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Reconozco,
que si tuviera que pensar en una fecha exacta para indicar cuándo empezó todo,
no sería capaz, pero si podría decir,
que desde siempre, he tenido una capacidad especial para saber escuchar, lo
cual, ha resultado extremadamente ventajoso y un complemento indispensable para
el logro de mis gestas.
Cuando aún
era un crio, supe, que escuchando, podría conseguir todo lo que quisiera,
aunque realmente lo único que me interesaba era poder romper, desde que tengo
uso de razón, he sentido una fascinación absoluta por la rotura.
Recuerdo,
como mi madre me aconsejaba sobre el buen uso de los juguetes, y como yo,
escuchaba, atentamente, valiéndome de ese gesto, que a lo largo de los años he
ido cultivando más y más, y que logra que el emisor del mensaje, en este caso
mi madre, crea, firme y absolutamente, que quien escucha sus palabras, lo hace
comprendiendo todo aquello que dice, demuestra interés y por supuesto, hace
caso de lo que se le está contando.
El éxito
estaba garantizado, una vez finalizaba su discurso, volvía a la cocina con la
conciencia tranquila y satisfecha, creyendo que su “buen” hijo, le prestaba
atención y no volvería a romper más juguetes.
Pero los
juguetes volvían a romperse, porque mi intención real no era asimilar los
consejos de mi madre, mi intención, simple y llanamente, consistía en seguir
rompiendo juguetes a mis anchas con el beneplácito de ella.
Romper, destrozar,
fracturar, me encantaba coger un juguete, mirarlo detenidamente, tomarme mi
tiempo buscando con paciencia sus puntos débiles,
encontrarlos, y a partir de ese momento comenzar a desmenuzar hasta conseguir
hacerlos pedazos, para después guardarlos rotos y contemplarlos, en la soledad
de mi habitación, disfrutando de la belleza de la obra creada.
Mis Obras de
Arte.
No todos
eran los escogidos para tal fin, solo algunos, aquellos que por alguna extraña
y especial razón, llamaban mi atención.
Evidentemente,
alguien puede pensar, que mi madre regresaría y me castigaría al ver que había
vuelto a mis andanzas. Y por supuesto volvía. Pero el arte, no sólo reside en
saber escuchar para hacer lo que a uno le guste y le satisface, el arte, es,
conseguir salir impune, convenciendo a los demás para que ellos mismos lo
permitan, representando un papel, que además de un gesto, llevará consigo unas
palabras, unas respuestas, que satisfarán plenamente al emisor, y serán,
solamente, aquellas que él desee escuchar.
Para mi
madre, en aquel caso, consistían en un hijito arrepentido, un tanto torpe, que
siempre tropezaba con esos malditos juguetes que se interponían a su paso, y
por supuesto, y sobre todas las cosas, un hijito que la adoraba y la quería
muchísimo.
Que madre no
quiere oír eso.
Resultaba
embriagadora esa sensación de triunfo absoluto, cuando sabía que rompería todo lo
que quisiera, sin tener que rendir cuentas.
A medida que
fui creciendo, llego el momento en el que los juguetes, no suponían un reto,
así que pasé al siguiente nivel, romper las mascotas de mis padres. Un gato
persa, cuyo nombre no recuerdo, pero si sus arañazos al sumergirlo en la bañera
y un Yorkside, de pelaje indefinible, llamado Tous, que se lanzó por la ventana
del séptimo piso en el que vivíamos.
Experimentos
infantiles que consiguieron sus propósitos. Primero, que la fuerza bruta no era
tan divertida como pensaba, la posibilidad de algún tipo de daño físico en mi
persona no era factible, caso del minino y sus garras, y segundo, que el arte
de romper es mucho más glorioso, sutil y gratificante cuando no se utiliza esa
fuerza, conseguir que un perro se tire desde un séptimo piso sin tocarlo.
Pero lo más
importante, fue comprender que el utilizar seres vivos para mis creaciones, traía
consigo una consecuencia nefasta para las mismas.
Si morían,
perdería el placer de contemplarlas mientras recodaba como fueron creadas, no
estaba dispuesto a guardar cadáveres putrefactos apestosos, y si no lo hacían,
podían sufrir heridas que la medicina actual haría desaparecer en un plazo de
tiempo bastante corto, además, la sangre, vísceras, heridas y demás, me
resultan sumamente desagradables.
No estaba
dispuesto a volver a mis juguetes, los seres vivos resultaban mucho más
interesantes. Pero ¿Cómo entonces romper un ser vivo sin dañarlo físicamente?
Fue más
tarde, ya siendo un casi adulto, cuando comprendí que el concepto de rotura era
mucho más amplio, no debía pensar en él como algo físico únicamente, pues al
hacerlo, yo mismo limitaba su grandeza.
La magnificencia,
el esplendor, residía en el mundo espiritual, en las emociones, en las
ilusiones y allí podía crear cosas inigualables, prácticamente imperecederas,
pues no olvidemos que los seres vivos mueren en algún momento, pero incurables
y profundas.
Observando a
las personas descubrí la Desesperación, la Agonía, el Sufrimiento, la Alegría,
el Dolor, la Tristeza, el Odio, el Amor, la Esperanza, la Soledad, emociones,
sentimientos que yo mismo podría infligir sobre alguien, o crear para luego
quitar, según su naturaleza, y conseguir
provocar la rotura de su alma.
Desde
entonces, experimento con personas, he logrado obras maestras que colecciono,
que observó, que contemplo sabiendo que son mías. Les llamo cariñosamente mis
Muñecos, en honor a aquellos juguetes que me iniciaron en el arte de la rotura.
Muñecos y
muñecas rotos, que se exhiben en la galería de mi vida. Exploro sus mentes,
escucho sus ruegos, confían en mí y cuando los tengo en mis manos, consigo
destrozarlos, como cuando era un niño y destripaba mis juguetes.
Es un
trabajo arduo, peligroso en ocasiones, pero la paciencia y la constancia son
dos grandes virtudes que poseo y bien merece la pena todo, por lograr una nueva
obra que satisfará el ego de su creador.
Soy un
Explorador de Mentes, un Virtuoso de la Rotura, un Creador de Muñecos, un Moldeador
de Sentimientos, un Artista, que al fin y al cabo, solo desea exponer sus obras.
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