jueves, 28 de julio de 2011

CAPÍTULO CUATRO

ÍNDICE
 


Sentía la necesidad de probar, compartía aquellos pensamientos con Solrac, aunque, evitaba pedirle abiertamente que fuera él quien satisficiera aquel deseo. A veces le miraba sin atreverse a decir nada, intentando que leyera sus pensamientos, pero no recibía respuesta. Probablemente el interés del demonio no alcanzara tal punto y nunca llegara a verla con los mismos ojos con los que ella lo hacía.
Simplemente, se limitaba a aconsejarle sobre qué hacer, pero nunca le insinuaba que fuera con él. Ya había descubierto las semejanzas entre las dos razas, a todos los niveles, incluso había observado a Solrac en ocasiones cuando otras montaban sobre él, y más cosas que nunca había contemplado ni disfrutado, pero que resultaban tremendamente estimulantes y deseables para una observadora como ella.
 Desde su primer encuentro no se habían separado, largas conversaciones, lecturas compartidas, incluso abrió las puertas de su hogar para llevarla con él. El preguntaba y ella respondía, la curiosidad del demonio no tenía límites, pero tampoco la de ella. ¿Quién mejor que él?- se decía así misma, pero el demonio no parecía pensar lo mismo.
Decidió buscar, entre sus congéneres, comenzó haciendo pequeñas incursiones nocturnas en las aldeas humanas más próximas, acercándose sigilosamente, oculta entre las sombras de la madrugada nocturna, interrumpiendo los sueños de hombres anónimos que escogía sin excesivo juicio. Amparada por la oscuridad y la semiinconsciencia de sus amantes, los tomaba como le placía, para desaparecer cuando finalizaba. Resultaba excitante, aparecer en la noche, envuelta en un manto oscuro, cabalgando como una amazona experimentada y poseyendo a individuos anónimos, que no abrían sus ojos para evitar el final del sueño húmedo en el que estaban sumidos,. 
Sin embargo, aquello, no la complacía del todo. Puede que sirviera para un desahogo, una calma momentánea, pero eso era algo que ella misma ya podía realizar, descubrió que podía autosatisfacerse de igual forma que aquellos dormidos amantes lo hacían.
En realidad, Solrac le había instruido en aquellos menesteres. Él, pacientemente, le había explicado cómo  hacerlo, indicándole donde y como sus dedos, podían convertirse en inesperadas fuentes de placer, pero una vez descrito y comenzado, se dio cuenta de lo sencillo que resultaba, pues conocía perfectamente el mecanismo para continuarlo.
Solrac, siempre él, ¿Por qué no él?.
Deseaba con todas sus fuerzas conseguir aquel gozo que observaba en las caras de las demonias jinete que compartían lecho con Solrac, deseaba con todas sus fuerzas que el mismo Solrac, le susurrara palabras en sus oídos mientras la penetraba como a ellas. Deseaba con todas sus fuerzas conseguir todo aquello, pero los durmientes no se lo ofrecían.
Pensó entonces en la posibilidad de dejar sus escarceos nocturnos y realizarlos a la luz del día con algún bello mancebo que encontrara en un camino perdido, en realidad no importaba el lugar ni el momento, simplemente, su próximo amante, debería estar bien despierto…..

Carlos despertó en una cama completamente desecha, parecía haber pasado un huracán por allí. Se había dormido leyendo aquel libro, ni siquiera recordaba haberlo colocado en la mesita de noche. Intentó levantarse pero noto un cansancio terrible en su cuerpo que le dejo por unos segundos tendido en aquella cama caótica, así que cerró los ojos un pequeño instante para inspirar profundamente y volver a intentar abandonar los brazos de Morfeo que aun parecían no querer soltarle.
Recordó, nunca lo hacía. Cuando preguntaban siempre contestaba lo mismo “Yo no debo soñar, nunca lo recuerdo”, pero esta vez el sueño volvió a él, la pelirroja le hablaba, “Carlos, despierta”, se deslizaba junto a su cuerpo susurrándole al oído “Ven, despierta”, aquella voz.
Las imágenes se agolpaban en su cabeza, aquel cuerpo sobre el suyo, contoneándose de una manera que conseguía excitarle si cabía aun mas, mientras su boca le llenaba de besos húmedos y cálidos que quedaban impresos en su piel.
“Despierta Carlos”, el rojo de sus cabellos resplandecía, acariciaba su pelo mientras ella le lamia para luego introducírselo en la boca, saboreando como si de un manjar exquisito se tratara. Ella también era deliciosa, la sonrisa vertical de sus labios resultaba un banquete digno del mejor de los reyes. “Sonríe pelirroja, sonríe para mi” y ella lo hacía, los dos lo hacían, mientras se devoraban los sexos, una y otra vez, sucesiones de placer incontenible que de pronto explotaban en sus bocas para volver a comenzar aun más profundas. No podía recordar cuantas veces bebieron uno del otro, pero si las sensaciones, y su sabor, aun parecía tener su gusto en la boca, delicioso, agradable, atrayente, ¿familiar?. Si, aquel sabor era familiar.  
Se incorporó rápidamente, repitiéndose una y otra vez que no había ocurrido, solo eran sueños, solo eran sueños, pero aquel cansancio y su voz, “Despierta”.
-      Maldita sea, ya estoy despierto.
Echó fuera los recuerdos, se sentía molesto, incluso enfadado, aquel libro estaba traspasando las fronteras adentrándose en lo inaudito,  intentó tranquilizarse, no podía permitir que algo así le crispara, pensó en el trabajo, debía darse prisa, tenía cita con uno de los mejores clientes, por no decir el mejor, García. Le levantaría un tremendo dolor de cabeza, como siempre, cuando conversaban, sin embargo, conseguiría una venta espléndida, eso sí, García se llevaría un descuento considerable. Todos ganan, ninguno pierde, nunca con el Gamba. Así le llamaba el gordo calvo. García, parecía uno de esos turistas cangrejos que desconocía el uso de los protectores solares, siempre estaba colorado.
García, el Gamba. 

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