La encontró tendida en el suelo, escondida tras un enorme
seto que la alejaba completamente de las miradas extrañas. Tenía una fuerte
herida en la cabeza y el cuerpo totalmente magullado. Dos días sin saber nada,
habían provocado que Solrac fuera en su busca, aunque desde el primer momento
hubiera querido salir, algo le decía que las cosas no habían ido como ella
esperaba.
No le gustaban aquellas escapadas nocturnas que realizaba,
pero nunca se lo dijo, al fin y al cabo era libre de satisfacer sus deseos como
bien le placiera, sin embargo, se arrepentía de no haberla detenido cuando
decidió hacerlas a plena luz del día. Debió pararla, debió contarle todas
aquellas habladurías, historietas que se relataban y que hasta él habían
llegado, las considero sin embargo tonterías, idioteces que los humanos
inventan para responder cuando algo les es desconocido, o cuando necesitan una
respuesta que les exima de ciertas responsabilidades, o simplemente, para
esconder tras el mal absoluto una insurrección, una rebelión. Cosas sin
importancia, consideró, pero aquel extraño sentimiento que ella le inspiraba le
confundía en sus decisiones, temía que la sobreprotección despertada impidiera
su libertad e influenciara en su toma de decisiones, quería que fuera libre,
libre para disponer, libre para hacer, independientemente de lo que el deseara,
de lo que los demás desearan. Y a la vez, se preguntaba porque no le decía
ciertas cosas, ¿acaso no la consideraba capacitada para decidir por sí misma,
que evitaba sus opiniones para no influenciarla?, ¿o simplemente lo que le
molestaba es que en ningún momento hubiera sido él, el protagonista de alguna
de sus escapadas?.
Aquella humana le desconcertaba, sin embargo, las dudas sobre
sus opiniones no referidas en aquel momento carecían de importancia, un sentimiento
de dolor mezclado con una furia terrible se abrían paso con solo mirarla.
Imaginaba lo que podía haber ocurrido, las noticias de los
humanos llegaban hasta los lugares más insospechados, “La renegada, la
mujer-demonio, aquella que traicionó a su marido para entregarse a las pasiones
oscuras del averno, lasciva, lujuriosa, pecadora que invade los lechos de los
hombres acompañada de la noche oscura, robándoles su semilla y contaminándolos
de los sufrimientos que acarrea, el mal encarnado en una mujer que seduce, que
hechiza, que vuelve locos, portadora de enfermedades terribles y maldiciones
que transmite a través de su sexo”, patrañas, mentiras, invenciones, y todo,
por querer ser una mujer jinete. Aquella sarta de insensateces creadas por una simple curiosidad, un querer saber más, una rebeldía
quizás hacia lo establecido, pero llevada a cabo de una forma inocente, sin
pretensiones, un simple “me apetece hacer esto y voy a probarlo”.
La habían cazado, a las afueras de una de sus aldeas. Cazado,
pues para ellos ya no era considerada humana, y todo aquello que se apresa sin
ser humano, es cazado. Un grupo de hombres la encontró en los linderos de un
camino perdido, su cabellera rojiza resultó su perdición, no había muchas como
ella, de hecho se decía, que todas
aquellas cuyos cabellos fueran del color del fuego intenso tenían sus días
contados, a no ser que estuvieran cubiertos, o teñidos, o simplemente cortados,
pero ella, lucía los suyos sin pudor, al igual que todo lo demás, presa fácil.
Sin embargo, consiguió escapar,
probablemente las lecciones enseñadas para evitar indeseables le fueron de gran
ayuda, aun así, había recibido lo suyo.
La cogió entre sus brazos, sentía además una culpabilidad
extrema, debía haberla disuadido. Las lágrimas de Solrac comenzaron a caer
sobre el rostro de la pelirroja haciendo que está saliera de su inconsciencia.
-
Llévame a casa Solrac, por favor,
llévame a casa, no quiero que se
despierten, ellos no.
La abrazó, tan fuerte que no reparó hasta un instante después
en el daño que podría causarle debido a sus heridas, pero ella no se quejo,
todo lo contrario, se aferro a él con la misma intensidad que él le profería.
Una voz cargada del más puro odio resonó en su espalda.
-
Vaya, vaya, así que lo que cuentan
era cierto, además de puta, fornicadora de demonios, por fin te encuentro mi
querida esposa.
Carlos seguía soñando, y
recordando, sus fantasías volvían a él constantemente. Llevaba varias noches
incansables, noches continuadas despertando en aquella deshecha cama, en la que
todas las mañanas abría los ojos, solo, pero con la sensación de su compañía.
Noches, en las que había leído con avidez aquel cuerpo, que junto al suyo,
formaban una combinación perfecta y armoniosa. No podía comprender que ocurría,
pero las preguntas ya no tenían importancia, solo deseaba despertar, como ella
le pedía insistentemente cada noche, despertar y tenerla junto a él. Ya no se
repetía que aquello no existía, que era un producto extraño de su imaginación
influenciada por un libro, no, sabía que era real, sabía que el libro era un
conductor, ese tren del que tanto se habla y todo el mundo pierde, un
camino hasta ella, para contarle su
historia, para saber de ella, ni siquiera se preguntaba porque él, lo único que
importaba era conseguir despertar y tenerla de manera consciente.
Su cansancio se hacía
cada vez más notorio físicamente, unas tremendas ojeras junto a una palidez
extrema, apenas descansaba, apenas comía, solo leía aquel libro pensando que
allí residía la solución, que el libro le diría como encontrar la forma de
despertar, sin embargo todo desaparecía cuando en sus sueños surgía ella, el
cansancio, la obsesión por encontrarla, en aquel momento, sus escasas fuerzas y
sentidos se concentraban en complacerla,
en acariciarla, en besarla, en poseerla, y cuanto más lo hacía, más poderoso y
vivo se sentía, como si ella constituyera la fuente de su esencia más recóndita
y escondida.
Había tenido suerte, el
gordo calvo, decidió tomarse unos días de descanso y apenas le molestaba en el
trabajo, incluso la cita con García fue corta, unos pocos minutos, aunque el
malestar de cabeza le acompañó, como siempre. El Gamba le taladraba con aquella
mirada, a veces jugaba contando los segundos que era capaz de mantenerla, pero
siempre ganaba García, y aparecía el dolor, tácticas de comercio para buenos
resultados, conseguía sus descuentos.
Pero ya nadie le
importunaba, nadie aparecía, nadie le molestaba, y continuaba leyendo, leyendo
para saber, para descubrir más sobre ella, leyendo sin parar y soñando, despierto,
dormido, inconsciente, recordando todo lo que las noches le deparaban y
anhelando fueran reales. Solo, en casa, decidió no volver a trabajar, el gordo
calvo, su mujer, los repartidores, todos desaparecían, solo estaba él, el
libro, y sus sueños. Ella.
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