ÍNDICE
Abrió los ojos.
Llevaba tanto tiempo dormida que su cuerpo entumecido, tardó varios minutos en
reaccionar.
En un momento
dado, había decidido sumirse en un sueño profundo, no despertar hasta pasado el
tiempo suficiente y aquellos que la habían perseguido con tanto ahínco,
desaparecieran por completo, sin dejar rastro alguno, hasta que fueran
olvidados.
Y todo, por negarse a permanecer siempre en la
misma postura, por insinuar a su Adán, entre susurros y gemidos, un pequeño
cambio, un simple intercambio, una apreciación.
-Querido, ¿Por
qué no dejas que cabalgue sobre ti?
Maldecida,
humillada, vapuleada por el hombre para el que fue creada, que, ante aquella
sugerencia, reaccionó como un loco poseso llamándola demonio del averno más
profundo.
Huyó, despavorida,
asustada, apaleada, perpleja ante tal reacción. Ella, que había sido creada
para el placer, tan dispuesta a proporcionarlo, tan dispuesta a practicarlo……..
Carlos cerró el
libro de inmediato. Su jefe había hecho acto de presencia.
“Mierda, so
capullo, ¿pero tú no ibas a una reunión todo el día?”
Había
encontrado aquello, el día anterior, en una pequeña librería donde todos los
artículos se encontraban en liquidación, por cese de negocio. No comprendía muy
bien porque tenía que adquirirlo, pero lo había hecho. ¿Incomprensible?, puede,
ya que sus compras, iban siempre encaminadas hacia rutas turísticas
innovadoras, grandes gestas heroicas y países exóticos con culturas a
descubrir. Pero había caído en sus manos, literalmente, provocándole una
necesidad imperiosa de poseerlo, un poco como Gollum cuando encontró el anillo
único “Mi tessssssoro, ssssólo mío”, aunque de momento, seguía conservando su
bonita estampa, no le habían crecido las uñas y, ni siquiera, le apetecía comer
pescado crudo.
No, no era un anillo,
el tesoro de Carlos era un pequeño volumen, con apariencia bastante antigua, y
la figura de una mujer en relieve sobre una portada de tonos rojizos, que le
apetecía devorar. Su ansia y deseo habían traspasado los límites irracionales,
dando paso a la lujuria. El placer que había conseguido al pagar aquel volumen
y llevárselo consigo había puesto firme como nunca su soldadito.
Decidió ojearlo
en el trabajo, sabía que su jefe no aparecería, disponiendo así, de la
tranquilidad y soledad necesaria para aquella ansiada lectura, sin
interrupciones, ni incómodas preguntas a las que contestar como ciertos “¿Qué
estás leyendo cariño?”. Pero el plan falló, allí estaba el calvo gordo de su
jefe, delante de sus narices, soltando improperios mientras Carlos guardaba su
tesoro en un rincón oculto.
No tenía un mal
trabajo, ni siquiera podía decir que estaba peor pagado, pero el gordo calvo
resultaba insoportable y más aun cuando bebía. El hedor del alcohol saliendo de
su bocaza, mezclado con el sudor constante de aquella bola de grasa, resultaba
una combinación explosiva para su estómago. Y aquella, era una de esas
ocasiones, la reunión había terminado pronto, y la paradita en el bar de la
esquina, antes de entrar en la oficina, parecía haber sido prolongada a juzgar por
la intensidad de los efluvios.
Así que,
resignado, comenzó con la parte de su trabajo a la que él llamaba “Amansamiento
de la fiera” o “Psicología de andar por casa, aplicada a jefes incontrolados”,
que, tras unas palabras de tranquilidad y ánimo, finalizaba con una escolta
hasta su casa, para por fin, dormir la mona. Al menos, al día siguiente,
recibiría un regalito en forma de “Hoy puedes salir una hora antes”.
El que no se conforma es porque no quiere.
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