lunes, 22 de febrero de 2010

Cuento 6



Había una vez un niño pequeño cuya vida trascurría feliz y plácida, jugaba con sus amigos, corría, saltaba. Disfrutaba.

Un buen día, como tantos otros después de levantarse y desayunar opíparamente se dispuso a salir a la calle para comenzar una mañana repleta de juegos y aventuras, pero al salir por la puerta un escalofrió recorrió su cuerpo, miró hacia el cielo y observó cómo se oscurecía. Una gran tormenta se avecinaba mientras el niño avanzaba por las calles.

Temeroso corrió para poder llegar más deprisa hacia lo que consideraba un refugio, pero la tormenta estallo. Grandes piedras caían del cielo y él seguía corriendo y corriendo, sorteando aquellas moles que inundaban las calles. El refugio cada vez se veía más cerca, más cerca, ya está, ya está aquí.

¡PUM¡

Una gran piedra cayó sobre el niño ¡POBRECITO¡

Lloraba, cuanto le dolía, la herida era profunda y no paraba de sangrar.

Duele, Duele mucho, pensaba.

Como pudo se incorporó y logro llegar hasta el refugio arrastrando su pequeño cuerpecito con las pocas fuerzas que le quedaban.

Una vez allí, aguantando el dolor y mordiendo la lengua para no gritar se limpió la herida concienzudamente y gracias a un trozo de vieja tela que encontró taponó para que dejara de sangrar.

La herida dolía y escocía aun, así que decidió quedarse un rato tumbado hasta que amainara la tormenta y se encontrara mejor.

Mientras esperaba observó el lugar donde se encontraba, era una simple caseta de madera y una idea comenzó a forjarse en su mente, Si pudiera construirme una para mi siempre estaría a refugio y ninguna otra piedra volvería a herirme.

La tormenta desapareció y el sol volvió a lucir en el cielo, el niño salió del refugio y regresó a casa, satisfecho de si mismo por haber sido capaz de afrontar el sólo todo lo acontecido pero con una clara idea en su cabeza, Debo construirme un refugio.

A partir de aquella primera tormenta el niño tuvo una meta clara y por tanto empleó todo su ingenio y pericia para poder llegar a conseguirla. Primero comenzó por hacerse con un atillo de tablones, unos cuantos clavos y un martillo para clavarlos. Una vez hubo conseguido el material y mediante unos planos que él mismo había elaborado en las cuartillas de su cuaderno escolar comenzó a construir.

La caja era pequeña pero suficiente para albergar su cuerpo, con dos orificios en dos caras para permitir sacar las manitas, otros dos en la base para sus pies y dos más en la cara frontal para permitirle observar.

Que feliz se sentía mirando su caja construida. Se introdujo en ella, ajustada y perfecta, como un traje hecho a medida.

Decidió que era el momento de salir a la calle y exhibir su caja así que nervioso y expectante abrió la puerta de su casa y se dispuso a iniciar su primer paseo metido en su caja de madera.

Durante aquel paseo descubrió que nunca había reparado hasta entonces en que muchos otros niños llevaban cajas, distintas a la suya pero cajas al fin y al cabo.

Las había muy elaboradas, de diferentes colores y formas, incluso de distintos materiales. Las había de cristal que se romperían en cuanto cayera la primera piedra sobre ellas, las había de acero, duras como las propias piedras pero frías y poco agradables para llevar. En fin todo tipo de gamas de cajas para todos los gustos y colores.

Sin embargo algunos niños, pocos pero algunos, no tenían cajas, le sorprendió pues, como era posible que no repararan en las de los demás, las piedras lloverían sobre ellos y les dañarían, pero bueno Allá ellos pensó Supongo que en algún momento se darán cuenta de su error.

Pasó el tiempo, el niño fue creciendo, su cuerpo fue aumentando y la caja increíblemente fue amoldándose a esos cambios, ya no era un niño metido en una caja de madera, era un niño de madera, los tablones tomaron la forma de su cuerpo y fueron transformándose en una especie de armadura.

A veces caían tormentas no tan terribles como aquella primera pero con pequeñas piedras que golpeaban su armazón de madera sin provocarle el más mínimo rasguño.

Sin embargo cuando había crecido todo lo que el cuerpo de un niño puede crecer otra gran tormenta se formó en el cielo aun más oscuro que aquel que recordara, infinitamente más sombrío, terrible y angustioso.

Estalló, y de pronto sin avisar una inmensa piedra se abalanzó sobre el niño grande, un golpe tremendo que a duras penas pudo soportar sin perder el equilibrio, casi sin respiración comenzó a andar, levantó la vista al cielo desafiante y gritó

- Puedo con ello, mi caja de madera me protege.

Y el cielo respondió.

Otra gran piedra, tan inmensa como la anterior avanzaba directa a su corazón. El niño grande de madera respiró profundamente y se preparó para recibir aquel segundo impacto.

Los rayos de sol incidieron sobre su cuerpo aun firme. De pie, ni siquiera la segunda piedra había conseguido derribarle pero al fijar su vista en el suelo observó una serie de manchas oscuras, una parte de la madera había sufrido grandes destrozos y en algunos lugares las astillas habían conseguido atravesar su carne provocándole heridas que sangraban. Volvió a notar aquellas punzadas de dolor que siendo pequeño tanto le lastimaron, pero esta vez no lloro, aguantó sus lágrimas y decidió rápidamente curarse y reconstruir más fuerte y dura su caja de madera.

Transcurrieron algunos pocos años y el niño grande de madera decidió viajar y así poder conocer los diferentes materiales que existían para reconstruir y mejorar su caja.

Muchos lugares y niños con cajas encontró mas no hubo ninguno que pudo convencerle para realizar algún cambio.

