miércoles, 23 de marzo de 2011

DIARIOS DE EXPLORADOR 1

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Reconozco, que si tuviera que pensar en una fecha exacta para indicar cuándo empezó todo, no sería capaz,  pero si podría decir, que desde siempre, he tenido una capacidad especial para saber escuchar, lo cual, ha resultado extremadamente ventajoso y un complemento indispensable para el logro de mis gestas.
Cuando aún era un crio, supe, que escuchando, podría conseguir todo lo que quisiera, aunque realmente lo único que me interesaba era poder romper, desde que tengo uso de razón, he sentido una fascinación absoluta por la rotura.
Recuerdo, como mi madre me aconsejaba sobre el buen uso de los juguetes, y como yo, escuchaba, atentamente, valiéndome de ese gesto, que a lo largo de los años he ido cultivando más y más, y que logra que el emisor del mensaje, en este caso mi madre, crea, firme y absolutamente, que quien escucha sus palabras, lo hace comprendiendo todo aquello que dice, demuestra interés y por supuesto, hace caso de lo que se le está contando.
El éxito estaba garantizado, una vez finalizaba su discurso, volvía a la cocina con la conciencia tranquila y satisfecha, creyendo que su “buen” hijo, le prestaba atención y no volvería a romper más juguetes.
Pero los juguetes volvían a romperse, porque mi intención real no era asimilar los consejos de mi madre, mi intención, simple y llanamente, consistía en seguir rompiendo juguetes a mis anchas con el beneplácito de ella.
Romper, destrozar, fracturar, me encantaba coger un juguete, mirarlo detenidamente, tomarme mi tiempo buscando con paciencia sus puntos débiles, encontrarlos, y a partir de ese momento comenzar a desmenuzar hasta conseguir hacerlos pedazos, para después guardarlos rotos y contemplarlos, en la soledad de mi habitación, disfrutando de la belleza de la obra creada.
Mis Obras de Arte.
No todos eran los escogidos para tal fin, solo algunos, aquellos que por alguna extraña y especial razón, llamaban mi atención.
Evidentemente, alguien puede pensar, que mi madre regresaría y me castigaría al ver que había vuelto a mis andanzas. Y por supuesto volvía. Pero el arte, no sólo reside en saber escuchar para hacer lo que a uno le guste y le satisface, el arte, es, conseguir salir impune, convenciendo a los demás para que ellos mismos lo permitan, representando un papel, que además de un gesto, llevará consigo unas palabras, unas respuestas, que satisfarán plenamente al emisor, y serán, solamente, aquellas que él desee escuchar.
Para mi madre, en aquel caso, consistían en un hijito arrepentido, un tanto torpe, que siempre tropezaba con esos malditos juguetes que se interponían a su paso, y por supuesto, y sobre todas las cosas, un hijito que la adoraba y la quería muchísimo.
Que madre no quiere oír eso.
Resultaba embriagadora esa sensación de triunfo absoluto, cuando sabía que rompería todo lo que quisiera, sin tener que rendir cuentas.
A medida que fui creciendo, llego el momento en el que los juguetes, no suponían un reto, así que pasé al siguiente nivel, romper las mascotas de mis padres. Un gato persa, cuyo nombre no recuerdo, pero si sus arañazos al sumergirlo en la bañera y un Yorkside, de pelaje indefinible, llamado Tous, que se lanzó por la ventana del séptimo piso en el que vivíamos.
Experimentos infantiles que consiguieron sus propósitos. Primero, que la fuerza bruta no era tan divertida como pensaba, la posibilidad de algún tipo de daño físico en mi persona no era factible, caso del minino y sus garras, y segundo, que el arte de romper es mucho más glorioso, sutil y gratificante cuando no se utiliza esa fuerza, conseguir que un perro se tire desde un séptimo piso sin tocarlo.
Pero lo más importante, fue comprender que el utilizar seres vivos para mis creaciones, traía consigo una consecuencia nefasta para las mismas.
Si morían, perdería el placer de contemplarlas mientras recodaba como fueron creadas, no estaba dispuesto a guardar cadáveres putrefactos apestosos, y si no lo hacían, podían sufrir heridas que la medicina actual haría desaparecer en un plazo de tiempo bastante corto, además, la sangre, vísceras, heridas y demás, me resultan sumamente desagradables.
No estaba dispuesto a volver a mis juguetes, los seres vivos resultaban mucho más interesantes. Pero ¿Cómo entonces romper un ser vivo sin dañarlo físicamente?
Fue más tarde, ya siendo un casi adulto, cuando comprendí que el concepto de rotura era mucho más amplio, no debía pensar en él como algo físico únicamente, pues al hacerlo, yo mismo limitaba su grandeza.
La magnificencia, el esplendor, residía en el mundo espiritual, en las emociones, en las ilusiones y allí podía crear cosas inigualables, prácticamente imperecederas, pues no olvidemos que los seres vivos mueren en algún momento, pero incurables y profundas.
Observando a las personas descubrí la Desesperación, la Agonía, el Sufrimiento, la Alegría, el Dolor, la Tristeza, el Odio, el Amor, la Esperanza, la Soledad, emociones, sentimientos que yo mismo podría infligir sobre alguien, o crear para luego quitar, según su naturaleza, y  conseguir provocar la rotura de su alma.
Desde entonces, experimento con personas, he logrado obras maestras que colecciono, que observó, que contemplo sabiendo que son mías. Les llamo cariñosamente mis Muñecos, en honor a aquellos juguetes que me iniciaron en el arte de la rotura.
Muñecos y muñecas rotos, que se exhiben en la galería de mi vida. Exploro sus mentes, escucho sus ruegos, confían en mí y cuando los tengo en mis manos, consigo destrozarlos, como cuando era un niño y destripaba mis juguetes.
Es un trabajo arduo, peligroso en ocasiones, pero la paciencia y la constancia son dos grandes virtudes que poseo y bien merece la pena todo, por lograr una nueva obra que satisfará el ego de su creador.
Soy un Explorador de Mentes, un Virtuoso de la Rotura, un Creador de Muñecos, un Moldeador de Sentimientos, un Artista, que al fin y al cabo, solo desea exponer sus obras.

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