Te concedí un minuto para saciar el deseo de tu palabra, sin pensar en lo poco que entregaba a cambio de lo mucho que me dabas. Un minuto decorado con segundos de oro y guirnaldas. Me llevo mi tiempo, quería que el minuto fuera algo que siempre pudieras recordar.
Nunca te mentí, un minuto nada más, y aun así me llenaste con tu palabra,
probablemente confiada en que el tiempo se detendría, dejando aquel minuto
eterno con una sensación que para siempre perduraría.
Pero el tiempo es mortal, y los minutos pasan, aunque aquel fuera el minuto
maravilloso que esperabas. Y comenzaste a suplicar al maldito reloj que parara,
dar marcha atrás a aquellas agujas que tanto daño te estaban causando.
Creí que era culpa de la impotencia, el no conseguir revivir aquel minuto engalanado, así que intenté
darte otro, pensando que sería capaz de
construirte uno mejor, sin embargo no dio resultado. Y es ahora cuando me doy cuenta,
me diste tu palabra, y por muchos minutos que quisiera otorgarte, no serían
suficientes. Ya no hablas.
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