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"Las perlas blancasKokinshu
que en mis mangas cayeron cuando con el corazón
aun pleno
nos separamos
las llevo conmigo
como recuerdo suyo".
Se encontraron una calurosa tarde de agosto en un mar de tinieblas donde
las profundidades escondían tesoros por hallar en barcos hundidos.
El era un explorador, ella una sirena varada.
El buscaba la Atlantida, ella un lugar en el que acurrucarse.
El la oyó cantar, un canto de auxilio desesperado, y corrió a buscarla,
sin pensar, sin dudar.
Ella le recibió, extendió sus brazos y se aferró, si pensar, sin dudar.
Él la llevó a su hogar, la cuidó, la protegió, la ayudó, la curó.
Ella se dejó proteger, cuidar, ayudar, curar.
Él le enseño sus mapas, sus cartas de navegación, sus viajes a tierras
lejanas, sus descubrimientos, sus mundos extraños por explorar.
Ella componía canciones para él, y por la noches, al amanecer, al
atardecer, con un principio siempre parecido “Buenas Noches mi Amor, Buenos
Días mi Amor, Buenas Tardes mi Amor”, le cantaba mientras él apoyaba su cabeza
en su regazo de pez.
Él le regalaba viajes a praderas encantadas, donde susurrándole al oído
le hacía el amor con palabras, suave, lento, tan tierno.
Ella le pedía mimos y él se esforzaba en concedérselos, mientras sonreía
diciéndole que se estresaba, las sirenas son mimosas por naturaleza y para los
exploradores rudos y serios es difícil y estresante complacerlas.
Él la amaba, pero siempre le recordaba que los exploradores han de
quedarse con las exploradoras y que las sirenas debían estar con los sirenos.
Ella en cambio soñaba, imaginaba canciones en las que los exploradores y
las sirenas dormían juntos en estanques donde tierra y agua se mezclaban y se
las cantaba sin cesar, como si con ello disipara la realidad.
Él le construyó una preciosa pecera donde poder cantar, le gustaba tanto
escucharla que siempre motivaba y animaba para que sus canciones fueran
sentidas por los demás, otros exploradores, otras sirenas, otros soldados,
otras marineras.
Ella era su corazón, su ventana al exterior, su alegría y su risa.
El es su inspiración, su dicha, su alma y su amor.
Se perdieron una fría tarde de febrero, en un mar donde las
profundidades escondían tesoros por hallar en barcos hundidos.
CANTOS DE SIRENA 1
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