sábado, 23 de junio de 2012

Pinturas Azules






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        Tenía una pequeña granja, rodeada de campos donde cultivaba Hierba Pastel. Recolectaba la materia prima que aquella planta le proporcionaba, para después, mediante una fórmula que había inventado, a base de harina de los cereales del verano y agua de un manantial cercano, obtener las diferentes tonalidades del color que tanto amaba.
No sabría decir porque el Azul, ni siquiera nació con una especial predilección por algún color determinado, ahora bien, una vez inundó su vida, no quiso separarse de él.
Las Estaciones siempre le compraban sus Azules. No existía en el mercado mejor color para pintar sus cielos y sus mares, que aquellos que ella creaba. Azules que reflejaban a la perfección, lo que el Invierno, la Primavera, el Verano y el Otoño buscaban. Ideales para las mezclas con los amarillos y conseguir los esplendidos verdes de los prados, o para combinar con los rojos, logrando así la gama de violetas, morados y púrpuras que necesitaban las petunias y los pensamientos.
Vivía en el Reino del Verano. Lógico, las cosechas de Hierba Pastel, durante los días estivales, siempre resultaban esplendidas y de una calidad excelente, pero su condición de Pintora de Azules, le permitía viajar a los dominios del resto de las Estaciones.
Durante sus viajes enseñaba los nuevos matices creados.  Las Estaciones decidían cuál de ellos  se ajustaba mejor a sus necesidades, y pasaban entonces al lugar donde las criaturas se hallaban. Ella misma era la que, con sus pinceles, esbozaba los primeros trazos. Así debía ser, pues él Azul, como el Amarillo o el Rojo, son colores que requieren de una mano especial para ser bien pintados, pero, y lo más importante, necesitan las palabras correctas para conseguir cobrar vida, y la Pintora de Azules sabía siempre lo que sus colores querían escuchar para ser despertados.
Una vez realizados los primeros esbozos, la estación que primaba en ese momento, contemplaba el resultado, y si lo consideraba satisfactorio, llamaba a sus propios pintores para finalizar el trabajo. El Azul, una vez vivo, permitía ser pintado por otras manos que no fueran las de su creadora.
La Pintora era muy buena en su trabajo, más todo el mundo comentaba que desde hacía un tiempo, sus Azules, habían mejorado increiblemente. Si ya antes sobrecogia el mirarlos, ahora, parecían recitar poemas, sentimientos que llegaban a lo más profundo del interior de los seres mientras se contemplaban.
Sin embargo, el Verano,  que era un niño malcriado y caprichoso, no veía con muy buenos ojos que su Pintora de Azules viajara a los dominios de las otras estaciones. Le molestaba compartir lo que creía una posesión suya, y para colmo, sus obras parecían empezar a competir con la belleza de su estación, por lo que quiso saber la razón de aquella mejoría.
No le costó demasiado descubrirlo, aquel precioso Botón Azul abrochado.
Decidió entonces obligar a la Pintora se lo otorgara como ofrenda. Las criaturas y todo su Reino debían venerarle y mostrarle  devoción, y que mejor regalo para su Rey que aquel precioso Botón Azul, cuyas cualidades, aportarían un mayor esplendor si cabe a la estación más apreciada. Pero no obtuvo la respuesta esperada, la Pintora no cedió.
El Verano no podía comprender como algo pudiera serle negado y viendo la imposibilidad de separar a la Pintora de su preciada posesión envío al sol sobre ella para que le proporcionara un calor constante y abrumador.
Si él no podía poseer el Botón Azul, ella, jamás podría abrochárselo.