Un buen día sus pasos le llevaron hasta la orilla de un arroyo. Una risa resonaba y al fijar su vista hacia el lugar del que provenía descubrió una figura chapoteando en el agua.

Aquella risa le contagió y se descubrió a si mismo soltando una gran carcajada. De pronto aquella figura dejó de reírse y fue acercándose hacia el niño grande de madera.

A medida que se aproximaba, observó que se trataba de una niña, una niña cuyo cuerpo se encontraba falto de cajas de ningún tipo.

Un poco receloso comenzó a girarse para marchar, pues nunca entabló relación ninguna con los sin caja, siempre consideró que aquellos niños no podían aportarle nada, ¿Cómo iban a ayudarle a construir una mejor si no poseían ninguna?.

- Buenos días, ¿Te gusta el arroyo?

Vaya, era la primera vez que un sin caja le dirigía la palabra, debía contestarle pues ante todo estaba la educación.

- Si, es bonito.
- ¡Bonito¡ ¡Es magnífico¡. El agua está fresca pero no excesivamente fría por lo que resulta agradable su temperatura, ¿Y que me dices de lo limpia y pura que es?

La disertación sobre el agua continuó durante un rato, al niño grande de madera le resultaba divertida la pasión desmedida de la niña al hablar sobre ella.

Mientras continuaba alabando sus propiedades comenzó a fijarse en aquel cuerpo sin caja. Pequeñas cicatrices y cardenales inundaban su piel pero lo más impactante era una gran herida que atravesaba su pecho, el niño grande de madera se estremeció al verla.

- ¿Te duele mucho?, preguntó
- A veces, respondió la niña.
- ¿Y por que no la curas?
- No se hacerlo.
- ¿Cómo te la hiciste?
- Una gran tormenta de piedras cayó y una de ellas impactó contra mi pecho.
- Las conozco
- ¿De veras?
- Si, ¿Por qué no te construiste una caja para protegerte?
- No lo sé, nunca se me ocurrió.
- Quizás pueda construirte una yo mismo, ven conmigo te enseñaré como curar esa herida y mientras te prometo que mi propia madera te protegerá.
- Gracias.

El niño tendió su mano hacia la niña y ella se aferró fuertemente.

Desde aquel día no se separaron, con la misma pasión y entrega que pusiera en la suya el niño grande de madera comenzó a construir una caja para la niña, de nuevo un atillo de tablones, de nuevo unos clavos y martillo.

Poco a poco aquella gran herida del pecho comenzaba a cicatrizar, unos puntos bien cosidos propiciaban la cura de la misma, a veces la desmedida pasión de la niña por el arroyo y su agua provocaban la rotura de alguno de ellos, con su consecuente dolor marcado y lágrimas, pero, allí estaba él para volver a coserlos.

Por fin un día la caja de la niña estaba terminada, sólo quedaba probar si se ajustaba perfectamente a su cuerpo. Con sumo cuidado colocó la caja sobre la niña. Parecía estar bien.

- ¡Lo he conseguido¡

La niña aplaudió y saltó de alegría.

Y siguió saltando y saltando, y los clavos comenzaron a salir y los tablones a caer.

- ¡No saltes más¡ chillo el niño.

Pero la caja estaba hecha añicos, el niño grande de madera sintió un fracaso completo.

- ¿Por qué? Pero si he puesto todo mi empeño.
- Lo siento, dijo la niña, me gustaba tanto tu caja, perdóname, no quería que se rompiera, sin embargo estaba tan contenta, nunca nadie había hecho una caja para mí.

El niño grande de madera se enterneció, miró aquel cuerpo surcado de pequeñas cicatrices y aquella grande que atravesaba su pecho, ya sonrosada y sin necesidad de nuevos puntos.

- No te preocupes, seguiré construyendo cajas hasta encontrar una que no se rompa.

Y siguió, incansable, cajas y cajas, a cada cual más bonita y elaborada, pero todas ellas acababan de la misma forma, rotas.

Tan sumergido estaba en su trabajo que no reparó en lo que estaba ocurriendo hasta que fue inevitable.

Una mañana mientras trabajaba en un diseño escuchó un grito ahogado.

- ¡Niño de madera¡

Corrió hacia la niña mientras esta se desplomaba. De sus manos manaba sangre sin cesar, unas grandes heridas infectadas por clavos incrustados en su carne.
- Pero ¿Cómo?, ¿Qué ha pasado?, ¿De donde han salido estos clavos?
- Son tuyos, respondió la niña.

¿Míos? ¿Cómo que míos? Pensó y entonces al observarse a si mismo un grito de asombro brotó de su garganta, una parte de su madera había desaparecido dejando su cuerpo al descubierto.

- ¿Por qué?
- Quería ver tu cuerpo y la madera no me dejaba, así que poco a poco y sin darte cuenta fui arrancando los tablones, cada vez era más difícil, los clavos me herían pero continué hasta hoy. Lo siento, no he podido terminar.
- No lo entiendo, dijo el niño.
- Es fácil de comprender, las cajas impiden que las piedras te dañen pero también que disfrutes de los arroyos y sus aguas. Adiós niño grande de madera, gracias por intentar construirme una caja para mí, pero se te olvidó cumplir tu promesa.

Y la niña sin caja murió.

A partir de aquel instante nada más se supo del niño grande de madera, se cree que sigue vagando por lugares desconocidos en busca de material suficiente para poder tapar el hueco que consiguió la niña, pero sólo son rumores, quizás haya comprendido lo que ella le dijo y lo que hace es intentar disfrutar de los arroyos. Quien sabe.

1 comentario:

  1. Impresionante!
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