jueves, 14 de julio de 2011

CAPITULO UNO



ÍNDICE






Abrió los ojos. Llevaba tanto tiempo dormida que su cuerpo entumecido, tardó varios minutos en reaccionar.
En un momento dado, había decidido sumirse en un sueño profundo, no despertar hasta pasado el tiempo suficiente y aquellos que la habían perseguido con tanto ahínco, desaparecieran por completo, sin dejar rastro alguno, hasta que fueran olvidados.
Y  todo, por negarse a permanecer siempre en la misma postura, por insinuar a su Adán, entre susurros y gemidos, un pequeño cambio, un simple intercambio, una apreciación.
-Querido, ¿Por qué no dejas que cabalgue sobre ti?
Maldecida, humillada, vapuleada por el hombre para el que fue creada, que, ante aquella sugerencia, reaccionó como un loco poseso llamándola demonio del averno más profundo.
Huyó, despavorida, asustada, apaleada, perpleja ante tal reacción. Ella, que había sido creada para el placer, tan dispuesta a proporcionarlo, tan dispuesta a practicarlo……..

Carlos cerró el libro de inmediato. Su jefe había hecho acto de presencia.
“Mierda, so capullo, ¿pero tú no ibas a una reunión todo el día?”
Había encontrado aquello, el día anterior, en una pequeña librería donde todos los artículos se encontraban en liquidación, por cese de negocio. No comprendía muy bien porque tenía que adquirirlo, pero lo había hecho. ¿Incomprensible?, puede, ya que sus compras, iban siempre encaminadas hacia rutas turísticas innovadoras, grandes gestas heroicas y países exóticos con culturas a descubrir. Pero había caído en sus manos, literalmente, provocándole una necesidad imperiosa de poseerlo, un poco como Gollum cuando encontró el anillo único “Mi tessssssoro, ssssólo mío”, aunque de momento, seguía conservando su bonita estampa, no le habían crecido las uñas y, ni siquiera, le apetecía comer pescado crudo.
No, no era un anillo, el tesoro de Carlos era un pequeño volumen, con apariencia bastante antigua, y la figura de una mujer en relieve sobre una portada de tonos rojizos, que le apetecía devorar. Su ansia y deseo habían traspasado los límites irracionales, dando paso a la lujuria. El placer que había conseguido al pagar aquel volumen y llevárselo consigo había puesto firme como nunca su soldadito.
Decidió ojearlo en el trabajo, sabía que su jefe no aparecería, disponiendo así, de la tranquilidad y soledad necesaria para aquella ansiada lectura, sin interrupciones, ni incómodas preguntas a las que contestar como ciertos “¿Qué estás leyendo cariño?”. Pero el plan falló, allí estaba el calvo gordo de su jefe, delante de sus narices, soltando improperios mientras Carlos guardaba su tesoro en un rincón oculto.
No tenía un mal trabajo, ni siquiera podía decir que estaba peor pagado, pero el gordo calvo resultaba insoportable y más aun cuando bebía. El hedor del alcohol saliendo de su bocaza, mezclado con el sudor constante de aquella bola de grasa, resultaba una combinación explosiva para su estómago. Y aquella, era una de esas ocasiones, la reunión había terminado pronto, y la paradita en el bar de la esquina, antes de entrar en la oficina, parecía haber sido prolongada a juzgar por la intensidad de los efluvios.
Así que, resignado, comenzó con la parte de su trabajo a la que él llamaba “Amansamiento de la fiera” o “Psicología de andar por casa, aplicada a jefes incontrolados”, que, tras unas palabras de tranquilidad y ánimo, finalizaba con una escolta hasta su casa, para por fin, dormir la mona. Al menos, al día siguiente, recibiría un regalito en forma de “Hoy puedes salir una hora antes”.
El que no se conforma es porque no quiere. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario