miércoles, 17 de agosto de 2011

CAPÍTULO CINCO

ÍNDICE
 

La encontró tendida en el suelo, escondida tras un enorme seto que la alejaba completamente de las miradas extrañas. Tenía una fuerte herida en la cabeza y el cuerpo totalmente magullado. Dos días sin saber nada, habían provocado que Solrac fuera en su busca, aunque desde el primer momento hubiera querido salir, algo le decía que las cosas no habían ido como ella esperaba.
No le gustaban aquellas escapadas nocturnas que realizaba, pero nunca se lo dijo, al fin y al cabo era libre de satisfacer sus deseos como bien le placiera, sin embargo, se arrepentía de no haberla detenido cuando decidió hacerlas a plena luz del día. Debió pararla, debió contarle todas aquellas habladurías, historietas que se relataban y que hasta él habían llegado, las considero sin embargo tonterías, idioteces que los humanos inventan para responder cuando algo les es desconocido, o cuando necesitan una respuesta que les exima de ciertas responsabilidades, o simplemente, para esconder tras el mal absoluto una insurrección, una rebelión. Cosas sin importancia, consideró, pero aquel extraño sentimiento que ella le inspiraba le confundía en sus decisiones, temía que la sobreprotección despertada impidiera su libertad e influenciara en su toma de decisiones, quería que fuera libre, libre para disponer, libre para hacer, independientemente de lo que el deseara, de lo que los demás desearan. Y a la vez, se preguntaba porque no le decía ciertas cosas, ¿acaso no la consideraba capacitada para decidir por sí misma, que evitaba sus opiniones para no influenciarla?, ¿o simplemente lo que le molestaba es que en ningún momento hubiera sido él, el protagonista de alguna de sus escapadas?.
Aquella humana le desconcertaba, sin embargo, las dudas sobre sus opiniones no referidas en aquel momento carecían de importancia, un sentimiento de dolor mezclado con una furia terrible se abrían paso con solo mirarla.
Imaginaba lo que podía haber ocurrido, las noticias de los humanos llegaban hasta los lugares más insospechados, “La renegada, la mujer-demonio, aquella que traicionó a su marido para entregarse a las pasiones oscuras del averno, lasciva, lujuriosa, pecadora que invade los lechos de los hombres acompañada de la noche oscura, robándoles su semilla y contaminándolos de los sufrimientos que acarrea, el mal encarnado en una mujer que seduce, que hechiza, que vuelve locos, portadora de enfermedades terribles y maldiciones que transmite a través de su sexo”, patrañas, mentiras, invenciones, y todo, por querer ser una mujer jinete. Aquella sarta de insensateces creadas  por una simple  curiosidad, un querer saber más, una rebeldía quizás hacia lo establecido, pero llevada a cabo de una forma inocente, sin pretensiones, un simple “me apetece hacer esto y voy a probarlo”.
La habían cazado, a las afueras de una de sus aldeas. Cazado, pues para ellos ya no era considerada humana, y todo aquello que se apresa sin ser humano, es cazado. Un grupo de hombres la encontró en los linderos de un camino perdido, su cabellera rojiza resultó su perdición, no había muchas como ella, de hecho  se decía, que todas aquellas cuyos cabellos fueran del color del fuego intenso tenían sus días contados, a no ser que estuvieran cubiertos, o teñidos, o simplemente cortados, pero ella, lucía los suyos sin pudor, al igual que todo lo demás, presa fácil. Sin embargo,  consiguió escapar, probablemente las lecciones enseñadas para evitar indeseables le fueron de gran ayuda, aun así, había recibido lo suyo.
La cogió entre sus brazos, sentía además una culpabilidad extrema, debía haberla disuadido. Las lágrimas de Solrac comenzaron a caer sobre el rostro de la pelirroja haciendo que está saliera de su inconsciencia.
-          Llévame a casa Solrac, por favor, llévame a casa,  no quiero que se despierten, ellos no.
La abrazó, tan fuerte que no reparó hasta un instante después en el daño que podría causarle debido a sus heridas, pero ella no se quejo, todo lo contrario, se aferro a él con la misma intensidad que él le profería.
Una voz cargada del más puro odio resonó en su espalda.
-          Vaya, vaya, así que lo que cuentan era cierto, además de puta, fornicadora de demonios, por fin te encuentro mi querida esposa.

Carlos seguía soñando, y recordando, sus fantasías volvían a él constantemente. Llevaba varias noches incansables, noches continuadas despertando en aquella deshecha cama, en la que todas las mañanas abría los ojos, solo, pero con la sensación de su compañía. Noches, en las que había leído con avidez aquel cuerpo, que junto al suyo, formaban una combinación perfecta y armoniosa. No podía comprender que ocurría, pero las preguntas ya no tenían importancia, solo deseaba despertar, como ella le pedía insistentemente cada noche, despertar y tenerla junto a él. Ya no se repetía que aquello no existía, que era un producto extraño de su imaginación influenciada por un libro, no, sabía que era real, sabía que el libro era un conductor, ese tren del que tanto se habla y todo el mundo pierde, un camino  hasta ella, para contarle su historia, para saber de ella, ni siquiera se preguntaba porque él, lo único que importaba era conseguir despertar y tenerla de manera consciente.
Su cansancio se hacía cada vez más notorio físicamente, unas tremendas ojeras junto a una palidez extrema, apenas descansaba, apenas comía, solo leía aquel libro pensando que allí residía la solución, que el libro le diría como encontrar la forma de despertar, sin embargo todo desaparecía cuando en sus sueños surgía ella, el cansancio, la obsesión por encontrarla, en aquel momento, sus escasas fuerzas y sentidos  se concentraban en complacerla, en acariciarla, en besarla, en poseerla, y cuanto más lo hacía, más poderoso y vivo se sentía, como si ella constituyera la fuente de su esencia más recóndita y escondida.
Había tenido suerte, el gordo calvo, decidió tomarse unos días de descanso y apenas le molestaba en el trabajo, incluso la cita con García fue corta, unos pocos minutos, aunque el malestar de cabeza le acompañó, como siempre. El Gamba le taladraba con aquella mirada, a veces jugaba contando los segundos que era capaz de mantenerla, pero siempre ganaba García, y aparecía el dolor, tácticas de comercio para buenos resultados, conseguía sus descuentos.
Pero ya nadie le importunaba, nadie aparecía, nadie le molestaba, y continuaba leyendo, leyendo para saber, para descubrir más sobre ella, leyendo sin parar y soñando, despierto, dormido, inconsciente, recordando todo lo que las noches le deparaban y anhelando fueran reales. Solo, en casa, decidió no volver a trabajar, el gordo calvo, su mujer, los repartidores, todos desaparecían, solo estaba él, el libro, y sus sueños. Ella.

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