hallaban. Ella misma era la que, con sus pinceles, esbozaba los primeros trazos. Así debía ser, pues él Azul, como el Amarillo o el Rojo, son colores que requieren de una mano especial para ser bien pintados, pero, y lo más importante, necesitan las palabras correctas para conseguir cobrar vida, y la Pintora de Azules sabía siempre lo que sus colores querían escuchar para ser despertados.
Una vez realizados los primeros esbozos, la estación que primaba en ese momento, contemplaba el resultado, y si lo consideraba satisfactorio, llamaba a sus propios pintores para finalizar el trabajo. El Azul, una vez vivo, permitía ser pintado por otras manos que no fueran las de su creadora.
La Pintora era muy buena en su trabajo, más todo el mundo comentaba que desde hacía un tiempo, sus Azules, habían mejorado increiblemente. Si ya antes sobrecogia el mirarlos, ahora, parecían recitar poemas, sentimientos que llegaban a lo más profundo del interior de los seres mientras se contemplaban.
Sin embargo, el Verano, que era un niño malcriado y caprichoso, no veía con muy buenos ojos que su Pintora de Azules viajara a los dominios de las otras estaciones. Le molestaba compartir lo que creía una posesión suya, y para colmo, sus obras parecían empezar a competir con la belleza de su estación, por lo que quiso saber la razón de aquella mejoría.
No le costó demasiado descubrirlo, aquel precioso Botón Azul abrochado.
Decidió entonces obligar a la Pintora se lo otorgara como ofrenda. Las criaturas y todo su Reino debían venerarle y mostrarle devoción, y que mejor regalo para su Rey que aquel precioso Botón Azul, cuyas cualidades, aportarían un mayor esplendor si cabe a la estación más apreciada. Pero no obtuvo la respuesta esperada, la Pintora no cedió.
El Verano no podía comprender como algo pudiera serle negado y viendo la imposibilidad de separar a la Pintora de su preciada posesión envío al sol sobre ella para que le proporcionara un calor constante y abrumador.