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domingo, 17 de junio de 2012

Cremalleras Rotas


 


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El viejo sastre tenía que jubilarse. Demasiados años trabajando para el Invierno, mucho cansancio acumulado, abrigos y más abrigos para surtir a los nuevos retoños y a aquellos, que año tras año, crecían y dejaban los anteriores por resultarles ya pequeños.
Debería  haber dejado aquello hacía tiempo, mas no encontraba sustituto, ninguno de sus ayudantes parecía idóneo. Cumplían su labor a la perfección, pero carecían de la visión necesaria y general que poseía el Sastre del Invierno. Probablemente, el especialista en abrigos de pinaceas, podría sustituir al de cupressaceas, pero en ningún caso cabría esperar hiciera lo mismo con el de frutales de pepita, y ya no digamos con aquellos encargados del reino animal.
El trabajo del Sastre del Invierno requería una visión global, y particular a la vez, cada una de las criaturas necesitaba de un abrigo especial que el sastre se encargaba de diseñar. Les proporcionaba un invierno tranquilo, la protección necesaria para las frías temperaturas y completar su desarrollo, resurgiendo sin daño alguno con la llegada de la Primavera.  Realizaba los bocetos, para despues ser enviados a cada uno de los Especialistas encargados de completar el trabajo,  y pasar entonces a fábrica, donde todos los abrigos se confeccionaban a tiempo, disponiendo entonces los Vestidores de las prendas necesarias para cubrir a todas las criaturas, cuando el Invierno comenzara su trabajo.
 La llegada del Invierno aun no estaba cercana, sin embargo, el sucesor debía ser hallado rápidamente. Su preparación requeria del valioso tiempo que estaba comenzando a faltar. Además, el Invierno, no podía permitir se volvieran a repetir los últimos errores, las cremalleras de los abrigos habían comenzado a estropearse, y todo, corría peligro. Por muy bueno que sea el material de un abrigo si el cierre falla.
Hasta que un día, las esperanzas del viejo Sastre se vieron satisfechas cuando le encontró, en su taller, sentando junto al torno en el que elaboraba un botón especial, un regalo,  y vió todos los demás, inundando aquel pequeño obrador, botones y botones, únicos y particulares, haciendóselo saber al Invierno, que  sin mediar palabra, corrió a buscarlo  y se lo  llevó de inmediato a sus dominios.

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domingo, 10 de junio de 2012

Ojales Abiertos




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El verano se extendía, permanecía tras largos años. La esperanza de la llegada de un frio invierno cada vez se hacía más y más pequeña. Sin embargo,  persistía la ilusión de la llegada del momento en el que todo aquello cambiara. Resulta extraño desear un invierno, pero no para quien posee un botón que tuvo que ser desabrochado.
La estación cálida no está hecha para llevar abrigos, aun así, ella, continuaba con el suyo puesto. Eso sí, abierto, se hacía imposible llevar un abrigo abrochado con aquellas tórridas temperaturas. Esperaba lo hubiera entendido, aquel día, cuando las estaciones los separaron, sin tiempo para las explicaciones, pues el verano y el invierno se los llevaron rápidamente a cada uno por su lado. Deseaba que su acción fuera comprendida como algo absolutamente necesario para poder continuar, algo que debía hacer, y llegado el momento oportuno, retomar lo que fue dejado, abrochándose de nuevo  aquel precioso botón que desde entonces le había acompañado.
Cuando el verano y el invierno volvieran a reunirse.

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miércoles, 6 de junio de 2012

Botones Azules





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       Le regaló un botón para colocarlo en el abrigo de su piel.

    Ajustado al ojal que el mismo había creado en su cuerpo, perfecto para mantener calientes las entrañas.

   Un botón de nácar, con el fin de reparar su caparazón cuando fuera dañado, y Azul, como el cielo por el que ella dejaba volar su imaginación.

   Lo cosió con hilo especial anti roturas. Puntadas perfectas, pequeñas y disimuladas, añadiendo unas cuantas vueltas sobre el mismo rematando la faena con un pespunte.

   Abrocho aquel precioso botón con la esperanza de conservarla siempre viva, para evitar que nada entrara y destruyera aquellas vísceras que tanto amaba, un interior que deseaba preservar y cuidar.

   Sin embargo, no contaba con que ella lo desabrochara.

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