Solrac.
Al principio su
interés se ceñía a un simple conocimiento de la otra estirpe, curiosidad del
demonio por observar, comprender a la otra raza, descubrir el porqué de aquel
odio mutuo, basado quizás en antiguas rencillas que a lo largo del tiempo se
habían convertido en horrores perpetrados los unos sobre los otros, probablemente
todo se limitaba a una lucha de poder, superioridad.
Ella sabía de
las disputas, constantes guerras, asesinatos, mutilaciones que los demonios
originaban en sus congéneres, pero también veía el otro lado, lo que los
supuestos buenos realizaban, exactamente lo mismo, en las guerras nunca hay un
lado bueno. Confiaba en que la sabiduría añadida que los demonios poseían,
pudiera paliar aquello, sin embargo resultaba harto difícil, los humanos
siempre ven el mal en el resto, nunca dentro de si mismos, es siempre más fácil
echar la culpa al vecino.
Solrac, era una
de esos individuos que ya se preguntaba si realmente aquello merecía la pena.
Hastiado de tanta lucha sin sentido, había superado la primera respuesta que un
demonio tenía hacia un humano y consideraba la existencia de otras vías antes
de llegar a un ataque. Por eso fue a ella, por eso quiso relacionarse con ella,
para saber si el entendimiento era posible.
Los dos
consiguieron sus propósitos, el uno respondió las preguntas del otro.
Solrac, pudo comprobar que la comprensión era posible, al menos, con un individuo de la otra raza, un tanto peculiar, pues al fin y al cabo era una desterrada, pero seguro habría muchos más como ella, personas más despiertas que comprendieran la verdadera naturaleza de la supuesta superioridad. La supremacía es inexistente, lo que prima es la pluralidad, la heterogeneidad, el entendimiento.
Solrac, pudo comprobar que la comprensión era posible, al menos, con un individuo de la otra raza, un tanto peculiar, pues al fin y al cabo era una desterrada, pero seguro habría muchos más como ella, personas más despiertas que comprendieran la verdadera naturaleza de la supuesta superioridad. La supremacía es inexistente, lo que prima es la pluralidad, la heterogeneidad, el entendimiento.
Y ella, logró
saber que las personas nunca son creadas para determinados fines. Lo que con
tanto tesón le fue inculcado desde niña, eran simples cuentos fundados por
hombres ávidos de poder, hombres que escondían su cobardía detrás de
humillaciones y sometimientos volcados en sus propios semejantes.
- No fuiste
concebida para proporcionar placer, fuiste creada para vivir como bien te
plazca y si vives para el placer, será porque tú lo has decidido así, no porque
otros te lo digan. ¿No te das cuenta del poder que tienes? Temen que cabalgues
sobre ellos, porque temen tenerte encima. Les infundes terror hasta en la
intimidad de una alcoba, apiádate de ellos, su ignorancia les hace ser así……
Esta vez, fue
el mismo el que interrumpió la lectura. No sabía muy bien si se sentía
decepcionado, avergonzado o las dos cosas a la vez. Decepcionado, pues esperaba
quizás una gran escena tórrida en la que el demonio conseguía hacer brillar la
cabellera de la pelirroja. Avergonzado, por no ver más allá de sus pantalones y
ceñirse a lo que la pelirroja provocaba en él, sin pensar en ella como algo más
que una potencial mujer jinete.
“Lo siento
pelirroja, he sido igual que esos cobardes ignorantes”.
Cerró el libro,
la cubierta rojiza apareció de nuevo, no dejaba de pensar en las extrañas
impresiones que aquel texto le provocaba, no ya por las sensaciones en sí, sino
por el hecho de ser inducidas por algo inanimado. Aquellos personajes parecían
tener vida en su mente, la simpatía que había despertado el Demonio Pacifista,
las profundas ganas de proferir un tremendo puñetazo sobre la cara del
indecente Adán, y su pelirroja, una mujer, que a través de unas simples páginas
escritas había conseguido provocarle un deseo incontrolado. Ella, toda ella.
Mientras todos
estos pensamientos se agolpaban en su cabeza, observaba el relieve de la figura
pareciéndole más pronunciado, abultado quizás. Su dedo comenzó a deslizarse a
través de él, dibujando el contorno de aquella mujer, acariciándola. Algunas
desigualdades que antes podrían pasar por imperfecciones de la propia cubierta
se convertían en pequeños detalles que remarcaban más aun la silueta. Los tonos
rojizos brillaban más, rojos encarnados, rubí, Sangre de Paloma de las minas de
Myanmar, como su espesa cabellera, brillantes labios de rubí, como la joya del
maestro Dalí, calientes como la llama, labios, cabello, fuego, ardiente.
Sentía un calor
intenso, notaba el sudor asomar en su frente. El brillo de la cubierta, más
rojo, más intenso, caliente.
Carlos salto de
la silla de repente, el dolor era agudo, pero mayor el asombro, la sorpresa,
perplejidad. Tenía una pequeña quemadura en su dedo índice.
El corazón casi
se salió de su pecho con el repentino sonido del teléfono.
-¿si?
-Cariño, soy
yo, tengo que irme a Madrid, perdona por llamarte al trabajo pero cuando salgas
probablemente estaré en el aeropuerto embarcando, lo siento, te lo compensaré,
ya sabes que debo ir, no puedo negarme.
-Bien, bien, no
te preocupes.
-Te llamaré por
la noche.
-Vale, buen
viaje.
Colgó, la obra
continuaba encima de su mesa, se acercó con cierta precaución, la cubierta parecía
normal, los brillos comunes de una impresión un tanto adornada, pero nada
amenazantes.
“Un libro
corriente” pensó “mi mente calenturienta me ha jugado una mala pasada, solo ha
sido eso”.
La piel blanca y lisa de su dedo índice lo confirmaba todo. Aunque, la
sensación de un calor intenso continuaba en él.
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