lunes, 28 de junio de 2010

Llegada




Noto algo que me zarandea, una voz lejana que me llama.

- Despierta, despierta.

“No por favor, dejadme dormir un poco más”

- Despierta, despiertas.

El nerviosismo de la voz me alerta, hay algo que me hace responder al momento, una sensación de que esto no es un despertar cotidiano.

Bostezo y me incorporo, su cara un tanto asustada anuncia un suceso particular.

- ¿Qué ocurre?

No contesta, me coge de la mano y rápidamente me veo transportada casi en volandas hacia una ventana.

- Mira.

De noche. No soy capaz aun de fijar la vista pero oigo gritos, voces de personas, figuras que no consigo distinguir que pasan corriendo.

Froto mis ojos como si con ello pudiera aclaras un tanto la situación.

Abro la ventana, escucho las voces con mayor claridad.

- ¡Corred, se ahogan!.

- ¡Ayuda, ayuda!.

Veo a mi vecina en la calle corriendo hacia la playa, un camisón estampado con múltiples colores que se combinan con unas extrañas zapatillas de formas imposibles.

Bajo las escaleras, imagino lo que pueda estar ocurriendo, no es algo bueno.

Linternas, luces de coches, todos ellas direccionadas hacia una posición iluminando un espectáculo dantesco que sucede.

No sabría decir un número concreto pero hay una gran cantidad de personas que luchan en unas aguas turbulentas por sobrevivir, mientras otras se aferran como posesos a lo que claramente fue una embarcación, si es que a eso se le puede llamar así. Cuando ves realmente, con tus propios ojos uno de esos transportes hacia el país de las maravillas, sabes a ciencia cierta lo que debe padecer alguien para tomar una decisión de ese calibre, montar en algo así para cruzar un mar inhóspito y desconocido hacia un sueño para muchos esperanzador pero en casi todas las ocasiones inalcanzable.

La gente del pueblo se lanza al mar, intentan socorrer a aquellos que luchan por mantenerse con vida, todos chillan y gritan. Me acerco a la orilla, ni siquiera me había dado cuenta de que he salido descalza hasta que las piedras de la playa se clavan en mis desnudos pies, pero es mayor el deseo de ayuda que el pequeño dolor que infringen.

Arrastro como puedo junto al salvador el cuerpo de un muchacho, está vivo, gracias a Dios, más bien, gracias al salvador. Sus dientes castañean y tiembla como una hoja, una mezcla de frio y miedo terror inundan ese cuerpo agotado. Le miro y sonrió como si con ello pudiera tranquilizarle un poco.

Escucho las voces pidiendo ayuda en forma de mantas y ropa de abrigo, así que dejo al muchacho con su salvador y salgo disparada hacia mi casa en busca de los bienes solicitados.

Mantas edredones, toallas, no sé, lo que sea. Abro el armario y comienzo a tirar sobre la cama todo que encuentro, ni siquiera me había dado cuenta de que hay gente conmigo.

- Ten lleva esto, y esto, y esto, ¡corre!

Paso por la cocina y se me ocurre que quizás estarán hambrientos, asi que cojo unas cuantas botellas de leche para que al menos llenen algo sus famélicos y dolientes estómagos.

Me descubro a mi misma con pensamientos un tanto estúpidos como “La leche es buena, tiene muchas vitaminas” o “¿Les llevo un poco de cola cao?, seguro que les gusta el sabor chocolateado y unas galletas para acompañar”.

Muevete!!!!!!!! Deja de pensar en tonterías y preocúpate de cómo llevar todo esto hacia quien lo necesita.

El carrito de la compra.

Vierto todas las viandas en el carrito destartalado y salgo corriendo.

Mi vecina no es la única que llama la atención, ahora hay una loca corriendo por la calle con una camiseta de los Simpson, en bragas, descalza y tirando de un carrito azul que casi se cae a trozos. El pueblo volcado ayuda sin pensar.

Llego de nuevo a la playa y los cuerpos exhaustos de lugareños y buscadores de sueños se mezclan. Tirados en la playa respiran y respiran agotados, extenuados, buscando aliento ante un esfuerzo sobrehumano realizado que parece ha dado sus frutos pues hay mucha gente fuera y los gritos de horror han dado paso a los sollozos entrecortados.

Miro a uno de los salvadores y pienso en lo gratificante que ha de resultar sentir que has salvado una vida, siempre se recordará que en el momento adecuado respondiste como se debe hacer y que a pesar de las circunstancias adversas te tiraste al mar para sacarle.

Los efectivos de la Guardia Civil así como las ambulancias ya se encuentran con nosotros, mientras reparto mi carrito de la compra observo como uno de los agentes pregunta a uno de los buscadores de sueños.

- ¿Cómo te llamas?

- Juan.

- ¿De dónde vienes?

- Juan.

- ¿Cuántos años tienes?

- Juan.

Extraña palabra “Juan” ¿Quién se la habrá enseñado?, alguna vez alguien me contó que llegan con veinte euros en el bolsillo y una nota en la que hay escrita una dirección, realmente no lo se, solo es algo que escuche una vez.

El agente sonríe y pasa su mano por el hombro del buscador.

- No te preocupes ya estás a salvo.

La escena me conmueve tanto que no puedo evitar echarme a llorar, ese agente que por la mañana ponía multas resultando un ogro para esos infractores.

El sol comienza a despertar mientras continuamos dando abrigo y consuelo, algunos comienzan a desaparecer, en ambulancias, en furgones policiales, es entonces cuando reparo en las mantas sobre el suelo, mantas que cubren las ilusiones fracasadas de vidas anheladas.

Nueve mantas, nueve ilusiones, nueve sueños rotos, nueve deseos de un vivir mejor en un lugar en el que no somos mejores, simplemente hemos nacido con más suerte. Lo siento. Es imposible que no se desencadene un cierto sentimiento de culpabilidad ante esas mantas.

Volvemos a nuestras casas, no podemos hacer mas, hay que volver de nuevo al mundo rutinario y material en el que vivimos, el trabajo espera.

Monto en el autobús que me lleva a cumplir mi “deber” y ya se escucha en su radio la noticia de la llegada.

Apoyo mi cabeza sobre el cristal de la ventanilla y bostezo mientras las palmeras de todos los días se suceden, una palmera, dos palmeras, tres palmeras..

Paramos a recoger al resto de viajeros. Miro por la ventanilla. Algo llama mi atención. Aquel muchacho!!!!. Coloco mi mano abierta sobre el cristal y mientras el clava sus ojos en los míos , mi boca se mueve sin emitir sonido alguno “SUERTE”.

Una palmera, dos palmeras, tres palmeras,……. “Que tengas SUERTE”.

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